Tengo ganas
de largarme de aquí. Igual que la veintena de clientes que hace cola. Aunque
parezca increíble, la puerta vomita sin parar otros incautos que se suman a la
fila. De las tres cajas, solo una está de servicio. La colega de la única
cajera que trabaja —con la parsimonia de un caracol— se marchó a almorzar o a
la peluquería sobre las diez. Son las doce menos cuarto de la mañana. En las
mesas no labura nadie y, para colmo, la directora de la sucursal mantiene
cerrada la puerta de su despacho. De haberlo sabido antes, no habría entrado a
robar. Ahora ya es cuestión de orgullo que me atiendan.
Incluido en la antología del II Certamen Rubric de Microrrelatos.
Hasta los atracos se han devaluado.
ResponderEliminarVamos para atrás.
Quizá porque el atraco a mano armada ya lo perpetran los bancos.
EliminarUn abrazo.
¿Robar en un banco?, si ya no tienen ni dinero, se lo llevan a paraisos fiscales, ahi es donde hay que ir a robar y ya de paso a divertirse con lo que se roba.
ResponderEliminarSaludos
Lo tiene crudo nuestro ladrón. Los clientes, al darse cuenta de su desazón, le dan la calderilla que llevan en los bolsillos.
EliminarSaludos.
Estupendo microrrelato, compañero. ¡Qué grande eres!
ResponderEliminarMuchas gracias. Todo es poco con tal de amenizar la espera de nuestro sufrido ladrón.
EliminarUn abrazo.