Aunque
parezca una locura, no tengo pudor en afirmar que deseo fervientemente la
llegada de las comidas familiares. Ya sé que la mayoría de mujeres de mi edad
odia cocinar para tanta gente, pero a mí me encanta diseñar el menú, llevarlo a
cabo, servirlo y observar las reacciones de los invitados. En especial la de mi
prima Alicia. Llevo enamorada de ella desde los catorce años.
No recuerdo bien la fiesta que
reunía a toda la familia, pero sí a la perfección el aburrimiento pintado en el
rostro de mi prima mientras jugábamos nuestra tercera partida de parchís. Nos
habían dejado tiradas en la alfombra de su cuarto. Mi cara también debía ser un
poema porque Alicia dijo algo que no se me olvidará jamás: «Les estaría bien
empleado si desapareciéramos ahora mismo». Como éramos pequeñas, optamos por
escondernos en un armario durante un rato. Las horas pasaron igual de lentas
que antes. Se oían conversaciones y risas amortiguadas por la madera. Aún sueño
en noches de verano con lo que selló mis labios. Era un beso húmedo. Nadie me
besaría jamás así, ni siquiera mi marido. La oscuridad hizo el resto. Desató
una mezcla de olores y sabores que, aquella primera vez, dejó satisfecha solo
la necesidad de cariño.
En las siguientes reuniones del clan
de los Martínez fuimos cada vez más precisas y menos cautas. De hecho, nos
excitaba dejar la puerta entreabierta o emitir gemidos glotones. Nadie se
acercó nunca por allí a ver qué pasaba. En una ocasión, cogí un tarro de miel
de la nevera y unté los pezones de mi prima. Tuve que taparle la boca para que
no acudieran los bomberos. Yo misma apagué el incendio que quemaba entre sus
muslos. Sin embargo, lo debí avivar, porque aún espera con impaciencia esos dos
o tres encuentros que tenemos al año. Mientras nuestros maridos, padres e hijos
beben y beben como los peces en el río, nosotras corremos a poner el lavaplatos
o a limpiar la encimera. Se tragan cualquier excusa con tal de librarse del
trabajo sucio.
Si alguna madre o hija se entromete, recurrimos al vil pretexto de que las primas quieren ponerse al día, contarse sus cosas, arreglar el mundo. A nadie le extraña porque siempre nos hemos querido mucho. Lo que no sospechan es de qué manera.
Vaya con las primas! Un relato cargado de erotismo...no me extraña que le gusten las comidas familiares deseando acabar para comer el postre.
ResponderEliminarMuy bueno, como siempre.
Un beso
Quizá lo mejor de ser escritor consiste en poder hablar sin tapujos de aquello que otros callan por el qué dirán.
EliminarUn abrazo.
Muy bien narrado. Tendría muchas posiblilidades en un concurso de microrrelatos eróticos. Háztelo mirar, por si cae la breva, digo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Solo si tú te presentas conmigo con un relato que le haga sacar los colores a la mismísima Lucía Lapiedra.
EliminarUn abrazo.
A veces el aburrimiento puede abrirnos una puerta a lo desconocido. En este caso, fue descubrir un intenso amor paralelo.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho la forma de narrarlo, con naturalidad y belleza.
Un abrazo.
Muchas gracias, Josep. Eso es precisamente lo que busco, una escritura sencilla y alejada de artificios.
EliminarUn abrazo.
Siempre ha existido una leyenda urbana con los primos, las primas y los primos y primas. Acuérdate del soez "cuanto más primo más te la arrimo".
ResponderEliminarEn este caso nada de soez. Erotismo finísimo y elegante, unido a algunos mensajes que podrían extraerse entre beso y miel. Genial.
Un abrazo.
Me alegro que te haya gustado, Maribel. Este es un cuento de los nuevos, y quería saber el impacto entre mis lectoras y lectores. Por cierto, no conocía el dicho.
EliminarUn abrazo.