Oigo pasos en el piso. Estoy lavándome el pelo en el baño y me asomo
al pasillo a ver quién es. Aparentemente no hay nadie en el recibidor. Juraría
que alguien intenta pasar desapercibido como un yonqui en una convención de
metadona. El sonido de unos botines se aleja dejando gotas de sangre en el
parqué.
Me coloco una toalla
a modo de turbante. Al entrar en la cocina, dos detalles captan mi atención: una
fregona apoyada en la pared y mi amiga Nuria con una fea herida en la mano. Su
cara refleja miedo.
—¿Se puede saber qué carajo
te ha ocurrido? —pregunto elevando la voz sin querer.
—Solo es un rasguño, Tina.
Después de realizar
un vendaje más bien cutre, preparo una infusión de frutas del bosque para cada
una.
—Atravesé el
escaparate —relata Nuria— sintiéndome como un fantasma en un castillo
encantado. La diferencia residía en que el Corte Inglés se encontraba abarrotado
a esas horas. La gente contempló atónita libros cuyas páginas pasaban solas,
colchones que se curvaban hacia abajo sin explicación, patatas fritas que eran
masticadas ruidosamente por mandíbulas imposibles. Corrió la voz de un
poltergeist haciendo de las suyas. Cundió el pánico.
—No me extraña
—interrumpo el relato.
Recojo las tazas y
regreso con un par de vasos de whisky.
—Un vigilante con
sangre fría —prosigue Nuria— trató de detenerme mientras robaba un anillo. No
hice caso y sacó su pistola. Abrió fuego.
En ese momento llaman
al timbre y las dos damos un respingo.
—¿Quién? —pregunto
por el telefonillo.
—Tu marido.
Malisimo
ResponderEliminarSi tiene a bien Anónimo en decir la razón, me encantaría saberla.
EliminarLa verdad es que a mí también me gustaría atravesar el escaparate de El Corte Inglés, aunque sólo fuera para hojear los libros.
ResponderEliminarPresiento que ese marido que aparece al final nos va a ofrecer una jugosa octava parte. Por cierto, la imagen que acompaña a esta entrega es realmente inquietante.
Un abrazo.
Ese marido busca respuestas, como es lógico después de varios capítulos. Quién sabe si las encontrará. La imagen me pareció oportuna porque, al fin y al cabo, las protagonistas son mujeres invisibles.
EliminarUn abrazo.
Está claro que la invisibilidad le ha dado alas para saltarse las normas, en cambio, no la ha hecho invulnerable a las agresiones. Un buen paradigma de la vida: nos zampamos una cucharada de cacao cuando nadie nos ve, pero como nos pillen, acabamos tosiendo cacao en polvo hasta por la nariz.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muy interesante lo que apuntas. Unos personajes invisibles que son vulnerables siempre dan más juego. Nos identificamos más con ellos.
EliminarUn abrazo.
Si uno de los objetivos de escribir es imprimir en el lector el deseo de saber que es lo que acontecerá en el próximo capítulo, lo has conseguido. A ver que nuevas aventuras vienen unidas a la llegada del marido.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me alegra haber logrado que te pique la curiosidad. Ganas me dan de leer el siguiente capítulo y soy quien tiene que escribirlo.
EliminarUn abrazo.