miércoles, 13 de junio de 2018

NUEVO LIBRO A LA VISTA






















En mis cada vez más frecuentes ratos de soledad, me he planteado a menudo la siguiente disyuntiva: si escribimos porque estamos solos o estamos solos porque escribimos. Yo creo que es un privilegio y una tragedia tener a veces como único amigo el papel, pero no me negarán que existen secretos que jamás nos atreveríamos a confesar a nadie. De ahí nace, supongo, la fabulación. Contamos un cuento para hacer más llevadera una realidad demasiado paranormal, para deshacer el nudo de un complejo, para hablar con un montón de gente a solas o, sencillamente, para probar una vida que no hemos vivido.

Resumiendo, un cuento es la forma más directa de decir te quiero. Por eso he querido dedicar no un relato, sino un libro entero a dos amigos que ya no están. Ambos alicantinos. Ambos heridos por la misma espina de la literatura: una, bibliotecaria; el otro, voluntario y lector empedernido. Nunca se conocieron en vida —al menos que yo sepa—, pero ahora comparten dedicatoria.

Tendrán que leer la obra si quieren desvelar este y otros misterios, pero al menos les dejaré con algunos datos. Lo primero, el título para que vayan familiarizándose con él: Trece rosas negras. Ha apostado por mí una editorial de Murcia llamada Tres Columnas. Le agradezco la oportunidad que me brinda porque supone publicar mi cuarto libro, el tercero de relatos.

Si todo va bien, verá la luz después del verano. Hasta entonces, no me queda otro remedio que ir ahorrando para comprar alguna rosa negra —tan raras como inolvidables— que lucir en la presentación.

miércoles, 6 de junio de 2018

LENGUAJE INCLUSIVO
















Escribiendo su crucigrama semanal, Romero se había atascado en la descripción de «ramera». Si la etiquetaba como «mujer pública», el colectivo feminista caería sobre él alegando que todas las mujeres públicas no son putas. ¿Y qué tal «mujer ligera de cascos»? No, algún grupo animalista podría mosquearse. Ni pensar en escribir «mujer fácil», pues la RAE ya había acabado en la hoguera solo por el adjetivo. Se le ocurrió entonces, iluminado por una súbita mala leche, dejar caer la original «mujer púbica». La editora del periódico le preguntó qué «coño» era aquello.