Los pasados 22, 23 y 24 de septiembre presenté en Valencia tres novelas de la editorial Atlantis:
El vínculo de Noah, de Francisco Puchades;
El cazador de zombis, de Javier Guillén; y
Asesinos invisibles, de Chelo Rodríguez. Los actos tuvieron lugar en el emblemático Kaf Café, un rincón bohemio que atesora en sus estanterías cientos de libros antiguos, recordándonos que la literatura y la gloria pocas veces fueron de la mano.
Mi mujer y yo llegamos a Valencia con el tiempo justo para la presentación de
El vínculo de Noah. Charlé unos minutos con Francisco Puchades, que me confesó que por deferencia a la editorial madrileña había preparado su discurso en castellano. No podía saber que soy alicantino y que, por consiguiente, entiendo perfectamente el valenciano.
Sebastián, el dueño del Kaf Café, se acercó a saludarme. Su acento uruguayo es terrible, pero su mujer prepara unos bocadillos deliciosos. En todo momento nos hicieron sentir como si estuviéramos en casa.
También nos visitaron los compañeros de radio Godella. En principio, sólo iban a cubrir
El vínculo de Noah, pero les comenté que las siguientes novelas también eran de género fantástico, de modo que acabaron grabando un monográfico para su programa de misterio
La hora de Kayako (98.0 FM). Podéis escucharlo si pincháis el enlace.
Si
El vínculo de Noah es una novela de vampiros y demonios que tiene su principal hallazgo en la posesión diabólica de la protagonista,
El cazador de zombis es una parodia descacharrante de las novelas de muertos vivientes. Platiqué un rato con su autor, Javier Guillén, antes de que vinieran a llevárselo… sus familiares. Me lo devolvieron ocurrente, casi en estado de gracia. Parecía Eva Hache en
El club de la comedia. Se metió al público en el bolsillo.
Gracias a Javier Guillén, afronté la última presentación algo más relajado. La autora de Asesinos invisibles, Chelo Rodríguez, coincidió conmigo en que los escritores no solemos ser buenos comunicadores. Sin embargo, sus palabras tocaron la fibra de más de uno. Incluso desafió al público diciendo: «Quien no sienta algo al leer Asesinos invisibles es que tiene un problema».
Han sido días muy intensos, tanto que la vuelta a la rutina se me ha antojado insoportable. Me queda la satisfacción del trabajo bien hecho, el haber conocido a gente como Luis, de radio Godella, con quien compartí las horas muertas (nunca mejor dicho). Me quedan los ratos que pasé leyendo, aprendiendo, disfrutando. Espero que Noah jamás se libere del demonio de la literatura.