
Casi todos los escritores hemos afrontado alguna vez una historia de temática erótica, pues el deseo es algo consustancial al hombre. No es fácil elegir las palabras adecuadas sin caer en los tópicos, no es sencillo provocar orgasmos en la imaginación sin derivar en orgías.
Las historias compiladas en este libro ofrecen un estímulo medido, una descarga apropiada, una caricia insólita en el panorama literario. Son, me atrevería a decirlo, un servicio de salud púbica.
Existen dos formas de acercarse al fenómeno erótico. La primera es la sugerencia: “Lo que recuerdo de ti es cómo caía el pelo por tu espalda cuando hacíamos cosas que aún me quitan el sueño”. La segunda es el desparpajo: “Desde entonces soy multiorgásmica, soy una adicta al sexo, a su sexo, a sus caricias, a sus dieciocho centímetros que me llenan el alma y el coño”. Entre medias, un amplio catálogo: la versión erótica del cuento de Blancanieves, una Bolsa que sube debido a la inflación, una fantasía sexual que tiene que ver con flores…
Sólo hay una forma de acercarse al amor: por la vía de la sinceridad. En este sentido, el microrrelato “La primera vez en once palabras” consigue emocionar pese a la crudeza de su pincelada. Otros cuentos más idealistas hablan de reconciliaciones en medio de auténticas guerras frías.
A pesar de algunos errores de sintaxis: “Se saciaba hasta verme gritando”, si tuviera que expresar en una frase lo que siento por este libro diría: “Te odio porque si algún día me faltas me pasaré la vida intentando encontrar a alguien como tú”.