lunes, 1 de febrero de 2010

CON SABOR A CHIRIMOYA























Me da vergüenza confesarlo. Antes de ir a la presentación del libro, busqué alguna fotografía de las autoras de El pintalabios (Visión, 2009). No tardé en encontrar una en el ciberespacio, y pensé: a ver lo que me van a contar estas venerables ancianitas.

¡Joder con las escritoras!

Ya en la librería comprendí que estaban dispuestas a comerse 80 mundos o los que les echaran, convenciendo con un discurso espontáneo y nada pedante. La lectura prometía. Recogí mi autógrafo y escapé a casa en busca de soledad.

Decir que el nexo de unión del libro es brillante, es poco. El pintalabios sintetiza como pocos objetos la coquetería femenina, pero sobre todo es un aglutinador de temas que giran alrededor de los sentimientos humanos, no exclusivamente femeninos. Venganza, frenesí, celos, interés, desengaño… Por fortuna, las autoras eluden el sentimentalismo de telenovela.

Ya en el cuento que abre el libro, “El arco iris del amor”, aparece el tópico del pintalabios como fetiche sexual. Un objeto que puede hacer perder la cabeza a más de uno, y en este caso enloquece a un señor que ve en los labios de su mujer a todas las mujeres del mundo. Quizás se critique al primate en permanente estado de excitación que todo hombre lleva dentro. En todo caso, la imaginación se revela como la llave para alcanzar la felicidad.

No sé por qué hay ciertos temas que emocionan especialmente; quizás porque cada vez más personas se solidarizan con un asunto siempre candente como es la transexualidad. En “Desde el otro lado del espejo” se retrata a un muchacho que, en el fondo, se siente muchacha. Sin concesiones, el relato nos presenta el sin futuro al que se enfrenta este personaje y termina con un gesto muy femenino: el de callar. La herida sigue abierta.

El tema de la represión sexual ha sido, es y será objeto de debate en una España que hasta hace pocos años era un hervidero de curas y sotanas. En “Padre, yo me acuso…” es una monja la que se ve en la tesitura de elegir entre Dios y la carne. Un simple pintalabios es el desencadenante de todo. Es digna de elogio la elegancia con que la autora expresa el onanismo de la protagonista: “Tal era su frenesí y su entrega nocturna”.

Todos los cuentos han logrado entretener a este lector, y le han librado de pensar en la crisis. Porque la única crisis que no debemos permitirnos es la crisis de ideas. El estilo de los relatos me ha parecido sobrio, alejado de esas florituras que provocan que el lector se pierda. A ello contribuye la utilización de la palabra justa en el momento adecuado. Muchos autores noveles y no tanto deberían aprender que para contar una buena historia sólo hace falta imaginación y un pintalabios. A ser posible, rojo carmesí.

2 comentarios:

  1. Bueno, José Antonio, estoy gratamente sorprendida con tu reseña. Muchísimas gracias por dedicarle un espacio al pintalabios. Voy a pasarles el enlace a mis compañeras, que seguro que alucinarán como yo. Principalmente me alegro de que lo hayas disfrutado porque de eso se trataba, de entretener al lector con temas diversos y un nexo común. Un fuerte abrazo.

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  2. Gracias a vosotras por escribir El pintalabios. Para hablar sobre el último best-seller de mil y pico páginas, prefiero escribir sobre algo que me ha emocionado.

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