El pasado mes de marzo me presenté a mi primer concurso literario serio.
Enciendo el ordenador y consulto en internet el estado del envío. ¡La madre que los parió! ¿En estado de devolución?
Me tomo dos tilas y molesto a una operadora de correos. Dice que nadie ha recogido mi carta en la oficina correspondiente.
-¿Cómo es posible? –pregunto angustiado–. Es que verá, es para un concurso literario y se acaba el plazo de presentación.
Telefoneo a los responsables del concurso y una chica misericordiosa me aclara que ha habido problemas con el apartado de correos. Se ofrece a darme una nueva dirección. La apunto con mano trémula.
-El problema es que no sé cuándo va a tener correos la deferencia de devolverme el cuento –le confieso.
-No sufras, cuando lo tengas me lo envías.
¿Que no sufra? Decido rehacer todo el papeleo y llevarle el relato aquella misma tarde. “Esto me da para otro cuento”, pienso mientras me dirijo andando al centro de Alicante.
Cuando se lo doy, comenta: "Mucha gente lo entrega en mano".
jueves, 29 de abril de 2010
jueves, 22 de abril de 2010
MARINERO EN TIERRA
Las luces del puerto (Hera ediciones, 2010) es uno de esos títulos brillantes que todos quisiéramos para un libro nuestro.
Leí esta novela coral en la localidad pesquera de Santa Pola, entre el 19 y el 21 de marzo. Los barcos anclados en el puerto y su penetrante olor a mar me recordaron que la soledad es sólo un accidente geográfico.
Porque leer a José Ángel Ordiz es leer un pedazo de vida y saborear una página suya es como beber un licor fuerte que te calienta el alma.
A este marinero amante de la tierra le delatan sus personajes, que podríamos decir se ajustan a su visión del mundo. Domingo Ramos representa el hedonismo frente a la beatería: «Morir de placer, que la vida se te escape por el pito y no por la boca». Ciro y Tobesco son la prueba de que la amistad exige menos que el amor y, por tanto, es más llevadera. Charo, plantada por Ciro en el altar, es el mejor ejemplo de que la venganza se sirve en plato frío: «—Lo maté —volvió la esposa a saborear cada palabra de la confesión».
Todas estas historias desembocan en una central: la relación entre Cris y Martín. Charo no ve con buenos ojos a este muchacho. Le parece mejor partido un tipo con posibles llamado Berto. Concierta una cita entre ambos. Berto es rechazado y viola a Cris, dejándola embarazada. A pesar de la violación, Martín y Cris capean el temporal con golpes de humor que dan el contrapunto perfecto: «Media teta tuya es mucho más que media teta». El asesinato de Berto en extrañas circunstancias aporta intriga al desenlace.
Si bien el estilo de Ordiz está alejado de florituras, personalmente me despistan un poco las largas acotaciones. Esto no desmerece en absoluto el resultado. Una novela terrenal que, lejos de ser cómica, transmite una actitud desenfadada ante la vida: «Si no te burlas de la vida y de la muerte, ellas se burlan de ti».
sábado, 17 de abril de 2010
FANTASMAS
En no recuerdo qué programa de televisión dedicado a la literatura, aunque sería para recordarlo, entrevistan a un escritor americano: James Elroy.
Se encuentra de promoción por España. Acaba de publicar un ladrillo de 944 páginas.
A la pregunta de si le gustan los libros grandes, responde nuestro amigo Elroy que le encanta lo grande. De hecho, afirma: “Tengo una polla de 18 centímetros”.
A la pregunta de qué escritores lee, afirma que en casa sólo tiene los libros que él ha escrito. ¿Teme acaso encontrar a alguien que escriba mejor? ¿Quizás una mujer?
No voy a leer a Elroy por tres razones: no me gustan los ladrillos, no me gustan las pollas, y, sobre todo, no me gustan los escritores que no leen.
jueves, 8 de abril de 2010
ESAS LUCECITAS
Hace muchos años que la única Procesión a la que asisto en Semana Santa es la del Silencio. No sé si la conoceréis, pero supongo que debe ser parecida en diferentes puntos de la geografía española. Un tambor la encabeza tocando a muerto. Le siguen encapuchados de riguroso negro o combinando negro y morado. Algunos arrastran cadenas como si hubieran escapado de cierta novela de Dickens. Las calles, oscuras como boca de lobo, retroceden en el tiempo a la época de los candelabros. Sólo la luna llena alumbra la escena. Verdaderamente sobrecogedor y fantasmagórico.
Esta vez algo había cambiado. En la mayoría de las calles las farolas continuaban encendidas. La gente, sin duda desinhibida por la luz, charlaba animadamente, incluso a gritos. Y lo más penoso: al paso del Cristo la luz intermitente de un semáforo, primero roja, luego verde, taladraba el encanto nocturno de la escena. ¿Alguien me puede explicar de qué coño sirve un semáforo en una calle donde no circula coche alguno?
Hace muchos años que abandoné la liturgia católica; quien se aburra, que no vaya a procesiones. Pero por favor… esas lucecitas.
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