miércoles, 21 de diciembre de 2016

DESIDERATA


      
     Querido Santa Claus:

     Me llamo Angelita García. Tengo 69 años, soy de Alicante y estoy viuda desde hace una década.
     Verá, yo no creía en usted hasta que empezaron con todo eso del Halloween. Antes, cuando era niña, yo soñaba con los Reyes Magos. Luego me enteré de que detrás del asunto estaban los padres y me pillé un cabreo de muy señor mío. Recuerdo que estuve sin hablarles una semana, como se lo cuento. De joven, mis ilusiones estaban puestas en mi marido. Se llamaba Ventura, pero no tuvo suerte. Se lo llevó una enfermedad tan larga que cuando falleció me alegré, mire lo que le digo. Y después del funeral fui al bingo a gastarme los cuartos en las máquinas tragaperras, pero ni siquiera estas me devolvieron otra cosa que calderilla. Al menos, disfruté de lo escandalizadas que estaban las comadres del barrio, cuyos maridos se quedan sordos por no oírlas. A día de hoy, creo en el presente. Y como la juventud bebe los vientos por lo americano, se me ha ocurrido que podría escribirle a usted.
     No quiero pedirle nada para mí. Tengo una aceptable pensión, una salud repleta de achaques y un nieto que, de uvas a peras, viene a regalarme un maravilloso dolor de cabeza.
     Yo sé que usted no hace milagros, sino más bien lleva la ilusión a los más pequeños. Reconozca que los adultos somos niños que esperan algo en el fondo de unos trajes demasiado grandes, quizá recuperar la inocencia sin perder esa sana picardía.
     Pues bien, no me tome por loca si le pido que mi bibliotecaria vuelva pronto. No sé qué libro elegir si ella no me recomienda alguno, no tengo con quién hablar de lo pedante que resulta tal autor, no duermo pensando en el tipo agrio que han traído de repuesto. Unos dicen que le ha tocado la lotería y tiene barra libre en Cancún. Otros aseguran que, dado el precio de la vivienda, se ha instalado en una cueva en la Serra Grossa.
     Yo sé que tomará en consideración mi desiderata, estimado Santa Claus. Feliz Navidad.

# dedicado a María Luisa

jueves, 15 de diciembre de 2016

ANIVERSARIO






















Se cumple estos días exactamente un año de la publicación de Pelusillas en el ombligo (Lastura, 2015). Cuando miras un libro propio con la perspectiva del tiempo, te asalta la duda de si mereció la pena. Es evidente que se podrían haber escrito mejores historias, pero la perfección se me antoja imposible a la par que aburridísima.
            
Siempre recordaré la cara de incredulidad de mis padres cuando les hablaba del libro. «No pueden haber cuentos tan cortos —se negaba a creer mi madre como santo Tomás—, déjame ver.»
            
Tal vez fue demasiado pretencioso aprovechar los microrrelatos de cierto concurso, sobre todo porque la mayoría no superaron la dura criba del juez. Sin embargo, queríamos dar una nueva oportunidad a algunos que nos parecieron injustamente menospreciados. Curiosamente, los más populares entre el público. Baste uno como ejemplo: «Soy la caña, dijo en la primera reunión de Alcohólicos Anónimos.»

¿Genialidad? ¿Disparate? Nunca lo sabremos. Si Podemos ha conseguido abrir una brecha en la política española, quizá no sea tan descabellado rebelarse contra los cánones establecidos, intentar por una vez algo que no suene a lo de siempre.


jueves, 8 de diciembre de 2016

EL GORDO




Suelen quedar los viernes a la salida de la fábrica. «¡Qué ganas de que me toque el Gordo!», dice Lidia mientras toma una cerveza acodada en la barra. Belén, apurando el café, se encoge de hombros. Marta pide un nuevo cubata y, mirando con picardía a las dos, replica: «Qué asco, por Dios, a mí que me toque uno delgado».


miércoles, 30 de noviembre de 2016

IGUALDAD


















Al pasar por la puerta de Mercadona, mi hija pide ir un momento al servicio. Espero en la calle. Sale con cara de alivio. Dice: «No entiendo por qué hay un baño para chicas y otro para chicos». Llueve en Alicante, algo tan raro que merece un titular en el periódico. Contesto que a mí también me parece una chorrada.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

NUEVA NOVA


Si pienso en mi geografía vital, llego a la conclusión de que he viajado poco y soñado mucho. La calle de mi infancia, Ricardo Oliver Fo (a punto de perder el nombre por el tema de la Memoria Histórica), pronto fue sustituida por la de mi adolescencia, tan solo a un par de manzanas: Plus Ultra. Para quien no lo sepa, la palabra proviene del latín y significa «más allá». Dio nombre al hidroavión que realizó por primera vez un vuelo entre España y América en el año 1926. También es el lema del escudo de España. En la época convulsa de la Universidad, mis padres decidieron cambiar a la calle Monforte del Cid, no sé si porque sospechaban mis veleidades literarias o, más bien, porque mi madre quería vivir frente a una iglesia. Aquí he echado raíces: unas veces volaría el campario con dinamita, otras agradezco que me despierte para llevar a los chavales al colegio.



Hace poco, sin embargo, se ha producido una novedad en este nomadismo —léase con ironía— que ha sido mi vida. He regresado a la calle de mi adolescencia. No al mismo número, sería demasiada potra. Nací en el año 74 y, por uno de esos caprichos del azar, he trasladado mi academia al número 47 de la calle Plus Ultra.



La academia ha estado durante la friolera de diecisiete años en el tercer piso de la calle Monforte del Cid. Yo vivo entre el segundo y el tercero. No puedo negar que ha sido muy cómodo subir a trabajar. No había posibilidad de llegar tarde. Ahora bien, reconozco que necesitaba separar espacios. Por las noches, cuando todos los chavales se habían largado, la academia se convertía en el refugio del escritor. En medio de esa soledad buscada, de repente me asaltaba la angustia de que una historia con tal o cual alumno se hubiera quedado pendiente. Lo peor de todo era la certeza de que jamás resolvería el nudo con un buen desenlace. Ese enano de mi memoria se habría convertido en un hombre o una mujer. Y me podría pegar una hostia o dar un beso, quién sabe.






La nueva Academia Nova es un sueño hecho realidad. Mi mejor cuento sin duda. Sencilla, práctica y coqueta. Aún quedan detalles pendientes de resolver, por supuesto, pero a la gente le encanta. Hasta mi perra, Candy, ha encontrado un hueco para ella en su corazón. Tiene forma de patio. Allí roe las horas en compañía de un hueso imaginario. Espera que mi mujer y yo terminemos de dar clase.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

UNA IDEA ORIGINAL



     No había tenido una sola idea original en toda su vida.
     De crío pensó que no le pasaría nada si metía los dedos en el enchufe. De mayor pensó que no le pasaría nada si tocaba las tetas de Ana. De anciano pensó que no le pasaría nada si se quitaba aquellos goteros y se marchaba tan campante de aquel hospital.
     Pero sí pasó. De crío recibió una sonora bofetada de su pobre madre. De mayor recibió una sonora bofetada de su novia. De anciano recibió una sonora bofetada de su hijo. En aquellos momentos decisivos, supo que les importaba, pero, al mismo tiempo, hubiera deseado algo más sutil y menos doloroso.
     No había tenido una sola idea original en toda su vida hasta que tuvo una. Pensó que no quería morirse en aquel manicomio sin haber probado todas aquellas cosas de nuevo.
     Al primer descuido, se tragó todas las pastillas de aspirina de su mesita de noche blanca. Todos pensaron que tenía tendencias suicidas, pero nadie tuvo la idea original de considerarle una especie de iluminado. Alguien que viaja a través del tiempo al corazón de su más tierna infancia sin necesidad de peyote con el objetivo de rendirle un digno homenaje.
     Al segundo descuido, alquiló una puta. La pillaron saliendo de su dormitorio. Nadie de la familia se explica muy bien cómo la pagó porque no tenía monedero ni tarjetas de crédito. A ninguno se le ocurrió pensar que la muchacha no era una pelandrusca, sino una alumna de la facultad que compartía piso con otras dos... chicas, se financiaba sus estudios y, de cuando en cuando, aceptaba ese tipo de trabajitos. Por eso no tuvo reparos en cobrar por sus servicios un diente de oro de su difunta esposa. El viejo pensó que era el mejor homenaje que le podía hacer. Ella tenía el raro don de ser la más beata en la iglesia y la mayor puta en la cama. Solía decir que la mujer devota no tenía por qué ser una castrada.
     Al tercer descuido, secuestró a la enfermera tailandesa que le tomaba la temperatura rectal. Como en las películas pidió un vehículo para huir del edificio con la rehén, pero a diferencia de las películas consiguió, por mediación de su familia, que le dejaran marchar.
     Podría haber ido a cualquier parte, pero no hubiera llegado muy lejos. La enfermera tailandesa le miraba con una mezcla de compasión infinita y sagrado temor por las limitaciones de su improvisada mordaza. Igual que la puta. Pero ambas sabían que no les haría nada.
     Soltó a la chica y se fue directo a casa.
     Después de tanta exhibición, a su familia no le costó comprender que un hombre sano no puede acabar sus días en un hospital. Y menos en un asilo.
     Nunca más tuvo una idea original.
     Durante meses se mantuvo al margen. Pensó que le pasaría algo terrible si cogía a su nieta en brazos. Se equivocó de nuevo. La niña se abalanzó sobre él y le dio un sonoro beso.


Atlantis, 2009

miércoles, 9 de noviembre de 2016

TRUMP

















En sus primeras palabras ante miles de simpatizantes estuvo a punto de decir «ha sido trampa, una vil y sucia maniobra del partido demócrata para alejarme del poder, voy a denunciar el fraude electoral», pero en el último segundo vio por el rabillo del ojo el abrigo de su esposa, valorado en más de doce mil dólares, y reaccionó diciéndose: «What the fuck, I’ve won!». Entonces se permitió el lujo de ser conciliador en su discurso. Ya tendría tiempo de aplastar a esas cucarachas de inmigrantes y mujeres.

domingo, 30 de octubre de 2016

ALETEO NOCTURNO

















En el pueblo circulan leyendas que ponen los pelos de punta. A pesar de los consejos de su madre, Clotilde es una joven deseosa de experimentar sensaciones nuevas. Se dirige a la ventana, la abre de par en par, respira el aroma a jazmín de la noche. Luego, ya acostada en el lecho, retira su camisón hasta dejar un hombro al aire. No contenta con el reclamo, decide ofrecer medio pecho a la supuesta criatura que dejó completamente desangrada a su infeliz prima. Desde pequeñas, fueron rivales en todo. Así de coqueta la vence el sueño.

Un aleteo poderoso alcanza con parsimonia de caracol el alféizar de la ventana, pero Clotilde despierta muerta de frío y corre a clausurar el cuarto. Ni siquiera presta atención al rostro pegado al cristal. Una mueca cruel dibujan sus labios cetrinos.

—Prima… —susurran esos labios sin vida.

Clotilde ya ronca como una mala bestia cuando dos colmillos relucen a la luz de la luna, reculan y un batir de alas se bate en retirada.


Más historias escalofriantes en el blog de Charo Cortés.

sábado, 22 de octubre de 2016

EL SEÑOR (11)
























—Estoy más aburrida que una ostra —comenta Nuria.

Nuestro pequeño piso de alquiler se ha convertido en un refugio pero también en una cárcel. Desde que hablé con el mayordomo, tenemos cuidado de no llamar la atención. Recuerdo claramente sus palabras: «La invisibilidad es un don, pero también puede destruirte con la facilidad que cae un castillo de naipes». No se refería a él, claro está, un simple sirviente con la preciosa virtud de saber guardar un secreto.

—Salgamos a pasear —propongo.

—Pero sin hacer tonterías —advierte Nuria—, que aún no me he quitado de la cabeza lo que te dijo el mayordomo.

Sebastián entró al servicio del señor cuando el aristócrata aún tomaba una copa de jerez todos los días. Sentado en su querido sillón orejero junto a la chimenea encendida, vaciaba la copa y se le desataba la lengua. En una de esas ocasiones, le contó el motivo por el que no salía nunca. Había gozado de todos los placeres habidos y por haber. Había, incluso, cambiado el curso de la historia reciente. Se sentía exhausto y, al mismo tiempo, culpable de que su poder de volverse invisible le hubiera dominado. Para librarse de la herida luminosa, debía legarla a un mortal capaz de merecerla.

Me escogió a mí.

Una mujer sería más prudente.

La luna llena lame con su luz las aguas del puerto. Lanzo piedras contra una quietud que asusta.

—¿Te das cuenta de que se nos puede ir la olla como a Michael Jackson con la fama? —interrumpe Nuria el chapoteo.

—Nada malo sucederá si permanecemos juntas.
            
En el fondo, intuyo que cuando a mi amiga se le pase el susto volverá a las andadas. Añora cometer actos impuros.

miércoles, 12 de octubre de 2016

EL SEÑOR (capítulos 6-10)



6

     Mientras Nuria decide ir a robar al Corte Inglés —vaya ocurrencia—, yo opto por darle a la invisibilidad un fin más provechoso. Nos ha desvelado el ruido de la ducha a las ocho de la mañana. La amiga que alojó anoche a este par de pájaras es conserje en un edificio oficial.
     Al tomar conciencia de mis, llamémoslos así, poderes, creo que una responsabilidad nueva me llama a ejercer de cicerone. Usted, lector, será el visitante privilegiado de este museo del hombre.
     Camino sin prisa, disfrutando del paseo por la ciudad. No hace ni frío ni calor, sino un clima benigno que no presagia nada bueno. Al principio, esquivo a los transeúntes como una persona normal. Cuando caigo en la estupidez de mi acto, me echo a reír. Más de uno se gira con temor hacia el vacío, y acelera la marcha.
     Entro en el edificio donde, en unos minutos, comenzará la rueda de prensa. No cabe un alfiler en el salón. El hombre de la barba rala comparece ante los medios para hablar de las medidas que su gobierno va a tomar, a partir de ahora, para atajar los casos de corrupción.
     Cuando anuncia la tercera norma, tan tibia como las dos anteriores, se queda congelado en la frase «habrá tolerancia…». Con un gesto de dolor infinito en la cara, acierta a decir aún «… cero». Los fotógrafos inmortalizan lo que podría resultar, con suerte, un infarto en directo.
     Aflojo un poco la presión en los testículos, no sea que se desmaye sin terminar su discurso. Mira a todas partes asustado. Suda copiosamente. La vicepresidenta le ofrece un vaso de agua.
     Después de beber, dice lo que le he susurrado al oído que diga. Lo repite varias veces para que no exista ningún género de duda.
     —La única medida efectiva contra la corrupción es que, de aquí en adelante, una mujer asuma el gobierno.

7

     Oigo pasos en el piso. Estoy lavándome el pelo en el baño y me asomo al pasillo a ver quién es. Aparentemente no hay nadie en el recibidor. Juraría que alguien intenta pasar desapercibido como un yonqui en una convención de metadona. El sonido de unos botines se aleja dejando gotas de sangre en el parqué.
     Me coloco una toalla a modo de turbante. Al entrar en la cocina, dos detalles captan mi atención: una fregona apoyada en la pared y mi amiga Nuria con una fea herida en la mano. Su cara refleja miedo.
     —¿Se puede saber qué carajo te ha ocurrido? —pregunto elevando la voz sin querer.
     —Solo es un rasguño, Tina.
     Después de realizar un vendaje más bien cutre, preparo una infusión de frutas del bosque para cada una.
     —Atravesé el escaparate —relata Nuria— sintiéndome como un fantasma en un castillo encantado. La diferencia residía en que el Corte Inglés se encontraba abarrotado a esas horas. La gente contempló atónita libros cuyas páginas pasaban solas, colchones que se curvaban hacia abajo sin explicación, patatas fritas que eran masticadas ruidosamente por mandíbulas imposibles. Corrió la voz de un poltergeist haciendo de las suyas. Cundió el pánico.
     —No me extraña —interrumpo el relato.
     Recojo las tazas y regreso con un par de vasos de whisky.
     —Un vigilante con sangre fría —prosigue Nuria— trató de detenerme mientras robaba un anillo. No hice caso y sacó su pistola. Abrió fuego.
     En ese momento llaman al timbre y las dos damos un respingo.
     —¿Quién? —pregunto por el telefonillo.
     —Tu marido.

8

     Pedro, mi marido, se ha quedado con cara de gilipollas. No encuentro un término mejor para describirlo.
     En cuanto ha entrado por la puerta, Nuria ha pretendido dejarnos a solas para que hablásemos. Sin embargo, yo he preferido que esté presente. Pedro se ha pensado lo peor, pero le he tranquilizado al respecto con una caricia en la mejilla.
     Me ha mirado sin comprender nada cuando he llenado un vaso hasta arriba y, a continuación, le he pedido que se lo bebiera.
     —Es whisky. Sabes que no bebo —ha dicho.
     —Bebes o no hay historia —ha afirmado tajante Nuria.
     He comenzado por el principio: el trabajo en casa del señor y las extrañas visitas nocturnas. Luego he explicado de la mejor manera posible el raro poder que me ha transmitido el anciano aristócrata, y la posibilidad que tengo de convertir a otros en invisibles. En este momento, Pedro ha soltado una risotada. Al cabo de un instante, ha añadido:
     —Mira, no me cuentes milongas. Soy tu marido. Estoy preparado para lo que sea: te has metido en una secta, sois lesbianas, un tumor. Lo que sea.
     Me he sentado en sus rodillas y, tras posar un beso en sus labios, le he arrancado un botón de la chaqueta. Pedro se ha puesto de pie y ha empezado a buscarme frenéticamente. Luego ha zarandeado a Nuria para que le dijera dónde me había escondido. Finalmente, ha gritado mi nombre.
     —Calla. Me vas a dejar sorda —le reprocho quedamente—. Además, me has tirado al levantarte con tanta brusquedad.
     —Coño, Tina, es que te has vuelto invisible de verdad.
     Con hilo y aguja, mi amiga acaba de coser el botón. Pedro toca mi cuerpo como si me viera por primera vez.

9

     —No lo entiendo.
     Tina me ha pedido que le explique a Paco la situación, pero suavizando todo lo posible. Por el salón de su casa parece que haya pasado un ciclón. El desorden es palmario. Nuria solía tener la vivienda tan impecable que ha convertido a este hombre en un drogadicto de ella. En cuanto a su aspecto físico, la cosa no pinta mejor. Barba de varios días, manchurrones de comida en la camisa, olor a alcohol en el aliento.
     Le he dicho —intentando sonar convincente— que las chicas han decidido tomarse unas vacaciones porque a Tina le ha tocado un pellizco en la lotería.
     —No lo entiendo —ha repetido—. Uno se pasa la vida trabajando como un burro para que, al mínimo descuido, se larguen por ahí a gastarse un dinero que también es nuestro.
     —Bueno…
     —Quería decir tuyo, perdona.
     Le pongo la mano en el hombro, tratando de infundirle los ánimos que he perdido. Tina ha fracasado en el intento de convertirme en humo, de lo cual se deduce que los tíos lo tenemos chungo para ser invisibles. Quizá me pesan demasiado las pelotas.
     —Las dos han prometido —afirmo inspirado— que, a la vuelta, nos invitan a un restaurante caro.
     —¿Y dónde han ido? —se interesa súbitamente.
     —Marruecos.
     Pide que me quede un rato y vemos la tele. No puedo negarle un poco de compañía. Al cabo de un instante, posa su cabeza en mi hombro y se abraza. El cabrón duerme como un niño.

10

     Por supuesto, no estamos de viaje en Marruecos. Hemos alquilado un piso en otra ciudad mientras aclaramos las ideas. Pedro no me agobia con demasiadas llamadas, pero sé que lo está pasando mal. Por un lado, vela por un Paco cada vez más inquieto y desorientado. Por otro, acude al trabajo con toda la normalidad que las circunstancias permiten.
     Nuria, en cambio, ha pasado de ser la típica ama de casa que pide permiso para echar un polvo a convertirse en una devoradora de hombres sin complejos. Utiliza la invisibilidad para salir de casa de sus amantes en los momentos más inoportunos. Nunca la han pillado hasta ahora.
     Ya no he vuelto a meter mano en política, pues desde que hay una presidenta del gobierno la corrupción no ha aumentado pero tampoco ha sido eliminada por completo. En cambio, he meditado largamente cuál debe ser mi siguiente paso.
     Esta tarde, he visitado al mayordomo del señor. Nunca pensé que volvería a poner los pies en esa casa. Contra todo pronóstico, se ha mostrado de lo más amable. Incluso se ha disculpado por haberme despedido. Mientras tomábamos el té en una salita, un carrillón me ha sobresaltado al dar las cinco en punto.
     No me he atrevido a contarle lo que pasa.
     Él ha lamentado tener tanto tiempo libre. No deja de ser curioso. Según el testamento del señor, seguirá cobrando sus honorarios mientras viva con la única condición de mantener el hogar habitable.
     Antes de que el crepúsculo ahogara el último rayo de sol, el mayordomo ha hecho una pregunta reveladora:
     —¿No tienes a veces la sensación de que, aunque lo puedes todo, no puedes hacer nada?
     Me he vuelto hacia él y, por primera vez, lo he mirado a los ojos.

miércoles, 5 de octubre de 2016

PIZZA CUATRO QUESOS



¿Cuál es el queso favorito de Pedro Sánchez? Camembert hoy podría ser president. ¿Y el de Rajoy? El emmental, querido Bárcenas. Pablo Iglesias no come queso porque es vegano. En cuanto a Rivera, está entre el azul y el de bola.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

EN CLAVE DE CUENTO
























Llevo tiempo buscando un hueco en la agenda para dar una noticia que me hace mucha ilusión. No, no voy a ser padre.

Un domingo, revisando el correo electrónico, me topé con un mensaje de CLAVE (Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios). En el mismo, su presidente —Juan Luis Bedins— me proponía convertirme en socio del prestigioso grupo. Uno de los pocos requisitos que debía cumplir era haber publicado, al menos, dos libros.

CLAVE organiza cada año los Premios de la Crítica Valenciana, que en su modalidad de narrativa ha ganado en 2016 la eldense Elia Barceló por La maga y otros cuentos crueles.

Acepté la invitación, por supuesto. Desde entonces, recibo puntual información de seminarios, concursos, entregas de premios y presentaciones en la Comunidad Valenciana. Gracias por contar con este humilde cuentero.

domingo, 18 de septiembre de 2016

MADRID LÚGUBRE




Viajar es un acto de libertad que rompe la monotonía y conecta con el niño que llevamos dentro. Sin embargo, este año lo tenía complicado para huir del mundanal ruido. Una renovación de mi negocio me absorbe el tiempo y el espacio. Quedar finalista en el Premio de Cuento Corto «Madrid Sky» nos dio la excusa perfecta para coger —mi mujer no quiso perdérselo— un par de días de vacaciones.

Sobre mi mesa de escribir se amontonan billetes de tren, cuentas de restaurante y una amplia variedad de tiques. Pensar que nuestro paso por el mundo deja un rastro de papeles tan inútil es como para solidarizarse con el triste destino de los árboles.

El autobús de línea era una auténtica nevera aquel 30 de junio a las nueve de la mañana. Menos mal que había guardado una camisa de manga larga en la mochila. En el tren la temperatura cayó como si se fuese a manifestar un fantasma, de modo que a los pocos minutos iba tan abrigado que parecía un esquimal. Pronto el traqueteo me sumió en un dulce letargo. Al cabo de una hora, decidí tomar un café en el coche-bar. Allí espabilé bastante, sobre todo con el precio de la consumición. Me sentía algo inquieto por el acto literario al que asistiría por la tarde, pero me inquietaba más el tremendo catarro de mi mujer.


La última vez que estuve en Madrid fue para firmar ejemplares de Vareando nubes en la Feria del Libro. Es una ciudad cosmopolita, pero a poco que culebrees por alguna de sus callejuelas respiras el ambiente castizo de cualquier pueblo de España. Eso te hace sentir uno más aunque provengas de Marte.

El hotel, a tiro de piedra de la Puerta del Sol, insinuaba por fuera una casa de citas. Sin embargo, el interior estaba reformado. Las habitaciones tenían nombre de provincias de Galicia. Nos tocó La Coruña. No sé qué me gustó más: las cuatro camas, la nevera con bebidas gratuitas o la ducha con hidromasaje. Quizá el silencio. No se oía ni el vuelo de una mosca.

Desperté de la siesta con la sensación de que iba a asistir a un juicio por escribir chorradas en un papel. Me vestí con pantalón largo, pero deseché la corbata por mucho que sea un excelente motivo literario para la escritora Maribel Romero. Mi mujer me acompañó al acto con la secreta esperanza de escabullirse para ir de compras.




Subí la escalinata del viejo edificio tan deprisa que llegué casi sin respiración. En la puerta esperaba uno de los organizadores. Dijo mi nombre como si nos conociéramos de toda la vida y me estrechó la mano. En el salón se había congregado una cantidad respetable de personas. Una de ellas me indicó mi asiento.

No tardó en dar comienzo la ceremonia. Los presentadores, sudorosos por la falta de aire acondicionado, llamaron a los cinco primeros sospechosos a declarar a la tarima. Nos sentaron en cinco sillas iguales y nos interrogaron uno a uno para conocer nuestra versión de los hechos. Mi pregunta, si no recuerdo mal, fue qué esperaba llevarme de aquel viaje. Muy listos. El secreto de la tortilla de patatas, por supuesto. He de admitir que la lectura de mi cuento me pareció fenomenal. Dudé de haberlo escrito yo.

Hubo un breve descanso que aproveché para charlar en el pasillo con una chica de Logroño y un profesor de Valencia, tan ansiosos como yo de que los jueces dictaran sentencia. Ella ganó el premio poco después con un relato sencillo y directo. Era uno de mis favoritos. No comprendo a los cuentistas que se regodean en el lenguaje poético y descuidan la historia. Tan importante me parece lo que se cuenta como la forma de contarlo. El jurado destacó de 
«Besos lúgubres» el conseguido ambiente gótico y ese tiempo presente que en realidad es pasado.
 

 


Salí a la calle con la sensación de haberme quitado un enorme peso de encima. Tenía toda la noche para respirar a pleno pulmón el aire viciado de la capital, comer cualquier guarrada y perderme entre la muchedumbre. Con una especie de hemorragia verbal, comenté con mi mujer los mejores momentos de la ceremonia. Ella aún buscaba tiendas abiertas. Coincidimos en que el instante más divertido fue cuando la ganadora, sin saberlo aún, admitió que había presentado a concurso un cuento reciclado al que le había cambiado el principio para adaptarlo a las normas. Cosas del directo.

Al día siguiente, la perspectiva de deambular por el centro de Madrid me sacó de la cama. Una vez en la calle, mi mujer se dirigió a una tienda de maquillaje natural. Yo di una vuelta por la sección peliculera de una conocida franquicia. Compré «Night of the demons 2». La escena inicial en la que una pareja de testigos de Jehová lleva la palabra de Dios a un demonio no tiene desperdicio. Después, si no recuerdo mal, visité una disquería. Buscaba algo de Cecilia para mi padre, con el inconveniente de que el buen hombre sólo escucha casetes. No lo encontré.

No visité ningún monumento aquella mañana ni cogí mapa alguno de la ciudad. En cambio, dejé vagar la mirada por los limpiabotas, las prostitutas y el bullicio en general. Tan despistado andaba que no me comí un semáforo de milagro. Luego, en el restaurante hindú, una cara familiar llamó la atención de mi pareja. Era Roberto Enríquez, más conocido como Bob Pop por su participación en el programa de Andreu Buenafuente «En el aire». Harto de que los camareros no le hicieran caso o sufriendo por si me torcía el cuello de tanto mirarlo, el tipo se largó.

Por la tarde, abandonamos el hotel cargados de maletas y un poco de nostalgia. Madrid, como una hembra posesiva, nos retuvo algunas horas más en su estación de tren. Para hacer la vuelta más entretenida, escuché «El poeta Halley», lo último de Love of Lesbian. No podía faltar en el marco de las celebraciones del día del Orgullo Gay. Espero que en un futuro carezcan de sentido. Será síntoma de que hemos avanzado como sociedad hacia la plena aceptación de sus lobos esteparios.
 

miércoles, 7 de septiembre de 2016

AIRE




Huí de casa a una hora intempestiva, sin una miserable causa racional para hacerlo. Me mezclé con la multitud sin sospechar, al principio, el motivo que congregaba a tanta gente. El aristocrático porte de las navajas o la brutal belleza de una berenjena de Almagro no dejaban lugar a dudas. Estaba en la ciudad blanca. Entonces sucedió algo tan desagradable que me estremezco al recordarlo. Una mujer con un carrito de bebé pasó a través de mí. Yo era poco menos que aire. Me palpé para comprobar mi consistencia. Seguía siendo un joven que se casaba al día siguiente. Una monja se acercaba rápido, pero en el último instante la esquivé. No pude evitar que me atravesara un niño abrazado a un peluche gigantesco. Subí gratis a una de esas atracciones que te ponen boca abajo. Alguna ventaja tenía que tener una situación tan grotesca. Allá arriba, el rostro de mi joven compañera de asiento oscilaba entre el pánico y el placer. Se desgañitaba para tratar de frenar la caída libre. Cogí su mano durante unos segundos interminables porque, a quién quiero engañar, ni de fantasma logré que el miedo desapareciera. De nuevo en tierra firme, eché a andar con paso vacilante. Llegué a donde todos dormían, incluso yo. Me acoplé lo mejor que pude al cuerpo. La tarde de mi boda, frente al sacerdote serio, en vez de dar el «sí, quiero» dije «sí, vuelo». Ella disimuló diciendo: «Yo también vuelo».


miércoles, 24 de agosto de 2016

SOLO PARA LOCOS
























Uno de los hallazgos de este verano de tiempo inusualmente fresco ha sido la cantante Virjinia Glück. Hacía años que alguien no me sorprendía tanto desde el punto de vista musical y estético. Embruja su peculiar forma de cantar y ese elegante directo que, en su puesta en escena, no deja un solo detalle a la improvisación.

El talento de la madrileña para crear paisajes sonoros ricos en matices ha tenido una recepción algo fría por parte del público. Puede que ese genio injustamente infravalorado sea lo que más me atrae de la artista. Sólo ha publicado dos álbumes hasta la fecha: Entre ánimas (1996) y Una habitación propia (2000). Del disco de debut sorprende esa voz tan aguda que hace estallar las copas de cristal. En mi opinión, se pasa de histrionismo. Destacan canciones como «El aeróstata» y «El cielo queda atrás». El siguiente trabajo huye de la extravagancia, pero los ritmos electrónicos tampoco terminan de encajar en una de las voces más personales de nuestro país. Mi canción preferida es «El fantasma enamorado».

En más de una década de silencio, Virjinia Glück se ha dedicado a otra de sus grandes pasiones: la pintura. Por fortuna, ha grabado recientemente dos conciertos que resucitan a una cantante madura en lo vocal y con un dominio absoluto del escenario. El primero de ellos para un programa de Antena 3 llamado «Únicos». Nunca mejor dicho. El segundo, hará un par de años en el espacio de la Sexta «En clave de noche». Este último me dejó tan hechizado que decidí escribir estas líneas.

Estos directos ofrecen la oportunidad de deleitarse con una cantante singular, imaginativa, lunática. Además, aportan canciones nuevas y versiones mejoradas de los viejos éxitos. Su repertorio hace las delicias de los espíritus lúgubres al tratar sobre almas en pena, pactos con el diablo, amores truncados por una muerte violenta o viajes maravillosos. Como ocurría con Héroes del Silencio, la odias o la amas. No tiene término medio.

En 2004, Virjinia Glück colaboró haciendo coros en el disco de Bunbury El viaje a ninguna parte. Quizá se le pegó algo del espíritu cabaretero del maño. El aragonés errante suele reinterpretar cada cierto tiempo sus canciones más antiguas.

Esperemos que pronto vea la luz un nuevo trabajo de esta Alicia en el país de las radiofórmulas. Si no llega jamás, al menos que nunca nos abandone la locura.



jueves, 11 de agosto de 2016

EL ARTE DE PERDER
























El día que llegué a casa diciendo que había perdido a mis hijos en el parque, mi mujer siguió haciendo punto. Balbuceé que me había descuidado un instante. En realidad, tenía la vista posada en las piernas bien torneadas de una enfermera. Cogí la chaqueta para salir de nuevo en su búsqueda, pero ella me retuvo. «Déjalo —su voz era franca pero dulce—, hace meses que no vienen por la residencia.»

martes, 5 de julio de 2016

DE VACACIONES























Ha llegado la hora de bajar la persiana por vacaciones. Como hijo único que soy, mi forma de recargar pilas consiste en estar solo. No resulta una tarea complicada, pues los auténticos amigos se pueden contar con los dedos de una mano.
            
Antes de dejaros una buena temporada, quiero agradecer a quienes me han preguntado —de palabra o de pensamiento— por el fallo del concurso Madrid Sky. No he ganado el premio en metálico, pero he disfrutado de unos días en la capital con mi mujer. Quizá lo cuente a la vuelta.
            
Cierta persona me aconsejó un día que para triunfar en literatura debía enviar mi libro a un famoso. Estuve dudando entre un político o un cómico, y al final decidí que el segundo se toma la vida de la gente más en serio porque la hace reír. Además, Berto Romero es un gran defensor de las pelusillas en el ombligo. Hasta la vista, mirones.

martes, 28 de junio de 2016

LEER ANTES DE MORIR
























Supongo que alguna vez te habrás encontrado la típica lista de libros que uno no puede dejar de leer antes de morir. La mayoría —lo confieso abiertamente— no los he leído ni pienso tomarme la molestia. José Payá Beltrán aún no figura entre los elegidos, y uno no puede dejar de asombrarse porque cada vez escribe mejor.

Su última novela, Morirás muchas veces (Aguaclara, 2016), es ejemplo de este buen hacer. Ya desde el título sugiere lo complicado que resulta para cualquier artista abrirse camino. También anuncia dos profesiones en apariencia opuestas —la de asesino y la de actor— que se fundirán a lo largo del libro.

Un terrible malentendido hace que Enrique Ruiz sea confundido con un asesino a sueldo en la estación de tren de Alicante. Cuando el «actor de medio pelo» comprende dónde se ha metido, ya es demasiado tarde: está trabajando para una organización criminal que opera en la sombra y ha sido contratado para quitar a alguien de en medio.

Este es el punto de partida de una novela policiaca donde no interesa descubrir al asesino, sino más bien evitar que el asesino encuentre a su próxima víctima. La obra consta de cuarenta capítulos de extensión breve repartidos en cuatro partes bien diferenciadas: «Ellos», «Reykiavik, 1972», «El camino» y «Iabdú (Jordania), 2008». Para mi gusto, el interés decae cuando se narra la lucha entre Fischer y Spasski por el campeonato mundial de ajedrez del 72. El resto de partes mantiene un suspense in crescendo gracias al hábil manejo de ese estilo fragmentario que ya pudimos observar en Puzle de sangre (Aguaclara, 2012).

No se puede decir que Morirás muchas veces sea una novela alegre. De hecho, no queda ni pizca del humor tarantiniano de Puzle de sangre. No obstante, José Payá ironiza constantemente a propósito de la realidad vacua que nos ha tocado vivir: «¿El motivo de la huelga? No era difícil imaginarlo: se morían por cobrar menos y trabajar más horas, como todo el mundo».

Enrique Ruiz no es el primer personaje del escritor biarense que detesta la lectura. En cambio, como buen amante del cine, critica la inocencia de la que hacen gala los personajes de las películas modernas, los cuales nunca se refieren a otras películas o series de televisión. Ignoro si Superdetective en Hollywood se considera cine clásico o contemporáneo, pero uno de los policías de Beverly Hills cita la famosa secuencia de Dos hombres y un destino en la que Butch Cassidy y Sundance Kid están sitiados por el ejército mexicano.

Otros personajes se dan cita en Morirás muchas veces. Quizá el más inquietante sea Gadea. El comisario Aldana remite al inspector Duarte con su vicio de fumar en lugares públicos. Todos y cada uno de ellos harán las delicias de quienes desobedecemos sistemáticamente las listas, tan arbitrarias como incompletas.

martes, 21 de junio de 2016

FINALISTA DEL MADRID SKY
























En respuesta a la euforia que ha desatado la clasificación de España para los octavos de final de la Eurocopa 2016, Vicente del Bosque dice estos días: «Aún no hemos ganado nada». Pues bien, yo tampoco he ganado nada todavía aunque me alegra que «Besos lúgubres» se halle entre los diez finalistas —de 308 relatos recibidos— del III concurso MADRID SKY de cuento corto, organizado por la asociación Primaduroverales. Según las bases, el premio debe ser recogido en persona o a través de un representante. El fallo tendrá lugar el 30 de junio en Madrid, de modo que viajaré hasta la capital con la satisfacción que siempre producen los desplazamientos en tren. Aprovecho para desearos felices Hogueras de San Juan.


martes, 14 de junio de 2016

ANÉCDOTAS DE PELUSILLAS








Me pregunto cuál es la finalidad de dejar por escrito algunas de las anécdotas que han rodeado la humilde promoción de PELUSILLAS EN EL OMBLIGO. Supongo que el afán de compartir con vosotros lo que queda entre bambalinas, lo que no trasciende del oficio de escribir. Parece mentira que un libro tan pequeño haya dado para casi cinco meses de idas y venidas.

Todo comenzó el 18 de diciembre de 2015 en Villavieja 6, un bar de copas del Casco Antiguo de Alicante. Dos días después, los españoles éramos llamados a las urnas. Recuerdo como si fuera hoy una apuesta que hice conmigo mismo. Dependiendo del número de ejemplares que se vendiesen del libro, así votaría a uno u otro partido. Supongo que habrá quien juzgue irresponsable mi actitud, pero a la luz de los despropósitos que hemos visto en los últimos meses nadie puede negar que tiene cierto sentido abrazar el sinsentido. No me pareció tan gracioso cuando el caprichoso destino quiso que votara a… una formación que empieza por pe. Menos mal que los piadosos políticos me dan otra oportunidad.







La siguiente parada fue el 11 de febrero de 2016 en la tetería Waslala de Alicante. Por aquella época, un amigo me había pedido un ejemplar para hojearlo con vistas a realizar un club de lectura. Pasaban los meses y el amigo no daba señales de vida. Yo me temía lo peor. Un buen día recibí un correo electrónico. Para mi sorpresa, le había resultado una lectura interesante. Lo que le había molestado era no saber a qué género pertenecía la obra. De hecho, me preguntaba qué era si —en su opinión— no era una novela, ni una recopilación de cuentos, ni un libro de microrrelatos… Traté de explicarle que pertenecía al último género que había citado, aunque con licencias hacia el mundo del chiste, el aforismo, la poesía... A día de hoy sé que el valor de PELUSILLAS EN EL OMBLIGO, si tiene alguno, consiste en no adscribirse a ninguna etiqueta ni comulgar con ningún credo. Una colección de frasecitas para unos pocos. No le puedes gustar a todo el mundo.



Durante la presentación del 14 de mayo de 2016 en Casa del Libro recordé lo que nos sucedió en la Feria del Libro de Alicante. El invierno cálido había dado paso a una primavera más fresca de lo habitual. Quizá por efecto del cambio climático, un amigo confundió a Esther Planelles con mi mujer. No era la primera vez que ocurría un hecho semejante. Al sacarle de su error, se quedó pensativo. Yo también pensé que si por azar hubiera escrito un libro a medias con Pepe Payá nadie nos habría preguntado si éramos pareja. Esta sociedad —en apariencia tan avanzada para unas cosas— no tolera la amistad entre personas de distinto sexo. Finalmente, mi amigo se atrevió a colegir con una sonrisa en los labios que entonces sería mi mujer literaria. Filólogo tenía que ser. Ahí acabó de arreglarlo.



domingo, 5 de junio de 2016

EL RUMOR


















Un alumno me cuenta un pequeño rumor: si gana Podemos, quitará el valenciano como asignatura obligatoria.
—Sigue soñando —comento con ironía—. Todo el mundo sabe que la formación morada va con los nacionalistas.
—Entonces igual nos libramos también del inglés.


Más historietas en la página de Academia Nova.


jueves, 26 de mayo de 2016

MAR ADENTRO
























Durante un viaje a Bilbao, una amiga me hizo una foto con Pedro de Andrés en las escaleras que conducen a las entrañas de un barco pesquero varado. Quién iba a decirme que aquel tipo tenía una imaginación de mil demonios capaz de impregnar de salitre las páginas de un libro. Pocas veces he leído una novela tan intensa como La balada de Brazodemar (ediciones Cívicas, 2015).

El Censor de Glastombide, una especie de guardián de la moral y las buenas costumbres cuya vida transcurre en un «equilibrio perfecto», se vuelve de la noche a la mañana un monigote en manos de una mujer llamada Avaniera. Sin saber cómo ni por qué, la pelirroja ejerce un control mental que lo obliga a complacer sus deseos. Pese a lo anómalo de la situación, ambos se sienten irremediablemente atraídos el uno por el otro. La tensión sexual es palpable. Esta metáfora del amor en su vertiente más posesiva acabará cuando el juez, como Robinson Crusoe, naufraga en una isla. Allí conoce el amor verdadero al lado de Nenue, una indígena de la tribu de los Almokiwiki.

Quizá pienses que no puede caber más amor en el corazón de un hombre, pero enrolado ya como marinero en el Aurora Errante tiene una relación más que amistosa con Gavlan, su capitán. Estas experiencias convierten a Brazodemar —nombre con que le bautiza Nenue— en un personaje que evoluciona de la moral más rígida a la mente más abierta.

Tal vez te estés preguntando ahora mismo cómo un juez, por arte de birlibirloque, se transforma en un experimentado marinero. Incluso en cazador de ballenas. Pedro de Andrés recurre a lo fantástico para solventar este escollo. Brazodemar posee un tatuaje que le proporciona toda clase de conocimientos náuticos. Esta mezcla de realidad y fantasía puede no gustar a todo el mundo, pero resulta tremendamente original.

Lo nuevo convive con lo antiguo en la admiración por Moby Dick, patente no solo cuando Brazodemar se embarca en un ballenero llamado El Azote, sino también cuando el libro rinde homenaje a este clásico de una forma que no puedo desvelar. Sin embargo, no deberíamos desdeñar la huella de Los viajes de Gulliver o La narración de Arthur Gordon Pym. De hecho, el lenguaje deliberadamente envejecido produce la sensación de una máquina del tiempo literaria.

La novela es el género al que aspira todo escritor, pero creo que nada supera a la sencillez y la concisión de un buen cuento. Pedro de Andrés lo sabe porque cultiva ambos géneros. Por eso, no le extrañará que este humilde lector llegue a sentirse abrumado por tanto personaje, a perder el hilo de la historia. Por momentos, se hace larga.

La balada de Brazodemar no aplaca a la horda de amas de casa insatisfechas ni falta que le hace. Conecta con nuestro espíritu aventurero, con el erotismo, con los orígenes del hombre. Espero que te agarres bien. La travesía va a comenzar.

jueves, 19 de mayo de 2016

PELUSILLAS EN CASA DEL LIBRO



En una ocasión, charlando con mi editora, le comenté con guasa alicantina que jamás invitaba a las presentaciones a amigos porque no quería perderlos. Se rio de mi ocurrencia. Sin embargo, es una cosa muy seria. No está la vida para ir derrochando amistades que algún día puedes necesitar para algo importante.

A Esther Planelles no la invité a la presentación en Casa del Libro, entre otras cosas porque es coautora de PELUSILLAS EN EL OMBLIGO. Aguantó estoicamente las dos horas que tardo en acicalarme y, a continuación, fuimos dando un paseo hasta la librería.





















Cuando entramos en la tienda del centro, el escritor Pepe Payá ya se encontraba allí. Tampoco lo había invitado a la presentación. Le había pedido que presentara el libro. Y accedió con la amabilidad que le caracteriza.

Un público pequeño pero matón había ocupado todas las sillas, de modo que decidimos proteger las nuestras de cualquier posible hurto sentándonos en ellas. Entonces se hizo el silencio y hubo que empezar. El gran dilema de aquella tarde no fue qué decir sino hablar con o sin micrófono. Por un lado, se oía perfectamente sin él. Por otro, el acto se desarrollaba en medio de una tienda abarrotada de gente a la búsqueda de novedades editoriales. Sólo faltaba que un empleado gritara a pleno pulmón: «¡Oído cocina, una novela de Lucía Etxeberría muy hecha y al punto de sal!».



















He de admitir que invité a gente por las redes sociales, pero casi nadie aseguró que vendría. Mucho mejor. Resultó una verdadera sorpresa hallar entre el público a Inma, compañera de senderismo que leyó dos veces Vareando nubes. También estuvo allí Rafa, un antiguo alumno. Y no me olvido de Vicente, el risueño compañero de Juan XXIII con el que todavía se puede charlar un buen rato.

Mediante el argumento de que escribir cansa mucho, conseguí que el personal leyera varios microrrelatos. Esther había preparado unos sobres con delicados dibujos y mi hija estaba loca por repartirlos.

A lo largo de estos meses de promoción, he podido comprobar el cariño de gente que ha dejado sus ocupaciones cotidianas para venir a una presentación. En especial, agradezco el apoyo de la gran familia de DASYC. Nos vemos en el próximo libro.