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miércoles, 29 de enero de 2025

EL CUENTO DE NUNCA ACABAR



Dejemos meridianamente claro que un concurso literario no juzga si uno vale o no como escritor. El jurado sabrá mucho de literatura, pero también es humano y se puede equivocar. Por otra parte, a veces el ego nos juega malas pasadas. Suelo tener en cuenta esta dualidad cada vez que participo en premios de relato y microrrelato. No somos tan buenos cuando ganamos ni tan malos cuando perdemos.

A lo largo de los años, le he cogido cariño a certámenes que se celebran en distintos lugares de la geografía española. Todos tienen en común que aceptan envíos por correo electrónico. Alguno ha desaparecido y otros siguen dándome la oportunidad de afilar la pluma.

El Cuenta 140 del suplemento El Cultural fue un concurso semanal conducido por Juan Aparicio Belmonte. El reto consistía en escribir un microrrelato de máximo 140 caracteres, o sea, unas dos líneas. Tras más de una década, dejó de existir a principios de 2024. Logré una docena de finalistas, entre ellos tres ganadores. También tuve la osadía de reunir parte del material en Pelusillas en el ombligo (Lastura, 2015), un libro elaborado a medias con la escritora Esther Planelles que celebra su décimo aniversario.

El Certamen Internacional de Microrrelato «Jorge Alonso Curiel» ya va por su tercera edición. El gran número de participantes se debe, sobre todo, a su rigurosa transparencia y a la amabilidad del autor vallisoletano. Se convoca cada verano y nos desafía a escribir una historia de hasta 150 palabras. Quedé finalista con «La casa» en 2023.

También en verano, el Club de Escritura La Biblioteca anuncia el Certamen de Microrrelatos «Sucedió en la Feria». Como su nombre indica, hay que urdir una historia que se desarrolle en la Feria de Albacete con un máximo de 245 palabras. Fui finalista en 2014 con «El síndrome de la cabina», que luego incluí en mi libro Trece rosas negras (Tres Columnas, 2018). El premio lleva la friolera de doce ediciones.

Como diría Fernando Fernán Gómez, los concursos tienen un punto humillante para los perdedores. De ahí que felicitar a los ganadores sea, en cierto modo, una injusticia y una crueldad; yo felicito a los que seguimos intentándolo.


lunes, 18 de septiembre de 2023

EL PODER DE LA IMAGINACIÓN


—Daría cualquier cosa por volver a vivir una Feria de Albacete —dijo mientras su mujer recordaba con espanto que era catorce de septiembre: su aniversario de boda.

Obligados por las circunstancias, se les había olvidado por completo la señalada fecha. Improvisaron una cena en un restaurante que acababa de inaugurar.

Estaban completamente solos, pero no sintieron el desamparo que produce un lugar vacío. La camarera iba vestida de manchega. Cuchichearon cuando se hubo marchado. La carta ofrecía desde lomo de orza hasta queso frito pasando por los típicos cascos de patata.

En lugar de emocionarse, el hombre tuvo vértigo. Ella le convenció para que disfrutara. Como aquella vez que subieron al tapiz y él se mareó. Por no hablar de la vergüenza que pasó en la noria porque unos niños se reían de sus gritos.

Pidieron la cuenta y trajeron mojitos. El cocinero, de Pozo Lorente, salió a preguntar si les había gustado la cena. Al pisar la calle, la ciudad en ruinas los recibió con su silencio apocalíptico. Se pusieron las máscaras antigás antes de iniciar el regreso a ninguna parte.

miércoles, 22 de septiembre de 2021

DUELO AL SOL


Al doblar la esquina, vi al hombre detenerse en el extremo opuesto de la acera. Hice lo propio. La soledad de la calle era tan llamativa que no parecía verano, sino un apocalipsis. Avanzamos unos pasos hasta situarnos el uno frente al otro. Se quitó el sombrero muy lentamente para que pudiera apreciar sus ojos provocadores. Ni un atisbo de inseguridad. Transcurrieron unos instantes en los que apenas sucedió nada, salvo que el viento desordenaba mi flequillo como una mano sobre la frente. Tragué saliva y el tipo sonrió mostrando un diente de oro. Acaricié con la punta de los dedos mi muñeca derecha. Fue más rápido que yo por escaso margen. En apenas una fracción de segundo, desenfundó su mascarilla de lunares, se la puso y cruzó al otro lado. La cosa no acabó ahí. Manteniendo la distancia de seguridad de dos metros, me preguntó por dónde caía la Feria de Albacete. Le dije que iba en aquella dirección. Empezamos a caminar juntos y, claro, rompió el silencio para hacer otra pregunta. Y otra. Y otra más. Cuando alcanzamos la Puerta de Hierros, no nos sorprendió encontrarla cerrada. Le invité a una cerveza y un plato de gambitas. Dijo que había perdido el sabor y la confianza en los políticos. En ese orden. No supe si reír o llorar.

miércoles, 23 de septiembre de 2020

MIGUELITOS











La tradición consistía en comprar una caja de Miguelitos en el Círculo Central y comérsela sentados en la acera de los Ejidos. La crema deshacía septiembre. Hipnosis. Regresión. Miguel sigue con la mirada el péndulo hasta caer en trance. El terapeuta le anima a contar lo que ve. «Veo a Fernando Simón bailando manchegas», bromea el pensionista. Lo han intentado un montón de veces, pero es el sujeto menos sugestionable del mundo. El psicólogo no se rinde aún y pide que le cuente alguna anécdota. «Cuando nos casamos, ella parecía un corcel blanco y yo una rosa negra frente a la Puerta de Hierros», musita como si la tuviera delante. Hace una pausa para paladear el tiempo. Miguel tiene los ojos acuosos. Luego prosigue: «La piropeaban quienes pasaban y yo solo quería hacer el amor con ella en el hotel, pero nos quedamos dormidos en los cómodos sofás de recepción». No es el primero ni será el último que viene a su consulta porque no acepta que hayan suspendido la Feria de este año.                                                                           

jueves, 12 de septiembre de 2019

DEL REVÉS

                                                                           

Al otro lado del espejo, la Feria se veía de un modo muy distinto. La gente no quedaba en el Pincho, frente a la Puerta de Hierros. Se encaramaba al mástil blanco como uno de los hermanos Pinzones oteando el horizonte en busca de su cita. La noria giraba a una velocidad tan vertiginosa que los estómagos echaban hasta la última papilla, menos el de la adolescente. Las berenjenas de Almagro olían a Galán de noche. Don Quijote y Sancho habían abandonado la Diputación; paseaban mecidos por una peculiar plática: el Caballero de la Triste Figura le reprochaba amablemente a su escudero que no eran gigantes, sino atracciones. Alicia llevaba un rato sin decidirse a traspasar la bruñida superficie cuando recibió un mensaje en un espejo mucho más brillante, rectangular y solitario. La niña y la mujer mantuvieron un tira y afloja interminable. Pasó de estar enganchada al móvil. Salió a la calle y se dijo que la vida también puede ser maravillosa.

lunes, 10 de septiembre de 2018

SECCIÓN DE SUCESOS


Adela, voluntaria de la Tómbola de Cáritas, no los vio aquella Feria. Era uno de esos matrimonios que caminan cogidos de la mano a pesar de los achaques de la edad. Inasequibles al desaliento, ella se había teñido el pelo de azul tras superar dos cánceres de mama. Se llamaba Olvido aunque era él quien empezaba a olvidar las cosas.
     Adela imaginó la cara que pondrían cuando les contara que estaban a punto de convertirla en abuela, los confundió con una pareja sesentona que venía del baile, incluso preguntó por ellos a otros voluntarios.
     Se los había tragado la tierra.
     En ocasiones, consultaba la sección de Sucesos del periódico con el corazón en un puño. Se oyen tantos casos. No pudo reprimir un «ole» la tarde que alguien le comentó que vivían ahí mismo, en la calle Alegría. Decidió que les llevaría unas papeletas a casa y las pagaría de su bolsillo.
     Nunca lo hizo porque aquella misma noche su yerno la llamó del hospital. No pasó siquiera por casa para cambiarse. Pagó el taxi sin esperar las vueltas y, al abrirse el enorme ascensor, allí estaba Olvido. Risueña como siempre.
     —Por tu cara veo que tienes prisa —dijo la anciana.
     Adela se lo contó mientras subían a la séptima planta. Era su primer nieto, su única hija.
     —Yo me bajo aquí —dijo Olvido—. Él me está esperando. Gracias por las papeletas.
     La pregunta de Adela se congeló ante el pasillo vacío.


sábado, 11 de noviembre de 2017

LA NOVIA DEL MONSTRUO

















Ayer salí con Yesi. Somos amigas desde la infancia y, este año, como solo he suspendido dos, mis padres me han dejado visitarla por la feria de Albacete.
     Le perdono que estuviera vistiéndose y maquillándose dos horas porque luego me invitó a una hamburguesa. Nos la comimos tranquilamente en Los Jardinillos, oyendo el rumor del agua. Fue algo muy raro, porque Yesi no suele permanecer callada demasiado tiempo. Chupándose los dedos de ketchup, dijo que quería presentarme a alguien.
     «¿Un novio?», pregunté maliciosa. Por toda respuesta, me cogió de la mano y me llevó a Los Redondeles. Entramos a la librería más pequeña del mundo. Entre anaqueles abarrotados de libros y cubiertos de polvo, Muriel lucía un moño de rizos eléctricos con dos mechones blancos.
     Su amiga llevaba un pañuelo al cuello por no sé qué erupción, pero parecía simpática. Compró una edición preciosa de «Frankenstein» para su novio que «luego se enfada… pero lo hace porque me quiere», y nos largamos al Ateneo. Allí bebimos calimocho, bailamos y coincidimos con gente del instituto de Yesi. En un instante de entusiasmo provocado por el alcohol, uno de los chicos hizo algo que no debía.
     Aunque recogió el fular como el rayo y se lo puso, yo vi algo que todavía no me explico. Yesi dice que son imaginaciones mías. Estoy planeando subir a la noria, quitarle el pañuelo y tirarlo al vacío. Entonces ya veremos si puede seguir ocultando esas horribles cicatrices alrededor del cuello.


miércoles, 7 de septiembre de 2016

AIRE




Huí de casa a una hora intempestiva, sin una miserable causa racional para hacerlo. Me mezclé con la multitud sin sospechar, al principio, el motivo que congregaba a tanta gente. El aristocrático porte de las navajas o la brutal belleza de una berenjena de Almagro no dejaban lugar a dudas. Estaba en la ciudad blanca. Entonces sucedió algo tan desagradable que me estremezco al recordarlo. Una mujer con un carrito de bebé pasó a través de mí. Yo era poco menos que aire. Me palpé para comprobar mi consistencia. Seguía siendo un joven que se casaba al día siguiente. Una monja se acercaba rápido, pero en el último instante la esquivé. No pude evitar que me atravesara un niño abrazado a un peluche gigantesco. Subí gratis a una de esas atracciones que te ponen boca abajo. Alguna ventaja tenía que tener una situación tan grotesca. Allá arriba, el rostro de mi joven compañera de asiento oscilaba entre el pánico y el placer. Se desgañitaba para tratar de frenar la caída libre. Cogí su mano durante unos segundos interminables porque, a quién quiero engañar, ni de fantasma logré que el miedo desapareciera. De nuevo en tierra firme, eché a andar con paso vacilante. Llegué a donde todos dormían, incluso yo. Me acoplé lo mejor que pude al cuerpo. La tarde de mi boda, frente al sacerdote serio, en vez de dar el «sí, quiero» dije «sí, vuelo». Ella disimuló diciendo: «Yo también vuelo».


viernes, 5 de septiembre de 2014

EL SÍNDROME DE LA CABINA




Lo que me deja sin aliento cada año es la noria recortada contra el cielo bruno, con la luna llena mirándola embelesada. Sin embargo, nunca me he decidido a subir. Un sudor frío recorre mi cuerpo entero, y no es solo que ya haga falta una rebeca en septiembre. Sencillamente me falta valor.
     Ella tira de mí con esa facilidad con la que los países árabes entran en conflicto. No es mi mujer ni mi madre. Con ambas tendría argumentos de sobra para quedarme en tierra y besar el suelo como el Papa.
     —Venga, papá, no seas cagueta.
     La mano de una niña pequeña puede resultar muy persuasiva, sobre todo si escribe cuentos que tratan de animales, reyes y princesas. Luego los ilustra y me los lee. En el último, ha dibujado una noria muy rudimentaria, como de feria antigua, en donde un niño queda atrapado arriba del todo y no puede bajar. Nadie sabe cómo se ha roto el mecanismo. Al niño le empieza a salir barba, se casa, tiene hijos, y sigue en las alturas. Para él lo más difícil consiste en relacionarse con los demás. Siempre debe gritar para hacerse entender desde la cabina. Por ese motivo, la mayoría de las veces prefiere estar solo. Ha conseguido en los últimos años reunir una pequeña biblioteca.
     Sacamos los tiques.
     —No me sueltes ahora, hija —aúllo mientras este armatoste comienza a girar y a girar.


Finalista en el II Certamen de Microrrelatos Sucedió en la Feria. Incluido en el libro que edita el Club de Escritura La Biblioteca.

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