miércoles, 4 de septiembre de 2024

MANDERLEY


Mi Manderley es Guardamar y regreso en sueños a los aromas de la infancia. La casa de la calle San Pedro está llena de todas las personas que la habitaron y, algunas noches, como en el hotel Overlook, los fantasmas celebran un conciliábulo que molesta a sus actuales propietarios.

Mis tíos se pasean por el piso de abajo. Angelita enchufa la televisión para ver la telenovela del momento: «Cristal». Juan me ha enseñado a disparar una escopeta de balines. De repente, suena el timbre de la puerta. El primo Antoñico viene de visita: su talante alegre hace que se le quiera como a un soplo de aire fresco. Cantan las chicharras. La tarde declina con esa languidez propia del verano. Sacamos unas sillas a la calle. Por la camisa abierta, asoma la prominente barriga de mi padre.

Si los sofás del salón hablaran, contarían el amor que derroché con Sandra. Besos de nube, de reencuentro, de deseo, de despedida, de comerse a besos. Nos quisimos tanto que acabamos odiándonos.

Poco a poco, la casa se quedó vacía. Las horas pasaban con una lentitud feroz. Llevaba a mis hijos a la playa por la mañana y la abuela los secuestraba al atardecer para arrastrarlos a la iglesia.

Cuando Angelita murió, mi tía de Albatera se lució diciendo que había dejado un hueco muy grande. Siempre fue ancha de carnes y alegre de espíritu. Nunca volveremos a Guardamar, pues se ha convertido en un teatro de sombras. Hasta los desconchones de las paredes me recuerdan que la felicidad está junto a las personas que quieres.


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