Conocí en el aeropuerto a Cristina Gómez Esquius y a su madre, una pareja tan incompatible como Hitler y Charlot. Había en ella un curioso cambio de roles: la joven mandaba y su compañera desobedecía las órdenes. Me invitaron a acompañarlas en calidad de mirón. Acepté porque quería comprobar si las dos mujeres acababan de los pelos.
En Egipto hicimos tan buena piña con el grupo que volvimos a creer en el ser humano. La loca aventura del taxista griego fue para mear y no echar gota. Ámsterdam nos regaló una sorpresa tan extravagante que me pregunté si irían fumadas. Cristina estuvo a punto de petar en Escocia por culpa de unas maletas extraviadas, pero su madre se las ingenió para cambiar de ropa. Nevó en mis ojos cuando le tiramos a Papá Noel de las barbas.
Cierro el libro ¡Nunca viajes con tu madre! (Aliar ediciones, 2025) con la sensación de haberlas acompañado realmente a todos esos lugares. A medio camino entre una novela autobiográfica escrita en primera persona y una guía sentimental del turista accidentado, explora las complicadas relaciones entre madres e hijas con un envidiable sentido del humor.
Cristina Gómez Esquius ha publicado una obra alejada de la ficción histórica que acostumbra a escribir. Maneja un estilo oral y apresurado, muy correcto ortográficamente, como si quisiera fijar algunos episodios relacionados con sus padres para que no se perdieran en el olvido. Su teatralidad innata convierte las pequeñas tragedias cotidianas en auténticos sainetes.
Uno saca la conclusión de que no hay que sentarse a esperar que la felicidad caiga del cielo, sino ir en su busca porque «las cosas buenas no duran mucho y las muy buenas aún duran menos».