miércoles, 15 de septiembre de 2010

MARRAKECH: Nubes y claros




El cielo de Marrakech no tiene una sola nube. Es claro como la mirada de sus habitantes. Sin embargo, encontré algunas nubes en mi camino. Lo más apropiado en estos casos es llevar un paraguas o, como dice el manual del perfecto viajero, echar mano de imaginación.

La primera impresión que tuve de la ciudad no fue nada halagüeña. Humo de motocicletas, ruido de cláxones, un calor que ni el mismísimo infierno, un mercado de fruta podrida. Por suerte, compartimos taxi desde el aeropuerto hasta el hotel con una pareja. Digo que fue una suerte porque el precio de este transporte se regatea con el conductor.

El hotel sólo disponía de aire acondicionado en las habitaciones, con lo cual os podéis imaginar lo que era subirse al ascensor. Ni la fragua de Vulcano. De todas formas, la primera cena en Marrakech fue casi mágica, pese a ser un simple tajine de pollo con olivas. Quizás no lo comprendáis, pero a mi estómago le supo a gloria tras varias horas de avión y mi espíritu lograba un sueño largamente acariciado. Ya estábamos allí.

A la mañana siguiente, la sorpresa del siglo. A mí que me suelen dar las tantas en la cama, miré el reloj y eran las siete. Milagros de la diferencia horaria, que en esta época del año es de menos dos. No acabaron ahí las inquietudes. El aparato del aire acondicionado goteaba, no disponían de llave de la caja fuerte y nuestra habitación daba a una avenida cuyo tráfico era rabioso. Mi mujer, de hecho, no pegó ojo. No creáis que somos unos tiquismiquis. Ahora es época de Ramadán y esta peña vive de noche. Además, conduce a base de bocinazos. Todo se solucionó con un oportuno cambio de habitación.

El centro neurálgico de Marrakech es la plaza Jamaa El-Fna, una especie de feria a lo bestia situada cerca de la Medina. Tenderetes de carne a la plancha, encantadores de serpientes, aguadores, mujeres que adornan tu piel con tatuajes de henna no siempre solicitados. De noche, una miríada de faroles de gas ofrece la impresión de una reunión alegre de almas en pena. Un niño me vendió, mientras cenaba en uno de los tenderetes, una cajita de madera. De su interior surge el sobresalto de una negra serpiente. A mis hijos les encantó.

En torno a la plaza, un dédalo de callejuelas de dudosa catadura. Son los enigmáticos zocos. Las gentes que los habitan venderían a su padre. Tienen una habilidad innata para embaucarte con mil reclamos. Aunque, sobre todo, van a por las mujeres. Si quieres salir bien parado, debes regatear el precio que te pidan. Mi mujer compró dos chilabas de niña, una de niño, una camisa bordada y un pañuelo por 380 dirhams, unos 38 euros. Bajo ningún concepto regatees si no piensas comprar.

Es un pecado mortal no acudir a un hammam o baño turco. El nuestro tuvo el aliciente de haber contado entre sus clientes con Pablo Carbonell o Fele Martínez. Eso no nos motivó tanto como el precio razonable y la calidad del servicio. A saber: masaje integral de una hora, raspadura con jabón negro, sauna y té moruno. Resulta exasperante la tranquilidad con que se toman las cosas. Me dejaron abandonado en la sauna caliente, donde una máquina ruidosa no cesaba de echar vapor. Al borde de la lipotimia, franqueé la puerta y señalé mi reloj. El árabe se lavaba una de las cinco veces que es obligatorio al día.

Después de los negocios, la otra gran pasión de los árabes es conducir. Navegan en motos negras con sus chilabas blancas y parecen fantasmas a la carrera. Una carrera a cámara lenta envuelta en gases tóxicos.

Tras sobrevivir al hammam, necesitábamos una buena orgía de cous cous para reponer fuerzas. Dos cosas no olvidaré de aquella noche: la empalagosa música en directo y que mi mujer, al extraer un cigarro del bolso, descubrió que le faltaba la cámara.

A la mañana siguiente, le suplicamos a nuestra guía árabe que nos permitiera una parada en el hammam. La habíamos contratado el último día para que nos enseñara los palacios de los alrededores. Sospechábamos que era en la taquilla del baño donde nuestra cámara se había rezagado accidentalmente. Creemos que sigue allí, en algún rincón de Marrakech.

La guía, de nombre impronunciable, hablaba un perfecto castellano. Nos llevó al Palacio de la Bahía. Marrakech es una ciudad de interior. Raro nombre para un palacio, dije. Ba Amhed lo mandó construir en el siglo XIX en honor a una mujer llamada Bahía, que significa “resplandeciente”.

Un par de detalles me llamaron la atención de nuestra guía. El primero, que tras hablar de las costumbres funerarias árabes, consistentes en enterrar los cadáveres sin velatorio debido al calor, surgió el tema de la catalepsia. Le pregunté, iluso de mí, si había leído a Poe, el gran escritor inglés. Negativo. El segundo, que en toda la mañana probó ni una sola gota de agua. Allí todo el mundo practica el Ramadán, excepto los enfermos y las embarazadas. Nos cocíamos a 40 grados a la sombra.

Parece mentira que haga una semana ya de todo aquello; fuimos con la intención de impregnarnos de los perfumes y las esencias florales. Todavía huele a menta en mi casa, pese a haber agotado la provisión de pastelitos árabes. Volveremos algún día para contemplar el desierto con una pizca de picante en los ojos.



10 comentarios:

  1. Jose Antonio, esta crónica la he empezado por el final, poniendo la música para crear más ambiente según he ido leyendo.
    Te diré que has conseguido transmitir con una síntesis impecable las inquietudes y sensaciones de vuestro viaje, así como darnos una visión concisa de la realidad del país visitado. Sin ánimo de darte vaselina, te diré que eres un buen comunicador. Utilizas la palabra en su justa medida y con una claridad que es digna de agradecer. Personalmente me gusta entender lo que me quieren contar. Si me apetece, ya me imaginaré el resto.
    Tras este viaje, acaso estés de acuerdo con Reverté en lo de “cuando viajas a lugares lejanos, recónditos, de mucha escasez, caes en la cuenta de que pocas son las cosas para la vida”.
    Veo que tienes intención de volver. Tal vez a Ketama. Dicen que desde lo más alto de sus montes, en días claros y con mirada despejada, se puede observar la cumbre del Mulhacén granadino.

    Un abrazo

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  2. Pues no ha estado mal el viajecito ¿no? A mí lo del masaje me ha dado una envidiaaaaaa...
    Fíjate que es un lugar que, al menos con mi marido, nunca visitaré. Le tiene echada la cruz a una serie de destinos y es más terco que una mula.
    La primera foto me ha encantado con esa imagen colorista, pero en general me agobia tanta gente. ¿A ti no?
    En resumen te diré que he disfrutado con tu crónica, da gusto leerte.
    Un abrazo.

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  3. Preciosas fotografías en imágenes y en palabras. Has arrastrado el colorido, los aromas, el sonido...de Marrakech.

    A pesar de las apreciaciones que tengo del trato de sus habitantes, Marrakech y Marruecos, en general, es especial. La plaza de Jamaa El-Fna es única. No hay edificios reseñables pero es el corazón de la ciudad. Es una de las plazas más vivas del mundo. Los cuentacuentos, las competiciones de boxeo improvisadas, los saltimbanquis...Volvería a la ciudad sólo por esta plaza.

    Qué envidia me has dado con lo del Hamman. Sabiendo de su importancia en la cultura árabe deseé ir a uno, se aprende conociendo ... pero mi compañero se mostró reacio. No hubo manera de convencerlo.

    Si vuelves a Marruecos, por favor, no dejes de ir al Alto Atlas ni a la ciudad de Fez. Fez tiene la más maravillosa medina que he conocido. Calles estrechas, laberínticas, olores, ruidos...imágenes que no olvidarás. En algunas de sus calles, separadas por gremios, ves trabajar a los artesanos. La miseria se mezcla con la belleza como en el barrio de los curtidores. Es una medina, no un bazar donde comprar.

    Me alegro de que hayas disfrutado. Gracias por compartir tu viaje, he disfrutado
    leyéndote, y despertar mis recuerdos ... siempre es grato rebuscar en la memoria.

    Besos y abrazos.

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  4. Hola Alicia,

    Se han quedado muchas cosas en el tintero por contar, como que el insulto típico allí es "maldito bereber". Nos lo dijeron en alguna ocasión, pero es que no veas como regateábamos.
    Gracias por lo de buen comunicador. Te diré que no tomé ninguna nota durante el viaje y que me puse a redactar en cuanto estuve en casa. Es como hacer el viaje dos veces.

    Un abrazo.

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  5. Hola Maribel,

    Cuando regresemos a Marrakech, te aviso y te vienes con nosotros. No tengas miedo. Mi mujer es una historiadora hipocondríaca y yo soy un maníaco de las letras.

    Un abrazo.

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  6. Hola Mari Carmen,

    Completamente de acuerdo contigo. La plaza Jamaa El-Fna es única. La antítesis del aburrimiento.
    El único defecto, quizá, es que hay mucha gente. No dejes de probar, si vuelves, el helado de regaliz en la heladería Ice Legend.

    Un abrazo.

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  7. Así me gusta, que hagas los deberes. Deduzco por la buena crónica que fue un buen viaje. Jopé, pues qué envidia. Pero ya lo haré, ya lo haré.

    Un beso.

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  8. Hola Seph,

    Es una experiencia única, sólo comparable con chinchar a una madre. No, en serio, ya no veo a los árabes del barrio como antes. Ahora me parecen más cercanos.

    Abrazos.

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  9. Felicitaciones!! muy bueno, me encanto de verdad! te invito a conocer mi blog, lo inicie hoy. Saludos

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  10. Gracias, Melena, echaré un vistazo a tu blog. Por cierto, ¿no serás el cura rockero ese de la tele?

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