Llevaba bastante tiempo
detrás de la novela Puzle de sangre,
que se publicó en formato digital primero y este año ha visto una versión en
papel gracias a editorial Aguaclara. No había podido leerla por falta de libro
electrónico. Ahora que por fin he pasado sus páginas con los dedos, me regalan
un ebook por Navidad. Ya escribía Hermann Hessee en El lobo estepario: «Usted ha de acostumbrarse a la vida y ha de
aprender a reír».
Mi curiosidad era lógica.
No todos los días asiste uno al fenómeno de una novela escrita a dos bandas, quizá
porque estamos acostumbrados a imaginar al escritor solo frente al papel en
blanco. José Payá Beltrán y Mario Martínez Gomis se han atrevido a desafiar las
convenciones del oficio, e incluso a desafiarse, con las únicas armas del
ingenio y la complicidad.
Todo nace a partir de un
relato de José Payá llamado «La cita», incluido en su libro La segunda vida de Christopher Marlowe
(Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 2011). Narra el encuentro de dos
asesinos atrapados en un callejón sin salida: han matado a dos hombres y no
tienen ni una maldita pala a mano para enterrarlos. Los asesinos usan los
nombres falsos de sus víctimas, pero a partir de ahora los conoceremos por los
apodos de el Socio y el Sabio.
Este relato se convierte en
faro de una novela que va escribiéndose sobre la marcha. Según afirman sus
creadores, uno mandaba un capítulo al otro y le mataba los personajes. El compadre
hacía lo mismo. Así se gestó este divertimento, a caballo entre la falta de
pretensiones y la pura chiripa, que algunos consideran una mezcla de Torrente y
Tarantino.
Como dos caras de la misma
moneda, el Sabio representa al matón chapucero a quien llegas a coger cariño. El
Socio encarna al asesino profesional, frío y calculador incluso frente a una
hembra como Estrella Esperanza: «Advertí el asombro en el rostro de la cubana:
los ojos alzados y el ceño fruncido, las aletas de la nariz dilatadas, los ojos
verdes fijos en el abultamiento alargado que había aparecido en mi bolsillo (…)
—No creas que me alegro de verte —dije—, es que llevo pistola».
Una serie de personajes fallecen
alrededor de el Socio y el Sabio. En estricto orden de defunción, las primeras
víctimas son Jaime Barceló y Alfonso Abellán. Como dato significativo, se trata
de los trasuntos literarios de José Payá y Mario Martínez, que en un gesto de
humildad asesinan literalmente cualquier rastro de soberbia por su parte. A
continuación, el Socio expira a manos de Susana Francés, quien ha contratado
sus servicios como asesino a sueldo para liquidar a su marido. He aquí el toque
Tarantino, porque uno se ríe con cosas que no tienen ninguna gracia. Al terminar
la lectura, contabilizo la nada despreciable cifra de once asesinatos y un
suicidio.
Nadie podrá negar que esta
novela es más negra que las uñas de un presidiario, pero enseguida advertimos
que en ella no hay asesinato que resolver por parte de un avezado detective.
Más bien ahonda en la psicología de los personajes, en sus motivaciones
humanas. Por ejemplo, el Sabio quiere a Alfonso Abellán muerto porque en el
examen de acceso a la universidad para mayores de veinticinco años le preguntó
la fecha exacta de elaboración de la Carta Magna. Suena muy bestia, pero ¿qué
alumno no ha querido cargarse alguna vez a un profesor y viceversa?
Uno muy leído diría que es
una obra esperpéntica. Yo prefiero calificarla de bestial como una historieta
de Mortadelo y Filemón. Al igual que en los tebeos, el lenguaje es un personaje
más. El uso de argot —«jaco» para referirse a heroína— o tacos —joputas— aporta
verosimilitud al Sabio y a sus colegas del trullo.
Resulta sorprendente el tono uniforme logrado por los dos autores, de modo que no distingues cuándo escribe cada uno. Quizá no me he identificado con algunos referentes culturales, como cuando dicen de cierto personaje que es «más sospechoso que Islero, en lo referente a haberse cargado a Manolete». Cuestión de edad y de gustos. Si me preguntan qué me ha parecido Puzle de sangre, diré: de muerte. Si quieren saber qué he aprendido de estos dos pájaros: antes la muerte que fallecer de aburrimiento.