miércoles, 27 de septiembre de 2023

EL ESPECIALISTA

















Casi dos años esperando la dichosa cita con el neurólogo. Entramos a consulta con más de una hora de retraso. La última paciente de la lista.

Curiosamente, atienden dos especialistas en lugar de uno. La mujer felicita a mi madre por unos ochenta y nueve años tan bien llevados, lo cual ignoro si es una forma de romper el hielo o peloteo para no llevar a cabo su trabajo. A continuación, me preguntan qué hacemos allí. Parece que no se han leído su historial ni por el forro. Les explico con infinita paciencia que tiene mala memoria. Contestan con un topicazo: eso se debe a la edad.

Para demostrar que se ganan el sueldo, le hacen las dos o tres preguntas de rigor. Las respuestas de mi madre los convencen de su independencia supervisada, de que socializa con amigas de la parroquia y de que, incluso, cose en los ratos libres. También preguntan si quiero añadir algo como en un juicio. Podría contarles que vive obsesionada con que su hermana ha venido de visita, pero mi tía no puede salir de su casa en Albatera: las piernas no le permiten bajar escalones. Podría continuar diciendo que no se va a dormir tranquila si no la visito, que me llama por teléfono para saber dónde estoy, que le repito las cosas cien veces. Sin embargo, callo y sonrío. A ellos qué más les da.

No todo ha sido una pérdida de tiempo. Aún debo dar gracias porque no padece alzhéimer, porque no necesita medicación y porque luego discutiremos con la familiaridad de casi cincuenta años juntos. Solo se oye a la especialista tecleando en el ordenador un informe sobre su estado de salud.

Recuerdo esa escena gloriosa de Patch Adams en la que Robin Williams se da cuenta de que el psiquiatra no le escucha. Entonces comienza a hablarle de sus pedos.


Publicado en la sección Cartas de los Lectores del diario Información (17/10/2023).

lunes, 18 de septiembre de 2023

EL PODER DE LA IMAGINACIÓN


—Daría cualquier cosa por volver a vivir una Feria de Albacete —dijo mientras su mujer recordaba con espanto que era catorce de septiembre: su aniversario de boda.

Obligados por las circunstancias, se les había olvidado por completo la señalada fecha. Improvisaron una cena en un restaurante que acababa de inaugurar.

Estaban completamente solos, pero no sintieron el desamparo que produce un lugar vacío. La camarera iba vestida de manchega. Cuchichearon cuando se hubo marchado. La carta ofrecía desde lomo de orza hasta queso frito pasando por los típicos cascos de patata.

En lugar de emocionarse, el hombre tuvo vértigo. Ella le convenció para que disfrutara. Como aquella vez que subieron al tapiz y él se mareó. Por no hablar de la vergüenza que pasó en la noria porque unos niños se reían de sus gritos.

Pidieron la cuenta y trajeron mojitos. El cocinero, de Pozo Lorente, salió a preguntar si les había gustado la cena. Al pisar la calle, la ciudad en ruinas los recibió con su silencio apocalíptico. Se pusieron las máscaras antigás antes de iniciar el regreso a ninguna parte.

miércoles, 6 de septiembre de 2023

LA MAGA DE LO COTIDIANO




El final del verano está siendo una montaña rusa de emociones de la que no va a ser fácil recuperarse. A la sensación agridulce de vender mi casa de Guardamar se ha sumado el mazazo del fallecimiento de Mari Carmen Azkona, una amiga de Portugalete.

Se puede criticar la tecnología todo lo que se quiera, pero nadie me negará que nos pone en contacto con gente que, de otro modo, jamás conoceríamos. Hace más de diez años, hice amistad con Mari Carmen y Alicia a través del blog La Nieve. No nos limitamos a intercambiar mensajes, sino que, además, viajé varias veces a Bilbao para conocerlas en persona.

Con Mari Carmen tenía la complicidad de la escritura; llegamos incluso a compartir editorial. Recuerdo que una vez charlamos sobre lo incapaces que nos sentíamos de escribir una novela. Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Ha sido un lujo participar a su lado en el concurso semanal de microrrelatos Gigantes de Liliput, aunque me habría gustado ganarle más.

He sentido muchas cosas desde que me dieron la noticia. Rabia hacia una enfermedad que, a menudo, llama dos veces como el cartero; impotencia porque la muerte es un traje que nos viene estrecho aunque esté hecho a medida; alegría porque ha dejado de sufrir. Menos mal que nos queda el desahogo de la palabra.

Siempre me llamaba su querido crápula, aunque ya no soy el golfo de otra época. Quizá nunca lo fui, pero ella se encargaba de recordarme que la verdadera golfería consiste en hacer magia de lo cotidiano. Seamos magos en su memoria.