miércoles, 7 de noviembre de 2012

EL VIDEOCLUB



   
     Fui a dejar la película.
     Como tantas otras veces, la abandoné encima del mostrador y, sin esperar su revisión mecánica por parte del desconfiado dependiente, di media vuelta hacia la salida.
     Pero entonces algo me atrapó, sumiéndome en la más absoluta de las perplejidades.
     —¿Qué tal?
     —¿Qué tal qué? —contesté francamente despistado.
     —Pues la película, ¿qué va a ser?
     Le miré de arriba abajo, como se mira la primera cucaracha del verano, e instintivamente traté de huir. Mientras escudriñaba una salida bañado en un sudor frío, tartamudeaba al hablar.
     —Sí... claro... bien.
     —¿Le ha gustado?
     —Muchísimo.
     —¿Y los actores? ¿Qué tal estaban?
     Las piernas amenazaron con dejar de sostenerme. Comprendí de repente la cruda realidad: aquel tipo se había vuelto loco o era novato en el videoclub. Ni siquiera había revisado la película. Y encima iba de tío enrollado. Lo peor en estos casos.
     —Verá, es mi primer día y quiero empezar con buen pie —dijo confirmando mis peores temores.
     «Pues te has lucido, chaval», pensé.
     —Me encanta hablar con la gente y tengo muchas ideas para mejorar el videoclub. Una de ellas es conocer la opinión de los clientes sobre las películas.
     —¡¿Para qué?! —exclamé horrorizado.
     —Para ser útil. Por ejemplo, si un cliente pregunta: «¿Qué tal la última de Van Damme?», yo le cuento qué dicen los que la han visto. Me revienta estar aquí todo el día sin hacer nada.
     «Se te paga por no hacer nada, idiota», pensé. En cambio dije:
     —¿Y tu jefe qué opina de todo esto?
     —No se lo he comentado, pero seguro que le parece genial que simpatice con el público, ¿no cree?
     «No te preocupes, ya le se lo diré yo y te pondrá de patitas en la calle», pensé.
     —Y volviendo a la película, amigo, ¿usted la recomendaría?
     Había recuperado la compostura y decidí afrontar la pregunta con serenidad. Al fin y al cabo, vivimos en un país adulto. El problema es que metí la pata.
     —Encarecidamente.
     —¿Y qué significa esa palabra?
     «¿Qué les enseñarán a los chavales en el colegio?», pensé.
     —Verás, quiero decir que...
     —Espere, creo que tengo un diccionario por algún lugar...
     Traté de disuadirlo, pero no me escuchaba. Y se puso a registrar los bajos del mostrador, dejándome allí solo con mi película.
     Entretanto, se había formado una pequeña cola y yo comencé a sudar tinta de nuevo.
     —Oiga, ¿dónde está el dependiente? —me preguntó una mujer con cara de pocos amigos.
     —En algunos sitios se trabaja —se quejó un señor con bigote.
     —Tengo a los críos solos —protestó una chica joven.
     Estoy acostumbrado a que me ignoren, a no ser el centro de todas las miradas. Decidí cambiar a otro videoclub más discreto en cuanto me fuera posible.
     —Oiga, ¿qué película es ésta, joven? ¿Es buena? —una anciana con un paraguas se atrevió a palparla.
     Yo no sabía qué decir ni qué hacer. Sólo quería que me tragara la tierra. Aquello era un castigo divino o algo así. Juré que nunca más alquilaría aquel tipo de cine.
     —Deja, chaval, ya la dejo yo en su sitio.
     Agarré la película y con la frente muy alta la llevé a su apartada estantería.
     Gracias a Dios, nadie pudo ver que era una de esas... películas... ya saben... de pensar un poco.


Este cuento, que nació solitario, se ha convertido en solidario al participar en la antología A este lado del espejo.

8 comentarios:

  1. Jajajajajajaja... ¿Ves, primo? mucho tratamos el otro día temas como este, como el desconocimiento. Sin embargo, sufrirlo por parte de otras personas tiene su lado positivo. Divertidos relatos como este.

    ResponderEliminar
  2. Qué situación, Jose, jajajaja. Para estos casos no hay nada peor que un dependiente amable...

    Un buen adelanto del libro solidario que espero recibir hoy. Seguro que está lleno de sorpresas.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  3. Desconocimiento o ingenuidad del dependiente, primo, que aún sueña con la utopía de un mundo mejor, aunque le salga el tiro por la culata.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  4. El mundo de los videoclubs es muy soso, Maribel, para este payasete. El libro te encantará; sorprende por su buena edición.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  5. Jose, esto acaso sea una parte del negocio cara al público. Las historias que se pueden generar. Solo hay que saber verlo, extraer la idea principal, darle cuerpo y, por último, escribirlo para disfrute de todos, como bien has hecho tú. Si ademas lo puedes aportar a un proyecto solidario, no se puede pedir más. Bueno sí, también veo que va aumentado la colección de libros con colaboraciones tuyas al margen derecho del blog. Enhorabuena.

    Ya estoy ansiosa por tenerlo en mis manos.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  6. Hay mucha gente que me dice que no le ocurre nunca nada interesante. A mí tampoco. Lo increíble, Alicia, no es lo que ocurre sino lo que podría ocurrir. Esa es una fuente inagotable de historias.
    Gracias también por los ánimos. Voy disfrutando del recorrido.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  7. Ya lo tengo, Jose, y sí me ha sorprendido por su buena edición. Gana mucho "en persona".
    Ahora, a leer.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  8. No mires mucho mi biografía, Maribel; es un poco sui generis.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar