miércoles, 24 de marzo de 2021

ANIVERSARIO DEL CAOS
















Estos días se cumple un año de la declaración del Estado de Alarma en nuestro país. Fue exactamente el sábado, 14 de marzo de 2020. Recuerdo aquella semana kafkiana con un sabor agridulce en la boca. Mi padre recibió el alta hospitalaria por una neumonía el miércoles. A la lógica alegría se sumaba un presagio de catástrofe inminente. Dábamos clase en la academia sin mascarilla ni ningún tipo de protección, temerosos de aquel enemigo cobarde que golpeaba amparado en su invisibilidad. El viernes bajamos la persiana del negocio sin fecha de vuelta. Una alumna celebró con estrepitosa alegría las vacaciones. Quién iba a saber entonces que nos aguardaban tres meses de cárcel.

Durante este tiempo, hemos atravesado por todos los estados de ánimo posibles: incredulidad, incertidumbre, hastío, depresión, cólera. Duele especialmente que quienes sufren otras enfermedades no salgan en las noticias, porque aunque no lo creamos han existido y existen muchas dolencias aparte del coronavirus. Un amigo mío, por ejemplo, ha soportado una lista de espera interminable para una operación de próstata.

Reinventarse ha sido el verbo más conjugado. No ha quedado otro remedio que echar mano de imaginación para conjurar la pesadilla. El primer cambio ha sido el atuendo: las incómodas mascarillas. Algunos hombres hemos aprovechado —muy ladinamente— para descuidar la barba como robinsones. No quiero imaginar las piernas de las mujeres. El segundo, la vida social. En mayor o menor medida, andamos desentrenados con las relaciones humanas. Los encuentros después de cada ola podrían calificarse de escaramuzas donde, más que dialogar, se ha monologado o escuchado al otro monologar. Por último, hemos descubierto nuevas formas de celebrar la vida sin recurrir al teléfono móvil: mi hijo, la cocina; mi mujer, la costura; mi hija, una serie de anime llamada The Promised Neverland que vemos juntos; yo, el senderismo.

Las vacunas suenan cada vez más cerca con su picotazo de mosquito cargado de pros y contras. Hasta los negacionistas hacen cola. Con ellas tal vez recuperemos algunas de nuestras viejas costumbres: viajar, asistir a un concierto, ver una película en el cine y, por supuesto, las ruidosas fiestas de tracas, petardos y cohetes que tanto se estilan en Alicante. Hasta lo odioso se echa de menos.

4 comentarios:

  1. Muy descriptivo por común detallas los sentimientos vividos con solidaridad y acierto.Enhorabuena.

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    1. Muchas gracias, amigo. Las letras son siempre un desahogo y ahora más que nunca.

      Un abrazo.

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  2. Son momentos únicos que nunca olvidaremos.

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