jueves, 21 de junio de 2012

LA METAMORFOSIS





















             
     Juan despertó aquella mañana con el presentimiento de que algo había cambiado en su interior, pero no le concedió mayor importancia.
     Se preparó para desayunar, como todos los días, su tazón de leche con colacao. Enchufó la radio a toda potencia, pero no en la emisora de noticias que solía, sino en una cadena musical. Sonaba «Paquito el chocolatero». Se asustó al tararearla. Se asustó mucho, pero no podía evitarlo. Al acabar la melodía, vomitó estrepitosamente en el pasillo.
     Huyó a la calle. Necesitaba tomar dos o tres bocanadas de aire puro. En su lugar, tuvo que conformarse con el humo de una traca que estalló en sus mismas narices. Y a continuación, las delicadas notas de «El tractor amarillo» en formato banda de música. Un chaval salía cargado de material de una tienda que en su origen había sido de disfraces. Juan sintió que le hervía un sentimiento nunca antes imaginado, una alegría nunca antes saboreada, una necesidad de unirse a la tarea de reventar tímpanos. Suplicó y suplicó, pero el chiquillo dijo que eran suyos, que no pensaba compartirlos. No le dejaba otra opción. Lo agarró del pescuezo y le robó los petardos. Acabó en comisaría, entregándose.
     Unas horas después, se encontraba de nuevo en la calle. Un poli le había aconsejado que se alejara de aglomeraciones, niños y petardos. En resumen, que se tomara la vida con tranquilidad.
     Decidió picar algo en una cafetería. Eligió una pequeña, un poco tétrica, con un televisor enorme, apagado. Pidió al camarero cualquier cosa de comer y le trajo coca amb tonyina. En circunstancias normales, se la habría tirado a la cara, pero aquello era una pesadilla, un descenso a los infiernos, el apocalipsis. Nada de lo que estaba viviendo tenía sentido. Y como si fuera un exquisito manjar, la despachó de un solo bocado. El colmo es que le gustó.
     Lo que le convenció de que estaba atravesando una crisis espiritual al más puro estilo del padre Karras en «El exorcista» fue la necesidad de encender la tele de la cafetería. Nunca le había gustado la caja tonta. Siempre había preferido leer a Kafka o Freud. Eran sus autores favoritos. También le fascinaba el cine. Era un apasionado de Akiro Kurosawa. Pero aquella mañana de junio se hincó de rodillas en el suelo adornado con cabezas de gambas y pidió a voz en grito que un alma caritativa conectara el viejo aparato.
     —¿Algún canal en especial? —dijo el dueño del establecimiento con algo de retintín.
     —Pues ahora que lo dice, ¿sería posible ver una buena corrida de toros?
     —Pues claro que sí, hombre, no faltaría más.
     Dos hombres vestidos de blanco lo metieron en un coche fúnebre con una sirena en el techo, no porque quisiera ver la tele, sino por intentar torear una croqueta de jamón.
     Durante el trayecto en ambulancia, Juan supo que aquello no era una crisis espiritual. Se parecía más bien a una evolución de sufrido capullo a descarada mariposa.
     Aquellas fueron las mejores Hogueras de su vida. Al día siguiente, Juan volvió a presenciar una corrida de toros, esta vez en directo, como invitado especial en el palco de honor, escoltado ni más ni menos que por el Alcalde y el Presidente de la Comisión Gestora. Él ya no era él. Era ella. Saludaba con la mano. Sonreía. Se asaba de calor bajo el pañuelo blanco de puntilla de bolillo. Ahogaba todos los poros de su piel con un espeso maquillaje. Sufría los rigores de la felicidad dentro de ese corpiño de terciopelo negro. Los toreros lanzaban orejas al público y cogió una, pero era de un señor con bigote y hubo trifulca.
     La noche de la Cremà lloró como una magdalena porque se quemaba el monumento tras un año de indecibles esfuerzos.
     La opinión pública se pregunta cómo es posible que sucedan estas cosas. Una chica ha aparecido maniatada y amordazada en el maletero de su coche. Según ha declarado, un señor aparentemente amable la obligó a desnudarse y a introducirse en el portaequipajes. Este señor, que se halla en paradero desconocido, se hizo pasar por Bellea del foc toda la jornada sin que nadie se diera cuenta. Ni siquiera sus propias Damas de honor, que mantienen que el sueño y el cansancio tras cinco días de fiesta las inhabilitó para ejercicios detectivescos. El médico que ha realizado el chequeo a la auténtica Bellea afirma que se encuentra bien de salud, aunque los daños psicológicos son irreversibles.


Incluido en la antología Relatos Urbanos. Aventuras en el asfalto (ECU, 2013)

11 comentarios:

  1. ¡Muy bueno, JALR! Me lo imprimiré y lo meteré doblado entre las páginas de Vareanding para no perdérmelo en las relecturas. Sólo estuve una vez en Alicante coincidiendo con San Juan y me encantó, pero claro, vivirlo allí todos los años y con todos los madriletas debe de ser un despipote similar al pedrusco que Sísifo jamás llegó a subir del todo. En fin, ¡un abrazo!

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  2. Jose, espero que las secuelas que suframos tras esta noche de ilusión, de fuego, de humo, de buenos deseos y, esperemos, que de pasión sean reversibles.
    Acabo de despertarme y también tengo la sensación de que algo puede cambiar. Por si acaso, he descartado el Colacao. Café para comenzar este día bien despierta para disdrutar de la metamorfosis... Siempre me encantaron las mariposas.

    Feliz día, sé que en Alicante lo de la playa es toda una fiesta.

    Un abrazo.

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  3. Efectivamente, Álvaro, vivir lo mismo año tras año produce los efectos de la cajetilla de tabaco: ver hogueras mata.

    Un abrazo.

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  4. Algo se cuece en el ambiente, Alicia. Cada uno saldrá metamorfoseado en lo que quiera.
    Yo elijo la locura.

    Un abrazo.

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  5. Eso le pasó por llamarse Juan. Simpático e irónico relato, muy en tu línea, que deja clarísimo que te encantan las Hogueras. Seguro que si lo hubieses presentado a alguno de los concursos literarios que convocan muchas de las comisiones de fiestas con ocasión de esta celebración lo habrían quemado, jajaja...
    Lo curioso es que los alicantinos y alicantinas más cercanos a mí, en estas fechas huyen. Pero siempre se ha dicho que "hay gente pa'tó".
    Un abrazo.

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  6. Jajajajaja... Ya queda poco, José. Pronto serán historias petardos y estribillos Kingafricanos.

    Un saludoooo...

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  7. No me des ideas, Maribel, que yo me presento a los concursos que haga falta, pues soy un diablillo necesitado de travesuras.

    Un abrazo.

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  8. Lo que más me jode de estas fiestas, primo, es la falta de solidaridad. Por eso me voy a la playa a beber. Allí no falta el espíritu cívico.

    Un abrazo.

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  9. Divertida y mordaz metamorfosis, Jose Antonio. ¿No quieres taza?, pues toma taza y media, como suele decirse...Nunca la fiesta de S. Juan fue tan mágica.

    Besos y abrazos.

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  10. Las Hogueras despiertan extrañas e intensas emociones que, pese a ser alicantino, no entiendo.

    Un abrazo.

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  11. Yo, Mari Carmen, estoy más cerca del sufrido currante que las padece.

    Bis.

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