Celebrábamos el segundo cumpleaños de mi hija. Mis padres, mi mujer y yo nos comíamos las uñas de excitación ante lo que suponíamos un restaurante especial. Lo que ignorábamos era que tanto el cocinero como las camareras eran gente sádica.
Al principio todo fue bien. Entradas de embutidos ibéricos, calamares y cosas por el estilo. Mis padres comían pan y mi hijo directamente no comía, asqueado ante la visión de aquellas tapas mediocres. Los niños de cinco años son unos visionarios.
El acabose llegó con los llamados “Huevos del Capitán”. Con todos mis respetos, había que tener estómago para comerse aquellas dos sartenes de huevos fritos con patatas. Y aquello era sólo el aperitivo. Más tarde, llegó un abominable revuelto de morcilla, una ensalada de atún ahogado en aceite…
Lo más divertido era el mohín de desprecio de la camarera porque no repelábamos los platos. ¡Que no somos muertos de hambre, señora!
Realizamos unas flexiones mientras llegaba el siguiente manjar y doy fe de que me vi obligado a llamar a la calma y la serenidad para que mi familia no huyera despavorida ante semejante exageración. Cuando trajeron el plato fuerte, los que tuvieron que sujetarme fueron ellos. ¿Lo adivinan? Más patatas fritas con carne de ternera.
El postre pudo habernos costado el hospital de no ser porque en ese entrañable sitio no admiten a los borrachos. Y es que tras varias botellas de vino y los correspondientes chupitos éramos pura desconexión. A mi madre, para que pagara el festín romano, tuvimos que hacerle el boca a boca.
Querido suegro: no hay huevos fritos con patatas como los tuyos. Ay, qué dolor de tripa.
¡Pero dónde te metiste, José Antonio!
ResponderEliminarAunque te diré que a mí el menú me estaba gustando, otra cosa es la pinta que tuvieran los platos pero oye, donde se pongan un par de huevos fritos con patatas... Si es que una es "mu sencilla", jeje.
Para el tercer cumpleaños de tu hija ya sabéis donde no tenéis que ir.
Un abrazo.
En la boca del lobo, Maribel. Figúrate que mi mujer que nunca tiene problemas gástricos pasó una noche toledana. Mi padre los llama "los asesinos de la comida", por los desmesurados platos. De ahí el título del post.
ResponderEliminarUn abrazo.
Jose Antonio, con esta entrada tenemos una evidencia más de esa historia que circula por ahí y que dice que al hombre se le gana por el estomago. Tus suegros, sin dudarlo gente maravillosa, seguro que estaban en ello ja,ja,ja. Ahora viene mi problema. No sé si me tocará ejercer de suegra de nueras. Comentan que no se las gana con una buena cocina ja,ja,ja. Yo por si acaso a todas las que han ido apareciendo las he tratado igual ya que nunca se sabe…
ResponderEliminarJose Antonio me ha gustado la crónica. No me esperaba yo ese el final. Es muy bueno para un concurso de micros.
Un abrazo.
A mí lo que me gusta de comer por ahí es que me ofrezcan cosas raras, de ésas que uno no come habitualmente en casa. Para huevos fritos con patatas ya está mi suegro y el jodío es el amo.
ResponderEliminarUn abrazo.
José Antonio, hasta yo al leer el relato me he sentido indigesta...y eso que según el tópico, en el País Vasco gustamos del buen comer. Calidad si pero cantidad la justa.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo, cuando voy a comer me gusta elegir platos que se salen de lo habitual. Yo soy la "rarita" de la cuadrilla que cuando vamos a comer una alabiada pide una ensalada de ventresca por ejemplo.
Besos y abrazos.
Para mí un restaurante que te da bien de comer es aquel que no te deja ni hambriento ni al borde del vómito. Este es de los últimos.
ResponderEliminarAunque hay gente para todos los gustos. Hoy charlaba con una amiga y me decía: "¡Pero si es un restaurante genial!". "No sé, tendrían un mal día", contestaba yo la mar de azorado.
Así que igual soy rarito como tú, Mari Carmen. En mi tierra hay un dicho que define las personalidades complejas como la mía: "Alicantino, borracho y fino".
Un abrazo.