miércoles, 21 de diciembre de 2016

DESIDERATA


      
     Querido Santa Claus:

     Me llamo Angelita García. Tengo 69 años, soy de Alicante y estoy viuda desde hace una década.
     Verá, yo no creía en usted hasta que empezaron con todo eso del Halloween. Antes, cuando era niña, yo soñaba con los Reyes Magos. Luego me enteré de que detrás del asunto estaban los padres y me pillé un cabreo de muy señor mío. Recuerdo que estuve sin hablarles una semana, como se lo cuento. De joven, mis ilusiones estaban puestas en mi marido. Se llamaba Ventura, pero no tuvo suerte. Se lo llevó una enfermedad tan larga que cuando falleció me alegré, mire lo que le digo. Y después del funeral fui al bingo a gastarme los cuartos en las máquinas tragaperras, pero ni siquiera estas me devolvieron otra cosa que calderilla. Al menos, disfruté de lo escandalizadas que estaban las comadres del barrio, cuyos maridos se quedan sordos por no oírlas. A día de hoy, creo en el presente. Y como la juventud bebe los vientos por lo americano, se me ha ocurrido que podría escribirle a usted.
     No quiero pedirle nada para mí. Tengo una aceptable pensión, una salud repleta de achaques y un nieto que, de uvas a peras, viene a regalarme un maravilloso dolor de cabeza.
     Yo sé que usted no hace milagros, sino más bien lleva la ilusión a los más pequeños. Reconozca que los adultos somos niños que esperan algo en el fondo de unos trajes demasiado grandes, quizá recuperar la inocencia sin perder esa sana picardía.
     Pues bien, no me tome por loca si le pido que mi bibliotecaria vuelva pronto. No sé qué libro elegir si ella no me recomienda alguno, no tengo con quién hablar de lo pedante que resulta tal autor, no duermo pensando en el tipo agrio que han traído de repuesto. Unos dicen que le ha tocado la lotería y tiene barra libre en Cancún. Otros aseguran que, dado el precio de la vivienda, se ha instalado en una cueva en la Serra Grossa.
     Yo sé que tomará en consideración mi desiderata, estimado Santa Claus. Feliz Navidad.

# dedicado a María Luisa

jueves, 15 de diciembre de 2016

ANIVERSARIO






















Se cumple estos días exactamente un año de la publicación de Pelusillas en el ombligo (Lastura, 2015). Cuando miras un libro propio con la perspectiva del tiempo, te asalta la duda de si mereció la pena. Es evidente que se podrían haber escrito mejores historias, pero la perfección se me antoja imposible a la par que aburridísima.
            
Siempre recordaré la cara de incredulidad de mis padres cuando les hablaba del libro. «No pueden haber cuentos tan cortos —se negaba a creer mi madre como santo Tomás—, déjame ver.»
            
Tal vez fue demasiado pretencioso aprovechar los microrrelatos de cierto concurso, sobre todo porque la mayoría no superaron la dura criba del juez. Sin embargo, queríamos dar una nueva oportunidad a algunos que nos parecieron injustamente menospreciados. Curiosamente, los más populares entre el público. Baste uno como ejemplo: «Soy la caña, dijo en la primera reunión de Alcohólicos Anónimos.»

¿Genialidad? ¿Disparate? Nunca lo sabremos. Si Podemos ha conseguido abrir una brecha en la política española, quizá no sea tan descabellado rebelarse contra los cánones establecidos, intentar por una vez algo que no suene a lo de siempre.


jueves, 8 de diciembre de 2016

EL GORDO




Suelen quedar los viernes a la salida de la fábrica. «¡Qué ganas de que me toque el Gordo!», dice Lidia mientras toma una cerveza acodada en la barra. Belén, apurando el café, se encoge de hombros. Marta pide un nuevo cubata y, mirando con picardía a las dos, replica: «Qué asco, por Dios, a mí que me toque uno delgado».


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