miércoles, 30 de diciembre de 2020

LA VIDA VEGETAL

















El tipo de la camisa fucsia dijo en un perfecto castellano lo que quería: una ensalada y una botellita de agua.
     La cajera, una muchacha tiernita pero bien aleccionada, le preguntó si quería patatas fritas haciéndose la sorda.
     El tipo de la camisa fucsia, que llevaba tres meses haciendo dieta vegetal para librarse de 120 kilos, la tomó con la chica de tal forma que ésta empezó a disminuir de tamaño y cuando tocó fondo en el suelo de la bocatería, prorrumpió en sonoros sollozos.
     El jefe de los empleados salió del cuarto de baño de fumarse un porro y se encontró con un tipo al borde de la histeria y una cajera llorando. La otra cajera lo estaría buscando por la cocina o simplemente se habría puesto a cubierto. Algunos clientes se habían largado y otros se habían quedado de piedra.
     El tipo de la camisa fucsia decía a grito pelado: «¿Tú crees que yo puedo comer patatas fritas, hija de la gran puta? Para que te enteres, ¡¡¡¡¡estoy gooooooooooooooooordo!!!!!».
     La cajera, sin dejar de llorar, intentaba disculparse por el malentendido, pero lo único que conseguía era exasperar más al gordo. Parecía uno de esos toros descontrolados de San Fermín. No sabía dónde corneaba.
     Por eso el jefe de los empleados no se lo pensó dos veces y se dirigió hacia él decidido. Tenía una ventaja, la de pillarle por la espalda, pero era preciso actuar deprisa. Le tocó el hombro.
     El gordo giró primero la cabeza y luego el resto del cuerpo. Ante él temblaba el jefe de los empleados con su mejor y más falsa sonrisa. Le hacía señales para que agachara la cabeza. Su poder de convicción no le podía fallar ahora.
     El gordo pensó que aquel tipo estaba loco y le dijo secamente: «¿Qué quieres?».
     El jefe de los empleados respondió: «Decirte una cosa al oído».
     El gordo empezó a darse cuenta de la situación que había generado por culpa de su mal humor, que se debía sobre todo a los complejos de una vida vegetal: de la cama al sofá y del sofá a la cama. Pero era tarde para disculparse.
     Por eso decidió agachar la cabeza para escuchar lo que tenía que decirle aquel loco. La cajera sostenía en las manos lo primero que había pillado para agredirle si no funcionaba: un zapato de tacón. De pronto se habían quedado los tres solos. ¿Habría tenido alguien el detalle de llamar a la policía?
     El jefe de los empleados le hizo la siguiente revelación al oído antes de salir corriendo con la cajera: «Las patatas fritas son de origen vegetal». 
     La policía encontró el suelo de la bocatería lleno de cartones vacíos de patatas fritas y un gordo durmiendo la mona junto a la freidora.

Atlantis, 2009

6 comentarios:

  1. Un estupendo cuento y esa sensación siempre necesaria de mezclar humor y patatas fritas, vida al paso y esa acera continua del absurdo. Un fuerte abrazo desde Rivas.

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    1. Es un cuento de mi primer libro y tiene esa frescura que da la inexperiencia.

      Un abrazo desde Alicante.

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  2. Buena idea, la del jefe de empleados, jaja. Y final inesperado: pensaba que el jefe le iba a decir o hacer otra cosa.
    Dejando aparte la ficción, situaciones como esta podrían darse en la realidad. He trabajado de atención al público muchos años y la gente cada vez tiene menos educación.

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    1. Siempre he procurado escribir unos finales inesperados, pero estoy seguro de que la realidad supera a la ficción.

      Un abrazo.

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  3. te leo y sonrio te ves muy bien con los pepinos en los ojos cerrados-Abrazos desde el mar de mis ojos

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    1. Arrancarte una sonrisa es lo único que nadie puede prohibirnos.

      Un abrazo.

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