Para según qué cosas, la crisis no
está mal. La otra tarde asistí, en primerísima fila, a una representación de
títeres de terror. Como lo oyen.
La
compañía Teatro Corsario interpretó
en el Aula CAM de Alicante La Maldición
de Poe, sirviéndose de unas marionetas japonesas llamadas Bunraku. Esta clase de títere se
caracteriza por poseer unas dimensiones casi humanas.
La
primera escena sitúa a un joven Edgar Allan Poe jugando al escondite con su
amada Annabel Lee entre las lápidas de un cementerio victoriano. Pronto aparece
la madre de ésta para interrumpir sus no del todo inocentes pasatiempos.
Al
joven Poe le persigue la mala suerte a lo largo de toda la obra, una fatalidad
decididamente cómica. Un mono loco afeita a sus abuelos con un cuchillo, y la
policía sospecha que el autor del crimen ha sido él. Entonces se refugia en casa
de un borracho que, al intentar deshacerse de un gato negro, mata a su esposa.
Mientras tanto, Anabel Lee muere de tuberculosis.
No
es una pieza aterradora, pero sí oprimente, en la que destaca la casi mudez de
los personajes. El lenguaje sobra. Las gigantescas marionetas son tan elocuentes
que no necesitan de muchas explicaciones.
La
muerte, que ha arrancado prematuramente la vida de Anabel Lee, acosa a Poe con
sus cantos de sirena. No tarda en dejarse llevar, pero de fondo se oyen las
risas de los enamorados.