Hablar de sexo sigue siendo tabú en pleno siglo veintiuno. Hablar de amor es una de tantas maneras de intentar comprender un fenómeno incomprensible. Hablar de ambas cosas a la vez es 100 microrrelatos erótico-románticos, una antología en la que tengo el honor de participar.
Casi todos los escritores hemos afrontado alguna vez una historia de temática erótica, pues el deseo es algo consustancial al hombre. No es fácil elegir las palabras adecuadas sin caer en los tópicos, no es sencillo provocar orgasmos en la imaginación sin derivar en orgías.
Las historias compiladas en este libro ofrecen un estímulo medido, una descarga apropiada, una caricia insólita en el panorama literario. Son, me atrevería a decirlo, un servicio de salud púbica.
Existen dos formas de acercarse al fenómeno erótico. La primera es la sugerencia: “Lo que recuerdo de ti es cómo caía el pelo por tu espalda cuando hacíamos cosas que aún me quitan el sueño”. La segunda es el desparpajo: “Desde entonces soy multiorgásmica, soy una adicta al sexo, a su sexo, a sus caricias, a sus dieciocho centímetros que me llenan el alma y el coño”. Entre medias, un amplio catálogo: la versión erótica del cuento de Blancanieves, una Bolsa que sube debido a la inflación, una fantasía sexual que tiene que ver con flores…
Sólo hay una forma de acercarse al amor: por la vía de la sinceridad. En este sentido, el microrrelato “La primera vez en once palabras” consigue emocionar pese a la crudeza de su pincelada. Otros cuentos más idealistas hablan de reconciliaciones en medio de auténticas guerras frías.
A pesar de algunos errores de sintaxis: “Se saciaba hasta verme gritando”, si tuviera que expresar en una frase lo que siento por este libro diría: “Te odio porque si algún día me faltas me pasaré la vida intentando encontrar a alguien como tú”.
miércoles, 21 de julio de 2010
lunes, 12 de julio de 2010
CAMPEONES
Hoy me he rapado la cabeza. Tranquilos, no me he vuelto un radical. Lo hago todos los años por estas fechas. Es una forma de sanear las ideas.
Ayer sufría las entradas holandesas a nuestros jugadores y me preguntaba si aquello era fútbol o rugby. Sentía vergüenza ajena ante el arbitraje de una final del mundo. Aquello era un intento de sabotaje, un atentado terrorista en toda regla, un regreso a la oscura Edad Media.
Hoy me he levantado con el cuerpo dolorido y he asaltado el primer quiosco abierto. He rastreado los periódicos, pero todo eran eufemismos. Que si el juego de Holanda fue un pelín brusco, que si somos campeones del mundo a pesar de la obstrucción del rival, que si el zapatazo en el pecho a Xabi Alonso era un gesto de cariño…
Sinceramente, prefiero el baloncesto. El juego sucio se sanciona rápidamente con faltas personales.
Esto no significa que no esté contento con la victoria de “La Roja” y que no lo haya celebrado con un chapuzón en la piscina de unos amigos, tras una llamada a ese padre pletórico. Mi padre. El verdadero campeón.
Pero lo más emocionante de la jornada de ayer fue que mientras acudía a la plaza de los Luceros de Alicante en el coche de un amigo, varios desconocidos me dieron la mano. No éramos ni vascos, ni catalanes, ni valencianos. ¡Éramos españoles!
Y si a alguien le molesta, que se vaya con Holanda.
viernes, 2 de julio de 2010
GMS
Óscar introduce la dirección. El GPS dice: “Tuerza a
la derecha por la calle Planelles”.
Óscar no conoce la calle Planelles y se mete por la
calle Asturias.
El GPS dice: “¿Con 30 años y no te sabes las calles
de tu ciudad? Pues ya va siendo hora”.
—¿Encarna?
—Sí, hijo, soy yo. Te dije que jamás te abandonaría.
—Pero… ¿cómo? Estás muerta.
—Reencarnación.
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