miércoles, 24 de junio de 2020

EL DÍA DE LA LIBERACIÓN


Hoy no será un día cualquiera para David, que espera impaciente que las campanas de la iglesia toquen las nueve de la mañana. Ese tañido —antes odiado porque marcaba el momento de ir al colegio— ahora le sonará a bendita gloria.
     Por primera vez, ha madrugado sin quejas ni protestas. Nadie ha tenido que despertarle; lo ha hecho él solo. Ha sido ver luz y saltar de la cama como un resorte. Ha desayunado un vaso de leche con galletas. Luego se ha puesto el chándal que va a juego con las zapatillas de deporte, se ha lavado los dientes y se ha peinado.
     Ni siquiera ha enchufado la televisión para ver dibujos animados.
     Tampoco ha matado el tiempo mirando vídeos en el móvil.
     Está asomado al balcón cuando su padre se levanta.
     El adulto se rasca la cabeza unos segundos hasta recordar que hoy es el día de la liberación. Sale a tomar el sol junto a su hijo. El contraste entre ambos es máximo: el hombre en pijama, sin afeitar y con aire huérfano; el niño vestido, acicalado y expectante.
     —¿A qué hora te acostaste ayer, papá?
     —Mejor no preguntes —contesta bostezando como un león.
     —Buenos días entonces.
     El hombre revuelve el pelo demasiado largo del chaval. Este le comunica que ya ha contado cincuenta personas con mascarilla, veinte con bufanda, diez con el rostro al descubierto y una con un casco de moto.
     —¿En serio?
     —También he visto pasar un camión del ejército. Alucinante.
     —Oye —cambia de tema—, espero que recuerdes que el paseo no podrá durar más de…
     —¿Veremos a mamá? —inquiere el pequeño mirando directamente a los ojos de su padre.
     El hombre tarda en reaccionar. Su rostro se ensombrece aunque los rayos de sol le dan de lleno. Ella decidió, por coherencia, pasar la cuarentena en casa de sus padres.
     —Hemos hablado —susurra al fin con un nudo en la garganta—. Saldrás cada día con uno.
     David, que odia las discusiones interminables y los gritos secos, sabe que ha llegado el momento de pasar página. Un nuevo nacimiento espera a la civilización. Una puerta se cierra y otra se abre. Su madre sonríe bajo la mascarilla por primera vez en meses.


Incluido en la antología Palabras contra el virus, editada por Palin.

miércoles, 17 de junio de 2020

ADIVINANZA




La vida es una adivinanza sin respuesta,
quizá porque la solución
no es simple
ni compleja.
La solución es irrelevante.
Solo quedan los momentos
donde desaprendimos el aprendizaje.


miércoles, 10 de junio de 2020

EL REENCUENTRO
















Después de casi tres meses sin verse, las mujeres tenían mucho que comentar y los hombres poco que decir. No es que no hablaran, pero ellas llevaban el peso de la conversación frente a una mesa repleta de manjares exquisitos y vinos caros.
     —Nosotros solo hemos salido a tirar la basura —dijo Juana sin poder contener el orgullo.
     —¿Habéis sobrevivido con latas de calamares?
     —No, Luisa, hemos pagado para que nos traigan la compra a casa.
     Juan, que se frotaba las manos continuamente, restó importancia a las palabras de su mujer. Acababa de recibir un mensaje de la ecuatoriana que le limpiaba los bajos.
     —También hemos dormido en habitaciones separadas —insistió Juana con el obcecamiento propio de una mujer segura de sí misma.
     Luis sirvió más vino en las copas de todos, aunque ya estaba bastante achispado. Luego apuró la suya de golpe.
     —Y ahora dirás que no habéis follado —ironizó.
     Juan derivó la charla, muy astutamente, a la gestión política de la crisis sanitaria. Encendidos por el alcohol, los cuatro amigos lanzaron insultos a diestro y siniestro.
     —Tenemos un aparatito de esos que mide la temperatura —recondujo Luisa con un gritito agudo.
     —Nos presentamos voluntarios —afirmó triunfante Juana.
     Juan fue al baño y, al regresar, todos se habían medido la temperatura como si fuera un juego. Faltaba él. Sudaba copiosamente, reía sin ganas, le palpitaba el tic del ojo izquierdo.
     El medidor dio negativo, pero la ecuatoriana tenía una falta.