El sueño de todo escritor no es que lo traduzcan al ruso, ni llenar la Casa del Libro, ni codearse con Mario Vargas Llosa. El sueño de todo escritor es que le escuchen. Cuando Paco Umbral dijo su célebre frase «yo he venido aquí a hablar de mi libro», en realidad buscaba oyentes. Ni fama ni carajos.
Ayer, en la ONCE, me sentí escuchado. Un lujo que se agradece, que anima a seguir escribiendo. Solo hubo un par de hilarantes interrupciones de una señora que contestó al móvil en directo. También estuve estrechamente vigilado por un perrazo negro que descansaba al lado de su dueño. Muy apropiado para mis Trece rosas negras.
No faltaron preguntas del público como la clásica «¿y la novela pa’ cuando?». Falta tradición cuentista en España, aunque yo sigo empeñado en vivir del cuento. Al menos, hasta que el reloj me recuerda que tengo que ir a trabajar en otra de mis pasiones: la enseñanza.
Para terminar la reunión, me pidieron que leyera dos relatos. Escogí en primer lugar «Carantoñas», dedicado a Charo Cortés y que trata sobre el paso del tiempo. Le siguió «Falta de riego», inspirado en las interminables conversaciones que mantengo con José Luis Ruiz Dangla.