Mi padre utilizaba algunas palabras que se me han
grabado a fuego en la memoria afectiva. Además, les daba un sentido muy
peculiar. Cuando algo encajaba como anillo al dedo, tanto personas como
objetos, no era solo un descubrimiento. Se trataba de un «hallazgo». En lo que
respecta al buen yantar, solía preguntarme después de una comilona si me había
quedado «tort» (tuerto) o «cego» (ciego). Aunque nació en Almoradí, donde se
habla el dialecto murciano, estos términos denotan sus raíces valencianas. José
Antonio López Quinto también poseía un sentido del humor absurdo que yo he
heredado. Así pues, le decía a mi madre que le diera la «chorrada» por el puro
placer de la imprecisión léxica.