Conozco a una madre que, hace unos años, prohibió a su hija que fuera con sus amigas a la Romería de la Santa Faz de Alicante. Imagino el cabreo de la chavala, los portazos, los gritos y, sin embargo, entiendo las razones de la madre. No es precisamente la llama de la fe lo que arrastra a cientos de adolescentes en procesión cada mes de abril, sino el macrobotellón que se celebra en la playa de San Juan.
Ahora, vecinos y padres de San Juan, han elaborado un manifiesto para concienciar a la sociedad alicantina del problema y tratar de solucionarlo. Su título es bastante elocuente: «Por una Santa Faz sin alcohol en menores». El escrito propone una campaña de concienciación local, ofrece actividades deportivas y lúdicas alternativas en la playa de San Juan y, lógicamente, exige medidas contra el consumo de alcohol en la calle.
Como alicantino y profesor de academia, siento que no se debe hacer la vista gorda ni mirar para otro lado. Es una grave irresponsabilidad permanecer impasibles. Empecemos atajando el consumo indiscriminado de alcohol durante las Hogueras de San Juan. No solo en la calle, sino especialmente en muchas barracas donde las botellas se arraciman sobre las mesas esperando a sus dueños que, totalmente pedo, echan el bailecito de turno. Un espectáculo lamentable. Recordemos también que nuestros hijos no se educan en los colegios sino, principalmente, en casa. Ellos harán lo que nos vean hacer a nosotros. Una obviedad que casi siempre se pasa por alto. Y, por último, una pequeña broma: si realmente queremos una Santa Faz libre de alcohol, ¿por qué este año se regalaron cinco mil «cañas» más a los romeros en la plaza del Ayuntamiento y en San Nicolás? Demasiadas veces acaban olvidadas en cualquier parte después de la romería.
Una canción de Ramoncín describía una merluza de esta forma: «Litros de alcohol corren por mis venas…». A día de hoy, el bebedor no tiene ni la mitad de problemas que el fumador. Las bodas, las despedidas de soltero, los conciertos, las cenas con los amigos y, en definitiva, cualquier acto social aparece regado con el preciado líquido. Tampoco creo que haya que esconderse para tomar una cerveza o un cubata. Más bien al contrario. Opino que la bebida debe normalizarse y, por supuesto, convertirla en un placer que se pierde cuando se abusa.