miércoles, 25 de marzo de 2015

PELUSILLAS




Juro que no había leído a Eduardo Berti cuando le propuse a Esther Planelles escribir PELUSILLAS EN EL OMBLIGO. Hace poco, encontré en un libro del argentino esta hermosa greguería: «Lo peor de la pelusa es que nos atasca la hélice del ombligo». Casualidad o no, puse el grito en el cielo. Y yo que me creía el más original.

Cierta sensación de deja vu me ha acompañado hasta hoy. Podría haber elegido el camino esperado de iniciar una novela, como aconseja el sentido común, pero escogí aquello que realmente me apetecía. Me dediqué a los montaditos literarios. Ya lo intentaba, con más pena que gloria, en un concurso semanal de microrrelatos cuyo nombre no importa. Esther empezó a intentarlo conmigo y, de pronto, éramos adictos a los 140 caracteres. Los jueces nos dieron pocas alegrías, pero alimentaron nuestras ganas de superación.


Luego, en plena crisis económica, la cafetería Suquia ofrecía refugio toda la mañana por un par de euros. Allí creció Pelusillas en el ombligo. Para seleccionar unos cuentos-tapa apetitosos, teníamos en mente a cualquiera del barrio leyéndolos en el autobús o el metro.

El manuscrito quiso trabajar en librerías y le escribimos una carta de recomendación, que afortunadamente cayó en manos de Lastura. Esta joven editorial, pilotada por Lidia López Miguel, aboga por publicar libros a un precio justo. Una sabia manera de lograr que la cultura, de una vez por todas, llegue a la gente.

En una ocasión, me dijo Esther Planelles que «somos el haz y el envés de la misma página». Ella más poética, yo más visceral. Yo en la nubes, ella en la tormenta. Pelusillas en el ombligo verá la luz este otoño. Empieza la cuenta atrás para que ustedes disfruten del picoteo.




miércoles, 18 de marzo de 2015

ENTRE NOSOTROS
























No hay nada como un cuento de terror a la luz de una buena fogata. Así comienza el filme La niebla (John Carpenter, 1980). Un viejo marinero relata a unos niños la historia de un barco que se estrella contra las rocas y se hunde con toda su tripulación. La leyenda dice que, cuando la niebla regrese, los muertos buscarán la hoguera que les hizo encontrar tan trágico destino.
            
Admito que no tengo el don de escribir un buen cuento de miedo. Sin embargo, Charo Cortés posee esa mirada, llamémosla retorcida, que consigue provocar una inquietud creciente en el lector. Lo demuestra en También hay caballos blancos (Chiado, 2014), su primer libro.
            
Su aproximación al género que inmortalizara Poe se produce desde el prisma de lo cotidiano. Su lema consiste en que el verdadero horror se halla entre nosotros. En este sentido, no esperen vampiros, fantasmas ni hombres lobo. Un pueblo, una clase de spinning, una cárcel o una balsa a la deriva son algunos de los escenarios donde arrancan sus historias. En algún momento de la narración, la autora desliza lo insólito como una mano etérea que te roza el pelo. Cuando miramos por encima del hombro, la trama ya nos ha enganchado irremisiblemente. Lo imposible se vuelve posible con la naturalidad de un mago sacando un conejo de la chistera. Dejas la realidad a un lado y te sumerges en la fantasía. Quizá el ejemplo más paradigmático sea «Rosa», donde nos convence de que un hombre se puede enamorar de una vaca hasta el punto de olvidarse de todo lo demás, incluida su novia. Hay muchos otros, como «Lo que mejor sé hacer», la historia más erótica que he leído jamás. Ya nunca podré pensar en un masaje tántrico con inocencia.
            
El secreto mejor guardado de los cuentos de Charo Cortés son los finales. Algunos cortan la respiración, como el de «Luna llena», donde los animales herbívoros se rebelan contra los grandes depredadores. Otros sirven una venganza en plato frío para todos los gusanos «con gusanitos entre las piernas».
            
Sería difícil no alabar estos relatos por su brevedad, la diversión que proporcionan, su estilo sencillo de frases cortas donde abunda la conjunción copulativa. Pero es mi deber avisar a la autora de una ejecución algo descuidada, para que evite en el futuro las rimas en el lenguaje y puntúe con mayor precisión.
            
La inquietud no es el único sentimiento que generan los relatos de Charo Cortés. En «El bebé», que cierra el volumen, el personaje nos llena de escalofriante ternura al confesar: «Eres la primera persona a la que le cuento esto». Les voy a confesar también algo: por un instante he llegado a creer que También hay caballos blancos.

miércoles, 11 de marzo de 2015

EL SEÑOR (7)
















Oigo pasos en el piso. Estoy lavándome el pelo en el baño y me asomo al pasillo a ver quién es. Aparentemente no hay nadie en el recibidor. Juraría que alguien intenta pasar desapercibido como un yonqui en una convención de metadona. El sonido de unos botines se aleja dejando gotas de sangre en el parqué.
            
Me coloco una toalla a modo de turbante. Al entrar en la cocina, dos detalles captan mi atención: una fregona apoyada en la pared y mi amiga Nuria con una fea herida en la mano. Su cara refleja miedo.
            
—¿Se puede saber qué carajo te ha ocurrido? —pregunto elevando la voz sin querer.
            
—Solo es un rasguño, Tina.
            
Después de realizar un vendaje más bien cutre, preparo una infusión de frutas del bosque para cada una.
            
—Atravesé el escaparate —relata Nuria— sintiéndome como un fantasma en un castillo encantado. La diferencia residía en que el Corte Inglés se encontraba abarrotado a esas horas. La gente contempló atónita libros cuyas páginas pasaban solas, colchones que se curvaban hacia abajo sin explicación, patatas fritas que eran masticadas ruidosamente por mandíbulas imposibles. Corrió la voz de un poltergeist haciendo de las suyas. Cundió el pánico.
            
—No me extraña —interrumpo el relato.
            
Recojo las tazas y regreso con un par de vasos de whisky.
            
—Un vigilante con sangre fría —prosigue Nuria— trató de detenerme mientras robaba un anillo. No hice caso y sacó su pistola. Abrió fuego.
            
En ese momento llaman al timbre y las dos damos un respingo.
            
—¿Quién? —pregunto por el telefonillo.
            
—Tu marido.

miércoles, 4 de marzo de 2015

ESO




















Estimado fulanito de tal,

Lamento comunicarle que en Ediciones Mangantes no publicamos microrrelatos. No obstante, ponemos a su entera disposición —por un módico precio— nuestro servicio de alargamiento de historias. Merece realmente la pena. Aquí han alargado sus historias autores de la talla de Stephen King. El muy cretino las quería incluso más largas, pero logramos hacerle entrar en razón. Le contaré un secreto. La novela «It» apenas era una narración de cinco líneas. En ella, por insólito que parezca, un payaso se asustaba de un niño cuya madre le había afilado los dientes hasta dejarlos puntiagudos. King pensó que aquello nunca daría miedo.


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