miércoles, 25 de agosto de 2021

ENTRE PASOTAS Y FANÁTICOS

















La vacuna corre alegremente por mis venas y aún no me he convertido en zombi. Sería un buen comienzo para un cuento de terror si no fuera porque andamos más necesitados que nunca de comedia.

Entre junio y julio pasé, igual que miles de alicantinos, por los malogrados estudios cinematográficos de Ciudad de la Luz. Mis sentimientos oscilaban entre el nerviosismo y la ilusión después de tan larga espera. He de decir que el personal sanitario me atendió de maravilla, que apenas sentí el pinchazo y que, por suerte, los efectos secundarios fueron soportables. Solo tengo una queja: la palabra «vacunódromos». Que no somos caballos, oiga.

Desde entonces, no ha cambiado un ápice mi conducta. Sigo llevando mascarilla tanto al aire libre como en interiores. Sencillamente, me parece más cómodo que andarse quitando y poniendo el dichoso trozo de tela. A juzgar por lo que observo en la calle, mucha gente —incluso joven— también ha desobedecido la norma que exime de llevar cubrebocas siempre que se pueda mantener la distancia social.

No soy el único que, como digo, hace lo que le parece más oportuno en una situación excepcional. Para eso vivimos en democracia. Sin embargo, he sigo testigo este verano de comportamientos verdaderamente insólitos. Casi diría que aterradores. Están los dos extremos: los pasotas y los fanáticos. En el primer grupo cabría ese personaje que viaja en autobús con la mascarilla bajada. Porque sí. Porque él o ella lo vale. No le teme a nada ni a nadie. Su egoísmo no tiene límites. Qué quieren que les diga: me gustaría gritarle, pero permanezco mudo. Seguro que tú no te habrías callado. El segundo grupo lo formaría quien vive con miedo: deportistas embozados que obligan a sus pulmones a un ejercicio de masoquismo, gente que nunca sale de casa, que apenas se relaciona, que ni siquiera besa a su pareja. Pronto serán los nuevos Hare Krishna.

Seguramente, nos quedarán cicatrices psicológicas. Hay quien pedirá un certificado de vacunación para dar un abrazo; otros, en cambio, buscamos a nuestros semejantes para no perder el tesoro de la ternura.