martes, 26 de julio de 2011
MENOS ES MÁS
Hace tiempo que me pregunto por qué la gente se lleva a la playa Los pilares de la tierra, de Ken Follett, y no los microrrelatos de Aster Navas. Les diré lo que creo: en verano, cuanto más larga y enrevesada la trama de una novela, mejor. El objetivo: no pensar.
Los microrrelatos incluidos en Cuentos para leer en el ascensor (issuu, 2011) son, ni más ni menos, una encerrona para el que los lee. Te obligan a sentir, a dejarte la piel en cada palabra, a hacer un esfuerzo intelectual y emotivo. Incluso cómplice.
Nadie es capaz de quedarse indiferente ante estas cápsulas de vida, que dejan el sabor duradero de una buena taza de café.
Siguiendo la estela marcada por su anterior libro, Cuentos para esperar en los semáforos (Repélaga, 2009), Aster Navas nos invita en «Pura cortesía» a ser testigos de cómo una frase hecha se convierte en realidad, al más puro estilo Cortázar.
Además de reflexionar sobre el lenguaje y cómo nos afecta, el autor también aborda temas universales: el paso del tiempo, la muerte digna, la soledad, el amor, el absurdo de la existencia. De vez en cuando, se permite una pincelada de humor para recordarnos que aún queda «Misericordia» en el mundo, y que si no nos reímos un poco de nosotros mismos estamos perdidos.
No conozco a ningún escritor tan minimalista ni a nadie que diga tanto en tan poco espacio. Lo que otros explican en cien páginas, Aster Navas lo cuenta en una sola línea. Pero esa única línea puede convertirse en un best-seller.
lunes, 18 de julio de 2011
TESORO
En la casa de empeño, saqué ocho piedrecitas del bolsillo y se las entregué al tipejo con cara de mafioso.
—Estará de broma, ¿no?
—Ahí fuera dice máxima tasación.
—Esto no vale una mierda.
En el parque infantil, se las di a un ángel con instrucciones precisas para que descalabrara a Alfonso, mi hijo, a quien previamente se las había robado. No volví a verlas.
miércoles, 6 de julio de 2011
TRÁGICO CONEJO
El pasado 30 de junio presenté en el Ateneo Científico y Literario de Alicante la novela Trágico conejo (Atlantis, 2011), del jovencísimo Lex B.
Durante la charla previa que mantuve con el escritor en una cafetería próxima al Ateneo, pudimos compartir impresiones sobre la novela y sobre la literatura en general. Allí me dijo algo en lo que estoy plenamente de acuerdo: no hay que dejar nunca de aprender. Y en este oficio, menos.
Media hora antes de la presentación, decidimos dejarnos caer por el Ateneo para la primera toma de contacto. Allí aguardaban al autor su familia y amigos. Lo dejé solo.
Lex y yo coincidimos de nuevo en la mesa de conferencias, donde nos recibió un tímido aperitivo consistente en un par de botellines de agua y unos vasos de plástico. El público nos miraba fijamente como si alguien lo hubiera sometido a un ritual vudú. El aire acondicionado brillaba por su ausencia.
Hice una breve introducción: «Dylan Graves ha viajado a Sunday Flowers a dejar un bonito cadáver, pero “el jodido del León de Narnia” decapita a una bailarina sobre el escenario del Magnolia, un local de jazz. Es el comienzo de una pesadilla que le persigue sin descanso». Lex, con una envidiable facilidad de palabra, desgranó uno por uno los pormenores de su novela. Por si hubiera alguna duda, aclaró que el personaje crápula de Dylan no es autobiográfico, pero matizó que le gustaría poseer alguna de sus virtudes. Entre ellas, la valentía.
Tras la firma de libros, llegó la hora de la despedida. Lex B es un escritor con una larga carrera por delante. Debe pulir bastante su estilo, pero sin perder un gramo de autenticidad. Si de algo me siento orgulloso es de haber obtenido el agradecimiento de su tribu dos veces. Hasta siempre, Dylan.
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