domingo, 14 de diciembre de 2014

DE MUERTE
























Llevaba bastante tiempo detrás de la novela Puzle de sangre, que se publicó en formato digital primero y este año ha visto una versión en papel gracias a editorial Aguaclara. No había podido leerla por falta de libro electrónico. Ahora que por fin he pasado sus páginas con los dedos, me regalan un ebook por Navidad. Ya escribía Hermann Hessee en El lobo estepario: «Usted ha de acostumbrarse a la vida y ha de aprender a reír».

Mi curiosidad era lógica. No todos los días asiste uno al fenómeno de una novela escrita a dos bandas, quizá porque estamos acostumbrados a imaginar al escritor solo frente al papel en blanco. José Payá Beltrán y Mario Martínez Gomis se han atrevido a desafiar las convenciones del oficio, e incluso a desafiarse, con las únicas armas del ingenio y la complicidad.

Todo nace a partir de un relato de José Payá llamado «La cita», incluido en su libro La segunda vida de Christopher Marlowe (Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 2011). Narra el encuentro de dos asesinos atrapados en un callejón sin salida: han matado a dos hombres y no tienen ni una maldita pala a mano para enterrarlos. Los asesinos usan los nombres falsos de sus víctimas, pero a partir de ahora los conoceremos por los apodos de el Socio y el Sabio.

Este relato se convierte en faro de una novela que va escribiéndose sobre la marcha. Según afirman sus creadores, uno mandaba un capítulo al otro y le mataba los personajes. El compadre hacía lo mismo. Así se gestó este divertimento, a caballo entre la falta de pretensiones y la pura chiripa, que algunos consideran una mezcla de Torrente y Tarantino.

Como dos caras de la misma moneda, el Sabio representa al matón chapucero a quien llegas a coger cariño. El Socio encarna al asesino profesional, frío y calculador incluso frente a una hembra como Estrella Esperanza: «Advertí el asombro en el rostro de la cubana: los ojos alzados y el ceño fruncido, las aletas de la nariz dilatadas, los ojos verdes fijos en el abultamiento alargado que había aparecido en mi bolsillo (…) —No creas que me alegro de verte —dije—, es que llevo pistola».

Una serie de personajes fallecen alrededor de el Socio y el Sabio. En estricto orden de defunción, las primeras víctimas son Jaime Barceló y Alfonso Abellán. Como dato significativo, se trata de los trasuntos literarios de José Payá y Mario Martínez, que en un gesto de humildad asesinan literalmente cualquier rastro de soberbia por su parte. A continuación, el Socio expira a manos de Susana Francés, quien ha contratado sus servicios como asesino a sueldo para liquidar a su marido. He aquí el toque Tarantino, porque uno se ríe con cosas que no tienen ninguna gracia. Al terminar la lectura, contabilizo la nada despreciable cifra de once asesinatos y un suicidio.

Nadie podrá negar que esta novela es más negra que las uñas de un presidiario, pero enseguida advertimos que en ella no hay asesinato que resolver por parte de un avezado detective. Más bien ahonda en la psicología de los personajes, en sus motivaciones humanas. Por ejemplo, el Sabio quiere a Alfonso Abellán muerto porque en el examen de acceso a la universidad para mayores de veinticinco años le preguntó la fecha exacta de elaboración de la Carta Magna. Suena muy bestia, pero ¿qué alumno no ha querido cargarse alguna vez a un profesor y viceversa?

Uno muy leído diría que es una obra esperpéntica. Yo prefiero calificarla de bestial como una historieta de Mortadelo y Filemón. Al igual que en los tebeos, el lenguaje es un personaje más. El uso de argot —«jaco» para referirse a heroína— o tacos —joputas— aporta verosimilitud al Sabio y a sus colegas del trullo.

Resulta sorprendente el tono uniforme logrado por los dos autores, de modo que no distingues cuándo escribe cada uno. Quizá no me he identificado con algunos referentes culturales, como cuando dicen de cierto personaje que es «más sospechoso que Islero, en lo referente a haberse cargado a Manolete». Cuestión de edad y de gustos. Si me preguntan qué me ha parecido Puzle de sangre, diré: de muerte. Si quieren saber qué he aprendido de estos dos pájaros: antes la muerte que fallecer de aburrimiento.

6 comentarios:

  1. Gracias por tus palabras. Me alegra de que hayas disfrutado. Ese era, principalmente, el propósito del invento...

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  2. Interesante realmente, Jose. Yo hice el experimento de escribir a cuatro manos relatos navideños y, además, exactamente como dices: enviaba mi página escrita a la colega de turno y ella lo continuaba, sin ponernos de acuerdo en ningún sentido. Me gustó la experiencia, pero para una vez o dos (en realidad fueron tres), creo que con una novela no me sentiría cómoda.

    Felicidades a los autores. Tendré en cuenta este título.

    Un abrazo.

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    1. Sí, es realmente jodido. Prefiero en literatura yo en mi casa y tú en la tuya. Cada uno escribe un texto, tú me lo enseñas, yo te lo enseño, tú me lo criticas, yo te lo critico. No sirvo para el matrimonio. Lo que han logrado estos dos autores es casi marciano.

      Un abrazo.

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  3. Muy interesante el libro y la forma en que se gestó. Supongo que previamente se conocerían lo suficiente como para iniciar una aventura semejante.

    Un abrazo.

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    1. Hasta donde yo sé nunca se habían visto en persona. Eso sí, sostenían largas conversaciones telefónicas. Mejor que te lo aclaren ellos.
      No es tan raro; tú y yo somos amigos y jamás nos hemos visto. Ahora solo nos falta escribir un libro.

      Un abrazo.

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