Habíamos convenido una señal para cuando mi amigo José
Luis fuera pasto de gusanos. Una colleja si Dios existía. Dos si no había nada.
No he recibido más que silencio desde entonces, pero la otra noche soñé que un
compañero del colegio se hacía el gracioso reventándome la nuca de un manotazo.
Al despertar, acaricié la zona dolorida sintiéndome el hombre más feliz del mundo.
miércoles, 30 de octubre de 2024
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