martes, 20 de enero de 2015

UN POCO DE JUEGO




Estas últimas Navidades andaba algo tristón cuando recibí una llamada de mi mujer, y por primera vez desde que tengo memoria no me pedía que comprara algo. Me invitaba a reunirme con ella y unos amigos en un local de Alicante llamado Caníbal. Se iba a celebrar una fiesta benéfica con el reclamo de un karaoke y la actuación de una drag queen. 

Aunque la tos de un catarro se resistía a abandonarme, me planté allí en un tiempo record. Lo primero que vi fue a una mujer imponente controlando el percal desde la puerta. Parecía una perita en maromos. Decidí entrar y que fuera lo que el diablo quisiera.

Besé a mi pareja y saludé a sus colegas. La mesa estaba llena de quintos vacíos, de modo que, para no desentonar, fui a la barra a por uno.

Cuando cerraron la sala, miré a un lado y a otro temeroso de descubrir algún vampiro. Pero no. Un tipo anunció que fuéramos afinando nuestras gargantas, pues enseguida daría comienzo el karaoke. También presentó a Sofea Loren, a quien yo había conocido en la puerta, que lucía un vestido rojo verdaderamente maligno.

La perspectiva de cantar provocó toses bastante sospechosas entre el público. Ni el presentador ni la drag se dejaron conmover, y con una sonrisa maliciosa sacaron el primer papelito de la noche. Era la canción «Piensa en mí» de Luz Casal. Sofea Loren se paseó por el local antes de elegir a su víctima. Exhibía porte, descaro y piernas de escándalo. Nos hacía reír con su humor picante, nunca sarcástico. Me rozó el pelo —como si envidiara mi melena de vagabundo—. Entonces volvió al escenario, me miró directamente a los ojos y sacó a mi mujer.

El juego se repitió varias veces a lo largo de la velada, pero me libré de cantar. La que sí cantó fue Sofea Loren —Pedro Azorín en la vida real—, interpretando, entre otros, un tema llamado «La tacones». Si hubiera salido Bunbury, me arranco.


6 comentarios:

  1. Una fiesta muy divertida de la que yo me hubiese escapado por alguna ventana secreta. Las drag queen tienen un desparpajo que puede conmigo. Soy muy tímida para estas cosas.
    Me alegro de que tú lo disfrutaras.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo también prefiero pasar desapercibido. Sin embargo, en ningún momento me sentí incómodo con los chistes ni me pareció que la drag se encarnizaba con nadie. Además, el local estaba cerrado a cal y canto. No había manera de huir. Decidí disfrutar y lo logré.

      Un abrazo.

      Eliminar
  2. Menos mal que no estaba yo allí, porque lo mío no es cantar mal, no... es otra cosa, algo inenarrable. Bunbury? qué cosas... yo no lo soporto, pero claro... yo creo que es un tema de generación. Me alegro de que te divirtieras, compi. Un besazo gordísimo!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es lo que toca en un karaoke: destrozar la canción de turno para despiporre de la gente allí reunida. Cantar bien se reserva a los borrachos.
      Lo de Bunbury nos pegó fuerte a los de mi generación, pero no soy de los que imitan su chulería.

      Un abrazo.

      Eliminar
  3. Una diversión muy sanota. ¿Qué sería de nosotros si no existieran estos comediantes de última generación?
    Yo me habría escondido en el baño. ¡Cantar en público! La última vez que lo hice me suspendieron porque a mi voz le dio por desafinar sin mi permiso.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. A mí me parece que tiene mucho mérito subirse a unos tacones, salir al escenario, cantar y hacer reír. Verlo es un espectáculo que una aprendiz de crápula como tú no debe perderse.

      Un abrazo.

      Eliminar

Entradas populares

Vistas de página en total