Juro que no había leído a Eduardo Berti cuando le propuse a Esther Planelles escribir PELUSILLAS EN EL OMBLIGO. Hace poco, encontré en un libro del argentino esta hermosa greguería: «Lo peor de la pelusa es que nos atasca la hélice del ombligo». Casualidad o no, puse el grito en el cielo. Y yo que me creía el más original.
Cierta sensación de deja vu me ha acompañado hasta hoy. Podría haber elegido el camino esperado de iniciar una novela, como aconseja el sentido común, pero escogí aquello que realmente me apetecía. Me dediqué a los montaditos literarios. Ya lo intentaba, con más pena que gloria, en un concurso semanal de microrrelatos cuyo nombre no importa. Esther empezó a intentarlo conmigo y, de pronto, éramos adictos a los 140 caracteres. Los jueces nos dieron pocas alegrías, pero alimentaron nuestras ganas de superación.
Luego, en plena crisis económica, la cafetería Suquia ofrecía refugio toda la mañana por un par de euros. Allí creció Pelusillas en el ombligo. Para seleccionar unos cuentos-tapa apetitosos, teníamos en mente a cualquiera del barrio leyéndolos en el autobús o el metro.
El manuscrito quiso trabajar en librerías y le escribimos una carta de recomendación, que afortunadamente cayó en manos de Lastura. Esta joven editorial, pilotada por Lidia López Miguel, aboga por publicar libros a un precio justo. Una sabia manera de lograr que la cultura, de una vez por todas, llegue a la gente.
En una ocasión, me dijo Esther Planelles que «somos el haz y el envés de la misma página». Ella más poética, yo más visceral. Yo en la nubes, ella en la tormenta. Pelusillas en el ombligo verá la luz este otoño. Empieza la cuenta atrás para que ustedes disfruten del picoteo.