La lluvia nos ha acompañado desde
que volvimos de Bilbao como un hada protectora contra el calor lobotomizador del
verano. Por eso, regreso sin parar al refresco de esos cuatro días que viajamos
al Norte. La primera ropa de abrigo en la maleta, el primer cielo oscuro, la
primera vez que recibía un premio literario. El autobús del aeropuerto superó
una zona de paneles acústicos que mostró de repente la Ría y el Guggenheim.
Habría detenido aquel instante para siempre.

Salimos
a cenar algo por ahí mientras la noche refrescaba a pasos agigantados. La
chaqueta de manga larga. El pañuelo al cuello. Alfonso nos condujo a una pizzería
siguiendo las indicaciones de su móvil. De vuelta al hotel, Clara titilaba como
una estrella en el cielo. Mi mujer, menos friolera, le prestó su rebeca.


Derrotados
por el cansancio, aún tuvimos energía aquella noche para estrenar la Semana
Grande de Bilbao. Los niños se quedaron en el hotel mientras nos mezclábamos
con un hormiguero de gente. Algunos jóvenes llevaban el vaso vacío de plástico
al estilo John Wayne. Otros conjuraban el peligro de caer a la Ría trepados a
la barandilla. Sin ganas de alcohol, me tomé una infusión de menta en el Abando.
El
domingo amaneció ligeramente plomizo y la temperatura abrazó un otoño
anticipado. Sin hacer caso de un cielo cada vez más turbio, comimos en el
ombligo de Bilbao: la Plaza Nueva. Era tal el gentío que el camarero olvidó
cobrar los pintxos. Cuando mi mujer se percató, la lluvia y un viento gélido
nos encogían bajo los paraguas. Apretamos el paso hasta el hotel.
El
lunes seguía nublado. Con las maletas en recepción, estiramos un rato las
piernas hasta la hora de la entrega de premios. Mi mujer fue engullida por
Lush, una tienda de cosmética natural. Clara permaneció conmigo infundiéndome
el valor que necesitaba. Tras el paseo, nos recibieron los txistus de Mikel y
Patrik Bilbao a la entrada del Abando. La ceremonia contó, entre otras personalidades,
con el Alkate Juan Mari Aburto y la Concejala Itziar Urtasun. Esta última me
entregó el trofeo en forma de losa bilbaína concedido por la Asociación Plaza
Nueva Idazleak. Como no pude leer los tres folios que tenía preparados —es
broma—, aprovecho para dedicárselo a mi familia. Mi auténtico premio.