miércoles, 18 de septiembre de 2024

LA HISTORIA DE PEQUEÑO


En el año 1997, Enrique Bunbury publicó «Radical Sonora». El disco fue mal acogido por un sector del público fanático de Héroes del Silencio y el resto no entendió esa deriva hacia la música electrónica. A mí me pareció un giro muy refrescante. Me lo compré después de pasar más frío que un esquimal cogiendo oliva en el campo de mis suegros.

Para recuperarse de su fallido debut en solitario, Bunbury decidió publicar un disco más y, en caso de que no funcionara, abandonaría la música para siempre. El álbum se llamó «Pequeño», salió a la venta el 6 de septiembre de 1999 y su primer sencillo era El extranjero: «Una barca en el puerto me espera / No sé dónde me ha de llevar / No ando buscando grandeza / Solo esta tristeza deseo curar». En nuestro viaje de bodas por Rumanía, el conductor del microbús nos dejó poner la canción. Realmente, impresionaba escuchar esos violines mientras atravesábamos los Cárpatos. El artista se sentía un extraño en su propio país, pero, aun así, no dejó de intentarlo.

A día de hoy, «Pequeño» me sigue pareciendo una obra maestra. Todas las canciones están guiadas por un afán de claridad, supongo que para alejarse lo máximo de los mensajes crípticos de Héroes del Silencio. El leitmotiv del disco podría palpitar en la nostálgica ¿Dudar?, quizás: «Pero sé que si me das / Un poco de tu cariño / Lo demás no va a importar». Cuando Enrique empequeñece, se agranda como ser humano. Nunca ha vuelto a escribir unas letras tan cercanas, humildes y profundas. Enrique nunca ha vuelto a ser tan Enrique.


miércoles, 4 de septiembre de 2024

MANDERLEY


Mi Manderley es Guardamar y regreso en sueños a los aromas de la infancia. La casa de la calle San Pedro está llena de todas las personas que la habitaron y, algunas noches, como en el hotel Overlook, los fantasmas celebran un conciliábulo que molesta a sus actuales propietarios.

Mis tíos se pasean por el piso de abajo. Angelita enchufa la televisión para ver la telenovela del momento: «Cristal». Juan me ha enseñado a disparar una escopeta de balines. De repente, suena el timbre de la puerta. El primo Antoñico viene de visita: su talante alegre hace que se le quiera como a un soplo de aire fresco. Cantan las chicharras. La tarde declina con esa languidez propia del verano. Sacamos unas sillas a la calle. Por la camisa abierta, asoma la prominente barriga de mi padre.

Si los sofás del salón hablaran, contarían el amor que derroché con Sandra. Besos de nube, de reencuentro, de deseo, de despedida, de comerse a besos. Nos quisimos tanto que acabamos odiándonos.

Poco a poco, la casa se quedó vacía. Las horas pasaban con una lentitud feroz. Llevaba a mis hijos a la playa por la mañana y la abuela los secuestraba al atardecer para arrastrarlos a la iglesia.

Cuando Angelita murió, mi tía de Albatera se lució diciendo que había dejado un hueco muy grande. Siempre fue ancha de carnes y alegre de espíritu. Nunca volveremos a Guardamar, pues se ha convertido en un teatro de sombras. Hasta los desconchones de las paredes me recuerdan que la felicidad está junto a las personas que quieres.