jueves, 21 de diciembre de 2017

NAVIDAD ENTRE AMIGOS
















Hará unas pocas semanas, Neogéminis me propuso participar en un christmas conjunto. El único requisito consistía en aparecer con una foto de cuando éramos niños. La iniciativa me pareció tan simpática que decidí colaborar. Fue divertido pedirle a mi madre —porque ellas siempre guardan esas cosas— una instantánea raída por el tiempo. Me preguntó, al cabo de un rato, para qué la quería. Me hice el despistado. Pensé luego, en la soledad de mi despacho, que la Navidad es como ese niño que ya no reconocemos en las imágenes del álbum familiar. Encontrarlo es el reto. También el vuestro. Os propongo que me encontréis en la tarjeta. Quien acierte, recibirá por correo un relato inédito con dedicatoria de mi puño y letra. 
Hasta la vista, mirones.

sábado, 16 de diciembre de 2017

PAREDES DE PAPEL




La pared vomitaba a diario un rosario de insultos y vejaciones. Harto de no pegar ojo, empujó él mismo al exorcista por la ventana.

FINALISTA en el concurso Cuenta 140 de El Cultural.

domingo, 10 de diciembre de 2017

REVELACIÓN

















Dos viejos amigos se encuentran por la calle, y uno le dice a otro:
—He bajado a Alicante a comprar té.
—Pues aquí me tienes, ladrón.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

OTOÑO



En otoño
me escoño.
¿Quién ha olvidado
esta cáscara de plátano
en el suelo de linóleo?
La sostengo entre dos dedos
como un pulpo fofo.
Ante el espejo,
improviso un moño.
Hago sonar la campanilla
llamando al mayordomo.
Me olvido de ella
lanzándola al aire
hasta que un catacroc, un grito, un ay
anuncian el peor pronóstico.
Si no echas la basura en casa,
¿por qué el planeta parece un orto?


miércoles, 22 de noviembre de 2017

EL CUENTO
















Pongamos que se llama Juan Antonio y que su deseo es escribir un cuento.
     Se pone a ello con la mayor ilusión posible y, gracias a las técnicas aprendidas en el taller, espera escribir algo que merezca la pena. Incluso genial si las musas están de su parte.
     Miles de temas parpadean en la mente de Juan Antonio como estrellas en la noche. Casi todos están tan trillados como las canciones de Camela. No se inspira. Se levanta, agarra la botella de ron y prepara un cubata. A la tercera copa, apaga el ordenador y se va a dormir.
     Al día siguiente, se encuentra en la biblioteca a Narcís. Escribe de manera febril en su portátil. Parece que no tiene problemas de inspiración. De hecho, es como si estuviera en trance. ¿Será cosa del aloe vera? Decide no molestarle.
     A mitad de semana, entra en pánico. Aún no ha escrito ni siquiera una línea y la clase del viernes se acerca. Es la última y, claro, le gustaría impresionar. Mientras saca a pasear a la perra, coincide con Paco. Decide sondearlo para ver cómo lo lleva. «Estoy con un narrador omnisciente —dice entusiasmado—, pero repartido en pequeños narradores equiscientes a la manera de Virginia Wolf.» Juan Antonio trata de aparentar serenidad mientras recoge una deposición de su mascota y se la guarda en el bolsillo. Luego se despide.
     Después de muchos intentos, Juan Antonio pone punto final a una historia. Está orgulloso. Entonces acude a su mente la voz de la profesora Grant diciendo: «Buscáis la fama, pero la fama cuesta y aquí es donde vais a empezar a pagar. Con sudor». Rompe el cuento en mil pedazos. Muerto de vergüenza, la víspera de la clase copia y pega un cuento primerizo de Juan José Millás.
     Tras leer el cuento en voz alta, la profesora del taller le pregunta por el cambio que experimenta el protagonista. «Ni repajolera idea», responde. Tanto se alegra de que la crítica le haya llovido a Millás.


Cuento escrito en el taller literario de la biblioteca Carolinas de Alicante. Ejercicio 5: Tema libre. Incluido en la antología Relatos bajo el agua

sábado, 11 de noviembre de 2017

LA NOVIA DEL MONSTRUO

















Ayer salí con Yesi. Somos amigas desde la infancia y, este año, como solo he suspendido dos, mis padres me han dejado visitarla por la feria de Albacete.
     Le perdono que estuviera vistiéndose y maquillándose dos horas porque luego me invitó a una hamburguesa. Nos la comimos tranquilamente en Los Jardinillos, oyendo el rumor del agua. Fue algo muy raro, porque Yesi no suele permanecer callada demasiado tiempo. Chupándose los dedos de ketchup, dijo que quería presentarme a alguien.
     «¿Un novio?», pregunté maliciosa. Por toda respuesta, me cogió de la mano y me llevó a Los Redondeles. Entramos a la librería más pequeña del mundo. Entre anaqueles abarrotados de libros y cubiertos de polvo, Muriel lucía un moño de rizos eléctricos con dos mechones blancos.
     Su amiga llevaba un pañuelo al cuello por no sé qué erupción, pero parecía simpática. Compró una edición preciosa de «Frankenstein» para su novio que «luego se enfada… pero lo hace porque me quiere», y nos largamos al Ateneo. Allí bebimos calimocho, bailamos y coincidimos con gente del instituto de Yesi. En un instante de entusiasmo provocado por el alcohol, uno de los chicos hizo algo que no debía.
     Aunque recogió el fular como el rayo y se lo puso, yo vi algo que todavía no me explico. Yesi dice que son imaginaciones mías. Estoy planeando subir a la noria, quitarle el pañuelo y tirarlo al vacío. Entonces ya veremos si puede seguir ocultando esas horribles cicatrices alrededor del cuello.


martes, 31 de octubre de 2017

EL PROCESO




La gente estaba cambiando. Eso lamentaba Miquel hasta que se dio cuenta de que el proceso se había vuelto irreversible, como un cáncer terminal. 
     Al principio, solo unos cuantos radicales se atrevían a cuestionar la autoridad y el orden. El gobierno les tachaba de locos o, peor aún, vaticinaba que pronto se les olvidaría. Fue estúpido subestimar su poder, su capacidad de inmolación propia de kamikazes.
     Poco a poco, empezaron a proliferar individuos con lemas y discursos que, en aras de la libertad, apestaban a ideología nazi. Quien no pertenecía a su club, era fascista. Incluso se comenzaron a elaborar listas de personas en contra de la independencia. 

     El futuro era siniestro. Por eso Miquel subió al tren aquella noche junto a su familia. Dejaba atrás Xàtiva, que era lo que más quería. Deseaba que sus hijos aprendieran castellano y valenciano.


Más cuentos terroríficos en el blog de Teresa Cameselle.

domingo, 22 de octubre de 2017

NO HAY DOS CHARLIS SIN TRES



Ahora que comienza el curso y algunos profesores buscan libros interesantes para incentivar la lectura, me gustaría sugerirles Charli en la Isla del Terror (Babidibú, 2017). ¿Por qué? Quizá porque es otra historia trepidante nacida de las manos de Maribel Romero Soler, una artesana de las letras que nunca deja de sorprender a niños y adultos.

La novela forma parte de una saga que ya va por su tercer título. Se completa con Charli y los cinco peligros (Edimater, 2010) y Charli y el cofre del tesoro (Edimáter, 2013).

Para los seguidores de las aventuras de Charli —nos autodenominamos charlistas—, lo mejor de esta nueva entrega, además de las excelentes ilustraciones de José María Clémen, es seguirle la pista a los personajes. Dicen que la curiosidad mató al gato. Sorprendemos, entonces, a Charli ocupado en la preparación de la fiesta por su décimo cumpleaños. De pronto, recibe una llamada bastante rarita de su amiga Sandra. Le dice que necesita ayuda porque la tribu de los Tai-wike la tiene retenida en la Isla del Terror. Charli cree que su amiga le quiere gastar una broma hasta que un sueño demasiado real le lleva allí.

Reaparecen en esta aventura personajes como Seven, el perro del protagonista cuya aportación siempre resulta valiosa. De hecho, tendrá un papel fundamental en la trama de la novela. Lo acompañará Martes, la perra de Sandra. También aparece otro animal —un horrible monstruo— con el que los personajes deberán luchar. Afortunadamente, tendrán la ayuda de Kytus, un niño de la tribu.

Los golpes de humor, tan característicos de la autora, siguen salpicando las páginas de Charli en la Isla del Terror. Se trata de un humor blanco que se combina con reflexiones que, a los adultos, nos hacen suspirar cuando recordamos la división entre catalanes: «A veces los amigos discuten, como también lo hacen los hermanos, los padres con los hijos o los nietos con los abuelos, pero la grandeza de las personas está en saber pedir perdón».

Asegura Maribel Romero que esta es la última parte de Charli, pero yo no estaría tan seguro. La dejaremos descansar una temporada. Siempre nos queda el recurso, en caso de ser cierto, de llamar al Melenas a través del colgante y pedirle que escriba otro libro.

miércoles, 11 de octubre de 2017

MASCOTA














Un día le pregunté a mi hijo si un mosquito podía convertirse en mascota. Respondió que no porque picaba. Entonces le pregunté si un cocodrilo podía ser mascota. Respondió que no porque mordía.
     Otro día le pregunté si un niño podía ser mascota. Entre todas las mascotas raras del mundo, pensé, los niños ni pican ni muerden.
     Me echó los brazos al cuello y, con ojos brillantes, dijo:
     —Tú eres mi mascota preferida.


sábado, 30 de septiembre de 2017

EL JEFE















Una mesa de caoba pone frente a frente a un jefe y su empleado.

—Mire, sé la razón por la que me ha llamado a una hora tan intempestiva. Créame que, después de veinticinco años en el sector, esta es como mi segunda casa.

El jefe intenta tomar la palabra, pero el otro le hace un gesto inequívoco con la mano.

—Lo considero un buen jefe. Sabe ser duro cuando hay que serlo, pero también sabe disculparse con sus trabajadores cuando la tensión del día a día provoca roces. Incluso admite de buen talante sugerencias en la forma de vender el producto.

El empleado toma aire mientras su café se enfría encima de la mesa.

—Verá, después de tantos años no me iré sin decirle que me siento catalán al mismo tiempo que español. Ignoro si este ha sido el motivo de mi despido, pero ya ve que me la trae al pairo.


miércoles, 20 de septiembre de 2017

EL FESTIVAL






















Cuando Facundo Soplagaitas escuchó la propuesta de labios de su interlocutor no pudo menos que santiguarse varias veces.
     Horas antes, Miguel Contreras lo había visto actuar sobre un escenario en las fiestas del pueblo. Cantaba con el poderío de la Jurado y, todo hay que decirlo, bastante pluma. La coreografía rozaba el desastre, habría que trabajar mucho al respecto. Sin embargo, poseía un magnetismo que hizo que la gente se levantara de sus asientos y aplaudiera a rabiar. Además, la canción que había interpretado era suya. Justo lo que andaba buscando la delegación española para el festival más famoso del mundo: Eurovisión.
     Desde el comienzo, dicha delegación le había dejado claro a Miguel que no deseaba ganar el concurso. España no estaba para tales dispendios. Lo importante era no caer en un nuevo ridículo como el del año anterior, donde no nos habían dado ningún punto y, por consiguiente, habíamos quedado los primeros por la cola.
     Para lograr ese objetivo, Miguel, con el buen criterio que le había granjeado la confianza de Televisión Española, se recorrió gran parte de la geografía en su seiscientos. Buscaba un rostro nuevo, un friki como el Chikilicuatre que nos librara de la solemnidad y uniera al país de nuevo frente al televisor.
     Estaban apoyados en la barra de un bar, hablando casi a gritos por culpa del ruido de cohetes y charangas. Miguel pidió otra ronda de vinos. Se sentía desfallecer ante la perspectiva, más que probable, de que Facundo renunciara al dudoso honor de representar a nuestro país en el festival más rancio, casposo y retrógrado de la canción internacional.
     El rostro de Facundo era impenetrable mientras oía hablar de contrato discográfico si la canción quedaba en buen lugar. «¿En serio crees que soy la persona adecuada para ir a Eurovisión?», dudó una vez más el receloso pueblerino. «Mira el Chikilicuatre», replicó Miguel. 

     Facundo lo acompañó al hostal cuando Miguel andaba haciendo eses por culpa de ese vino peleón de la tierra. En la calle no había un alma. Una franja amarilla pintaba el horizonte. Presa de la euforia, se acercó al oído del paleto y le susurró que este año habían amañado varios doces para España a cambio de turismo por la vieja Europa.


Cuento escrito en el taller literario de la biblioteca Carolinas de Alicante. Ejercicio 4: Narrador equisciente

miércoles, 6 de septiembre de 2017

RODILLAS PELADAS


















Nieves llevaba las rodillas peladas cuando tenía siete años. Ahora tiene cuarenta y dos, una hipoteca, una hija que mantener y no está el horno para bollos.

El otro día me la encuentro en la peluquería, qué ilusión después de tanto tiempo. Pregunto por su hija, claro. Responde que en yudo. Va tres veces por semana desde hace un año. Me cuenta que asiste también a clases de zumba, informática, inglés y cocina.

Espera, digo. Me subo un poco la falda y le muestro las cicatrices de mis rodillas. Nos reímos como salvajes de una tribu perdida en la selva, pero se despide educadamente cuando le suena el móvil, no sin antes prometer cien veces que me llamará.

Yo también tengo una hija, casi lo olvido. Al recogerla del colegio, me dice la maestra que lleva las rodillas peladas de tanto jugar. Pienso en mi vieja amiga, en los artículos que escribe en el diario El Mundo. El último de ellos se titula «Estrés infantil».

martes, 29 de agosto de 2017

CINCUENTA SOMBRAS DE ENRIQUE



















Seré absolutamente sincero. Me da igual que Bunbury cumpla cincuenta años este agosto. Lo que realmente pone los pelos de punta es que el tiempo pasa para todos. Sea por susto o por devoción, muchos han aprovechado para rendir un homenaje al músico.

Respirad tranquilos. No haré una lista de las cincuenta canciones que me han llegado al alma. Ni siquiera trataré de buscar una explicación a las intrincadas letras del artista, algo más asequibles desde que abandonó Héroes del Silencio. Creo que la razón por la que sigo a Bunbury desde los trece años continúa siendo un misterio que no pretendo resolver.

Quizá me hechizara —no solo a mí, sino a toda una generación— su peculiar forma de interpretar las canciones, algo que despertó la burla de cierto compañero de colegio que tenía un grupo. Puedes amar u odiar esa manera engolada de cantar propia de Enrique, pero no deja indiferente a nadie.

Mucho antes de que Héroes del Silencio se convirtiera en una leyenda con problemas de ego, tocaron en Guardamar del Segura. Era el 19 de julio de 1991. No tenía dinero para comprar una entrada, de modo que escuché todo el concierto desde la terraza de mi casa. Mi novia de aquella época aguantó el triste espectáculo de oírme cantar.

La primera vez que asistí en persona a un concierto de Bunbury acababa de embarcarme en el negocio de montar una academia. Era el 10 de marzo del 2000. Presentaba su disco «Pequeño» en el Paraninfo de la Universidad de San Vicente. Canciones como «El extranjero», «Sólo si me perdonas» o «Infinito» fueron una reválida para el maño, que empezó a quitarse de encima la alargada sombra de Héroes del Silencio.

Un par de años después, tuve la oportunidad de verlo de nuevo en el desaparecido recinto Campoamor (actualmente ocupado por el ADDA). Era el cumpleaños de mi mujer y el inicio de las Hogueras de Alicante. Presentaba el álbum «Flamingos», donde expiaba su fracaso matrimonial con la periodista Nona Rubio con canciones tan hermosas como «… Y al final».

Reconozco que ha habido otros conciertos, pero no quiero cansar a mis lectores. Además, las primeras veces siempre se recuerdan con un cariño especial. Bunbury se ha convertido, disco a disco, en un miembro más de mi familia. Me refiero a la familia elegida por nosotros, la que agrupa a referentes culturales que hacen más soportable la vida con frases como esta: «De pequeño me enseñaron a querer ser mayor, de mayor quiero aprender a ser pequeño».

Soy un fan algo pasota. Nunca haría cola para conseguir un autógrafo ni para conocerlo en persona. Me da miedo perder al único amigo que me ha durado treinta años.



domingo, 20 de agosto de 2017

LA TIMIDEZ

   
Dos minutos después de saber que su vecina estaba en la azotea a punto de saltar, le declaró su amor.
     Armando la había conocido cuando se mudó al piso de la calle Velázquez, el cuarto derecha. Ella vivía también sola en el cuarto izquierda, si exceptuamos la compañía de su perro. Coincidieron en la puerta: él entraba con una maleta, ella sacaba a pasear al animal. «Poca cosa traes, espero que seas un poco más sociable que el anterior», dijo con una leve sonrisa. Él se encogió de hombros.
     Pasaron varias semanas hasta que ocurrió el siguiente encuentro, de nuevo en el rellano de la escalera. Esta vez ambos salían, de buena mañana, a sus respectivos empleos. Laura estaba impecable con su traje azul marino de pantalón y chaqueta. Debajo de esta, una blusa blanca con un par de botones estratégicamente desabrochados. Y, por supuesto, tacones. El hombre no iba tan elegante. De hecho, su única prenda de vestir consistía en un mono que portaba el logotipo de alguna compañía eléctrica. Se saludaron con los tópicos habituales. Ella dijo con descaro: «A ese mono le falta el color naranja para ser de preso». Él se puso rojo como un tomate. Luego desapareció escaleras abajo.
     Al cabo de un mes, Laura había agotado su arsenal de trucos para atraer al vecino: le había pedido azúcar, sal, vinagre, harina, huevos, un bolígrafo, un secador, el móvil para llamar porque el suyo se había quedado sin batería y hasta una manta porque la calefacción no funcionaba. Mentira. Ella estaba más caliente que el desierto de Mojave. Nadie la había atraído tanto desde el instituto.
     Se cumplió un trimestre desde que Armando y Laura vivían puerta con puerta. Él se lo había tomado con humor al principio. Luego ella empezó a seguirlo al trabajo, al restaurante donde comía habitualmente, al cine. El colmo fue descubrir por la portera que iba diciendo por ahí que eran novios. Tuvo unas palabras con la mujer.
     Creyó que se había librado de ella, pues desde la conversación llevaba un tiempo esquivándolo. Armando subía los peldaños de dos en dos, silbando una cancioncilla, cuando vio aquella nota en su puerta. No bien hubo leído lo que ponía, se la guardó en el bolsillo arrugándola con violencia.
     En la azotea estaba Laura con una sonrisa miserable de triunfo, nada apropiada para una suicida. Él hincó la rodilla en el suelo, tomó una mano entre las suyas y le dijo que era la mujer de su vida. También reconoció que la había estado evitando porque acababa de salir del trullo por intentar asesinar a su pareja.



Cuento escrito en el taller literario de la biblioteca Carolinas de Alicante. Ejercicio 3: Empezar por el final

domingo, 13 de agosto de 2017

MOCIÓN DE CENSURA

















El líder del partido fucsia anunció, en rueda de prensa, que iba a presentar una moción de censura contra el calor. Las reacciones no se hicieron esperar: portavoces de los demás partidos proclamaron que aquello era una solemne memez. Sin embargo, acordaron debatir la propuesta en el Congreso de los Diputados. Desde el gobierno, criticaron al partido fucsia por no ofrecer una alternativa al calor seria. Desde la oposición, votaron en contra de la moción de censura porque, huelga decirlo, el calor es una tortura estacional que atrae turismo a mansalva. Los fucsias y grupos independentistas presentaron el botijo, la bicicleta y el cine de verano como solución a las altas temperaturas. Este último, en catalán y subtitulado en español. Si aún no se ha quedado helado con las noticias, la factura de la luz en septiembre obrará el milagro.

martes, 4 de julio de 2017

CANCIONES MALDITAS





















Hay canciones malditas en la vida de cualquier persona. Me refiero a las que uno no puede escuchar sin ponerse perdidamente nostálgico. No digo que la nostalgia sea mala, al contrario. Sin embargo, estas canciones atraviesan una línea imaginaria de sensiblería y ñoñez que consigue dejarnos hechos un guiñapo. La mía se llama «Llanto de pasión» (El Último de la Fila). Auténtica droga dura para amantes de la lágrima fácil. Todo esto para comunicaros que El Mirador se toma vacaciones veraniegas. Ya podéis mesaros los cabellos con desesperación. Hasta la vista, mirones.


martes, 27 de junio de 2017

CUIDADO CON LA LUNA























Aunque soy socio de la Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios (CLAVE), no suelo acudir a ninguno de los actos que organiza por dos razones fundamentales: se programan exclusivamente en la provincia de Valencia (resido en Alicante) y, como muchos colegas de profesión, compagino la escritura con la docencia. Por si lo anterior fuera poco, no tengo coche ni pienso tenerlo. Estas razones no me han impedido, en ocasiones, acercarme a la obra de escritores valencianos como Elena Casero Viana. Ya que no puedo conocerla en persona, me he dicho, al menos en libro de microrrelatos. Así fue como descubrí Luna de Perigeo (Enkuadres, 2016).

Lo primero que me llamó la atención, por supuesto, fue el título. Me pregunté si escondía uno de esos ladrillos que se abandonan a las treinta páginas. Luna de «perigeo» equivale, ni más ni menos, a la fase en que el satélite orbita más cerca de la Tierra. Esto, que puede parecer un hecho anecdótico, no lo es tanto si damos crédito a un estudio que concluye que la luna llena afecta al comportamiento de personas y animales. Al hilo de la leyenda negra que rodea al astro, se dan cita en el libro historias de mosquitos despiadados, hombres lobo, asesinos piadosos, enanos de cuento, naves extraterrestres o solitarios que se las arreglan para no estar solos.

Me sumergí en el libro poco a poco, como si fuera el agua helada de un río. Uno de los primeros microrrelatos me dejó boquiabierto, con ganas de continuar. «Mosquitos de compañía» ilustra a la perfección la teoría del iceberg de Hemingway, según la cual todo relato debe reflejar tan sólo una pequeña parte de la historia, quedando el resto a la interpretación del lector. Con la sublime última línea, acaba y empieza todo: «Aunque este aroma floral no tapa el frío de su ausencia». No dejé de picotear en los días siguientes. Hallé, para mi deleite, mucha presencia de aparecidos que no esconde la rabia ni la crítica social. El humor negro abunda sin caer en el chiste fácil, aderezado a veces con su pizca de nostalgia. «Trueque» representa el deseo inconfesable de cualquier hermano mayor de cambiar la consanguinidad por cromos.

Habría ejemplos de buen hacer en muchas de las setenta y seis collejas que constituyen Luna de Perigeo, porque provocan una reacción inmediata aparte de un deleite estético. De hecho, en ocasiones uno se pregunta si no estará ante un libro de poesía disfrazado de narraciones. Se nota que cada palabra ha sido sopesada y medida con precisión de partitura musical.

Les animo a abrir la ventana y mirar la luna, un gesto que nos une en estos tiempos en que aparentemente tanto nos separa. Contemplándola la gente «se dice, se recuerda y se repite que no hay mejor compañía que su propia soledad». Quizá en estos momentos también le aúlla Elena Casero Viana.


miércoles, 14 de junio de 2017

A CAMBIO DE NADA














No he pisado una iglesia hace años, pero es el lugar donde me han citado para despedir a un amigo. Me acerco dando un paseo hasta Nuestra Señora de Gracia. Faltan diez minutos para mediodía. Hago tiempo en la entrada revisando el móvil. Pronto llegan algunos responsables de Dasyc en Alicante, entre ellos Alba. Me da dos besos con su alegría habitual, aunque se la nota cariacontecida.

Presto atención unos treinta segundos, los que tarda el sacerdote en anunciar que la misa está dedicada a la memoria de José Antonio Beato Herrador, primer voluntario de Dasyc en Alicante. Añade dos o tres palabras de la fundación y, al final, soltando un suspiro reconoce que no tenía ni idea de su existencia.

Ayudar a la gente a cambio de nada podría ser la antesala de la camisa de fuerza y la regadera. No lo discuto. Sin embargo, me permite compartir los problemas reales del mundo, algo que ignoran quienes se dan golpes en el pecho todos los días en misa.

Conocí a José Antonio, que me llamaba cariñosamente su tocayo, en el invierno de 2012. Alba —igual se acuerda— me tomó la matrícula para el carnet de voluntario en medio de un resfriado de los que hacen historia. Pagué la novatada con un señor del que estaba, literalmente, hasta el gorro. No nos llevábamos bien porque me utilizaba sistemáticamente como fuerza motriz para arrastrar su carro de la compra. Triste pero cierto. Entonces apareció un nuevo usuario en mi vida, José Luis. Con él llevo la friolera de cinco años.

No tuve un trato íntimo con José Antonio, ni falta que hace. Hay gente con la que no necesitas entablar amistad para saber que estáis en el mismo barco. Recuerdo como si fuera ayer un día que me llamó por teléfono para hablarme de cierto caso. Su situación de abandono le había puesto al borde del llanto. Así me lo dijo. Estaba hecho de otra pasta, como un Pau Gasol de las personas.

Lo vi por última vez en una conocida librería de Alicante. Me pidió que le firmara un libro para regalárselo a algún compañero. No sé si habrá pelusillas en el lugar donde se encuentra ahora, ni siquiera creo que tenga tiempo de mirarse el ombligo. Él siempre fue, más bien, de dar su mejor sonrisa a cambio de nada.


miércoles, 7 de junio de 2017

EL ALTAR

Seguimos con entrevistas muy breves a personajes famosos sobre la actualidad.


Entrevistador: ¿Qué le parece que Pedro Sánchez haya resucitado de entre los muertos?
            
Jesús de Nazaret: Hombre, pues no lo veo un competidor. Ahora bien, el de la coleta, ese tal Iglesias, no le digo yo que no me quiera quitar el puesto de Mesías.

martes, 30 de mayo de 2017

LOBO EN TÁNGER (y II)

El Riad Dar Mesouda, a pocos minutos de la casa de Chaimae, era un oasis en medio del bullicio de la ciudad. Al ser un ático, la enloquecida circulación sonaba amortiguada. A cambio, debíamos subir y bajar una angosta escalera de caracol. Como buen apartahotel, tenía cocina donde preparar un té para acompañar su correspondiente rato de lectura. No obstante, el baño carecía de secador. Las luces del espejo del mismo tampoco funcionaban, de modo que no habría podido afeitarme si hubiera querido. Aún recuerdo los sofás de la terraza cubierta, donde solíamos charlar hasta altas horas de la madrugada. 

Como no había actos programados para aquel viernes, víspera de la boda, se nos ocurrió buscar la playa después de desayunar. El problema es que nos perdimos. Fuimos a parar, no sé muy bien cómo, a una estación de autobuses cochambrosa. Allí los gatos campaban a sus anchas en sabia simbiosis con los viajeros. No quise hacerles fotos, por si eran un animal sagrado. Después de mucho preguntar, alcanzamos nuestro objetivo. Si no hubiera sido por el mar cobalto, habría confundido aquellas dunas interminables con el desierto. Incluso un par de camellos avanzaban por la arena, lentos pero majestuosos. Una hora más tarde, en un centro comercial de la zona, degustamos un plato de cous cous tan exquisito que olvidé el calor horroroso de la jornada.


Por la noche, cenamos en casa de Chaimae. La muchacha llevaba las manos y los pies cubiertos de henna, aparte de un brillo especial en los ojos llamado sueño. También vino Yassir, que se apartó un instante para rezar en la parte en penumbra del salón. Me alegré de que las cuatro compañeras de viaje, alojadas en el piso de la novia, aún no se hubieran despellejado. De regreso al hotel, la empinada escalera de caracol parecía aún más empinada que de costumbre.

El sábado teníamos previsto visitar las Cuevas de Hércules, pues hablan maravillas de ellas. Dejamos transcurrir la mañana entre un zoco y unas galerías situadas en la Rue du Mexique, hipnóticas como una bailarina de la danza del vientre. Allí compré unas babuchas que ni Alí Babá. Para no ser menos, mi mujer había adquirido una chilaba el día anterior con la que estaba preciosa.

Uno de los males endémicos de Tánger es, sin lugar a dudas, la impuntualidad. Solíamos decir para conjurar el mal humor: «Diez minutos más». Nos citaron a las seis de la tarde en el piso de la novia. A eso de las ocho, aún esperábamos que nos llevaran en coche al banquete. 

Era un chalet particular en las afueras. Unos tipos vestidos de pajes tocaban la trompeta cada vez que alguien entraba. Quise seguir a mi mujer escaleras arriba, pero me lo impidieron con amabilidad. Luego me condujeron hasta la habitación donde se iba a celebrar el convite de los hombres. Tres mesas redondas atiborradas de platos, vasos y cubiertos la presidían. Aún no había llegado ningún invitado, de modo que saqué un libro y empecé a leer tranquilamente.


Alrededor de las nueve, el padre de la novia me acompañó. Empezamos a charlar. Había asistido a la presentación de mi primer libro de cuentos. Los invitados fueron presentándose con cuentagotas hasta las doce, según me dijeron porque había partido de fútbol. Entretuvimos la espera picoteando dulces y bebiendo té moruno. Del piso de abajo subía una voz de mujer cantando en árabe una canción interminable.

El banquete empezó a las doce y media. Nadie tenía hambre después de tantos dulces, e incluso el novio —Medhi— devolvió un trozo de ternera de su plato al recipiente de barro. Luego supe que la comida sobrante de la boda no se tira, sino que la familia puede llevársela a casa. La locura se desató en el postre, un helado con forma de casco cubierto de crocanti. Los niños, mudos toda la velada, se dedicaron a pinchar con la cuchara hasta destrozarlo. Me habría unido a ellos con gusto.

El ágape acabó pronto, pero nos invitaron a una fiesta privada en el piso de Chaimae de la que salimos a las cinco de la madrugada. Disculpándose de antemano, le pidieron a Mari Carmen que me reuniera en la cocina con el resto de hombres porque la novia iba a salir sin velo. Allí estuve charlando con Yassir, que me preguntó si no estaba harto de los malditos moros. Yo me sentía un privilegiado por compartir aquello. Decir que armaron escándalo es poco. Los músicos tocaron las trompetas y las mujeres entonaron al unísono el zaghareet, ese grito propio de las tribus del norte de África.

El domingo no ocurrió nada, salvo que me entregué a una bacanal de sueño. Por la tarde, regresé solo a la Plaza 9 de Abril. Deambulé por el mercadillo de la medina, atestado de gente, mientras me quitaba de encima a los vendedores de hachís. Al día siguiente, lamenté no haber pillado. El regreso a la península estuvo plagado de contratiempos que se habrían convertido en pesadilla de no haber sido por las compañeras de viaje. Perdimos el ferry por unos minutos y, en consecuencia, el autobús de Algeciras. Una empleada de Alsa con acento andaluz nos reubicó en el autocar de las once de la noche. Me entraron ganas de besarla.

Hasta aquí la narración de los hechos. Sólo me resta desearles a Chaimae y Medhi una larga vida juntos. Si han sobrevivido a una boda de cinco días, estoy convencido de que superarán cualquier cosa.


miércoles, 17 de mayo de 2017

LOBO EN TÁNGER (I)


Moría la tarde en la estación de autobuses de Algeciras. Parapetados tras una isla de maletas y bolsos de viaje, cada cual hablaba por el móvil con sus seres queridos. Después de muchos contratiempos, regresábamos a casa en el autobús de las once de la noche.

Formábamos un grupo de lo más variopinto: las jóvenes Patricia y Naidu tenían una vitalidad contagiosa; las veteranas Cristina y Mari iban siempre a la greña; mi mujer y yo echábamos de menos a los críos. Acabábamos de asistir a la boda de una amiga común en Tánger.


Chaimae, antigua alumna de la academia, le dijo un día a mi mujer que se casaba en su país. Ella respondió que iría si la invitaba. Aquí empezó a gestarse un viaje con aroma a cúrcuma y a té moruno. No era la primera vez que cruzábamos el Estrecho de Gibraltar, rumbo a Marruecos.

El 11 de abril salimos de la estación de Alicante más contentos que unas pascuas. Viajamos toda la noche hasta Algeciras. Allí tomamos el ferry que nos llevaría a Tánger. Dicen que Bunbury escribió la letra de «El extranjero» a bordo de uno de esos barcos que unen España con Marruecos. Al principio de la canción, suenan unas gaviotas idénticas a las que contemplé en el puerto de Algeciras.

El sol de Tánger y la vigilia generaron en mi cabeza una bruma espesa como el humus. Supongo que al resto le ocurría lo mismo. Habíamos quedado con Chaimae en el puerto, pero se retrasaba. Al poco, un coche frenó a nuestro lado. Y luego otro detrás. Eran los hermanos de la novia. Aquello parecía un rescate de película.

Recuerdo que, después de presentarse, Yassir Belkaid preguntó por el viaje. Mari Carmen y yo soltamos un «uf» tan triste que fue acompañado de una alegre carcajada por su parte. Durante el trayecto en coche, me bebía las calles con los ojos. Mientras charlábamos, propuso descansar antes de ir al hotel. No me arrepentí, aunque lo que deseaba era una buena ducha. Fuimos al Hafa Café, un conjunto de terrazas en una colina frente al mar.

No es cualquier sitio. Si hacemos caso a la canción homónima de Luis Eduardo Aute, en una de esas terrazas Mike Jagger le robó la novia al cantautor bajo los efectos del hachís. Nosotros nos limitamos a beber té moruno, quizá el mejor que he probado nunca. Más tarde, Yassir comentó que cuando quisiéramos nos llevaría al hotel. «Ya», contestamos. Miró el reloj significativamente y dijo: «Diez minutos más».

A la mañana siguiente, Jueves Santo en España, establecimos algunas rutinas necesarias para los cinco días de estancia en Tánger. La primera fue desayunar en el Café Le Normandie, a pocos minutos del hotel. Solíamos pedir dos menús que incluían café con leche, varios panes tostados con tomate natural y aceite, bollería variada, mermelada, miel, dos botellas de agua, dos yogures, y en ocasiones un platito de olivas. Todo a un precio irrisorio.

El reto de la jornada era encontrar un teléfono público. Las compañías se aprovechan cuando llamas desde otro país, así que llevábamos los móviles de adorno. Subimos por la Rue Angleterre hasta alcanzar una gasolinera situada en una encrucijada de avenidas. Bajo los soportales de un piso, había cambiado euros por dírhams la tarde anterior. Mientras mi mujer hacía lo propio con su dinero, yo di con ese teléfono. Compramos una tarjeta de prepago por dos o tres euros. Veinte o treinta minutos para decir a la familia que estábamos de puta madre.

La mayoría de las tardes, mi mujer desaparecía para asistir a actos relacionados con la boda. Por ejemplo, la fiesta de la henna. Aunque no lo creas, allí las bodas duran varios días y, por extraño que parezca, los hombres están separados de las mujeres en muchos momentos. Eso me permitía pasear a placer por las calles de Tánger, mezclarme con la gente como uno más. Observar y ser observado. En una de aquellas excursiones, descubrí la Plaza 9 de Abril (también llamada Gran Zoco). Sentados alrededor de la fuente pública de esta plaza o tumbados en los jardines de la Mendoubia, los tangerinos se entregan a una de sus aficiones preferidas: no hacer absolutamente nada, dejar pasar el tiempo. Algo que sacaría de quicio al más templado de los hombres. Anduve un rato curioseando la programación del Cinema Rif, pero pronto crucé la puerta que daba paso a la medina (el barrio antiguo).


miércoles, 10 de mayo de 2017

LA CITA

         
No sabe qué demonios hace allí si nunca ha aguantado los sermones ni las campanas. Nuria González lleva años sin pisar una. Aún recuerda cuando encaró a su padre y le dijo que ya era una mujer para tomar sus propias decisiones. El hombre le contestó que, mientras viviera en su casa, iría todos los domingos a misa. Ahora, mientras deambula entre los soportales, le parece que fue ayer. El sol otoñea. 
     Abre el pesado portón y accede al vestíbulo, donde un pobre le tiende la mano como si se le hubiese quedado inútil para otra cosa. Nuria registra el bolso, pero sólo tiene un billete de cien con el que piensa pagarse una opípara cena en un buen restaurante. Necesita darse ánimos antes de la cita con su ginecólogo.
     Cruza la nave principal mientras opina, soñadora, que el repiqueteo de sus tacones despertará a los aristócratas y obispos enterrados bajo el suelo de mármol. Luego, un poco mareada, toma asiento en un banco y se pregunta por enésima vez a qué ha venido. Debería habérselo contado a su amiga Julia, una mujer que no le teme a nada porque trabaja de especialista en el cine. También podría haberle dicho a su marido que hoy no saliera a faenar, que la rodeara con sus brazos velludos. Ojalá tuviera cuerpo para dejarse empalar por el cubano que la tiene loquita desde hace seis meses.
     El silencio del lugar la reconforta con su nada balsámica. La penumbra exuda una paz misteriosa, casi mística. Un cura mira su móvil en el confesionario, buscando quizá sentido a la vida.
     Consulta su reloj: faltan todavía tres cuartos de hora para que le resuelvan el inconveniente. La clínica está a tiro de piedra de la iglesia. Se levanta y enciende una vela a la Virgen de la Soledad. Entretanto, se acaricia la barriga.



Cuento escrito en el taller literario de la biblioteca Carolinas de Alicante. Ejercicio 2: Mostrar en vez de nombrar

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