miércoles, 15 de marzo de 2017

EN LA PISCINA























Puede que en otra vida fuera lobo de mar, pues desde hace años nado regularmente en una piscina pública. Es un deporte individualista que me va como anillo al dedo, propio de gente disciplinada pero, a la vez, amante de la libertad que proporciona el agua.

En los vestuarios de la piscina, suelo coincidir con tres pensionistas encantadores a los que casi nunca he dirigido la palabra. Van a clases de natación y han hecho piña. Me fascina su vitalidad, su disposición a reírse del mundo, su inagotable labia. Y, por encima de todo, envidio su compañerismo de colegio. En resumen, de mayor quiero ser como ellos.

Uno de estos improvisados amigos se llama Jose, vive en el barrio de Carolinas y cuenta historias de la Guerra Civil que ponen los pelos de punta. La nostalgia se mezcla con la rabia al revivir la España siniestra y oscura de aquellos años.

Hubo una ocasión en que no tuve más remedio que vencer mi natural timidez y hablar con claridad. Estábamos poniéndonos el bañador en medio de un silencio agradable. Fui a mi taquilla para dejar algo cuando, enmarañada entre la ropa, descubrí una prenda que no era mía. Se trataba de un calzoncillo de los antiguos, enorme y con huevera. Color beige, para ser más exactos. Una pieza de museo.

De la forma más educada, le dije a uno de los señores que aquella reliquia no me pertenecía, con lo cual debía pertenecer por fuerza a alguno de ellos tres. La chanza y el cachondeo no se hicieron esperar. Manuel, el propietario del calzoncillo, se atrincheró en el baño mientras su amigo le interpelaba así: «Madre mía, has perdido el norte, ¿cómo te dejas eso en la taquilla de este hombre?». Al cabo de unos segundos interminables, Manuel recogió su prenda azorado y pidiendo disculpas. Yo le quité hierro al asunto diciendo que a cualquiera puede sucederle.

La amistad entre los ancianos sigue viento en popa; yo sigo acudiendo a la piscina con el sano propósito de nadar. A veces me acuerdo, sonrío y cierro la taquilla por si las moscas.

6 comentarios:

  1. Una lástima que sigamos teniendo que cerrar puertas, aunque en este caso sea para evitar que entren cosas en lugar de eesaparecer. Delicioso, querido lobo. Un abrazo.

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    1. Cierro la puerta de la taquilla por precaución, pero sigo atento a las historias del trío calavera. Es lo bueno de ser un lobo.

      Un abrazo.

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  2. Jajajaja! Yo no soy de nadar, a pesar de que soy piscis, pero sí voy al gimnasio y se me vienen a la cabeza varias abuelas como las que tú retratas, con esa vitalidad y esas ganas de vivir...Eso sí, nunca me he encontrado ninguna pieza de museo en mi taquilla confundida entre mis tangas....jajajaja!
    Esta vez te has congraciado con el mundo, después del relato anterior que me dejó conmocionada.
    Un beso

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    1. Sería muy aburrido escribir siempre las mismas cosas. Hay veces que uno necesita airear el lado triste de la vida y otras la cara amable. Si encuentro un tanga en mi taquilla, ya sé que es tuyo.

      Un abrazo.

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  3. Un buen ejercicio el de escuchar y compartir cuando se llega a cierta edad. Seguro que las anécdotas no se cerrarán como la puerta de tu taquilla, estos viejos-jóvenes son impredecibles.

    Un abrazo.

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    1. A mí me ha tocado escuchar en un mundo donde ya casi nadie escucha. Es todo un logro para alguien que suele estar en las nubes.

      Un abrazo.

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