Cualquiera
que me conozca un poco, sabe que entre mis vicios confesables se encuentra el
cine de terror. Es difícil transmitirle a un profano el maravilloso gusanillo
de sentir miedo desde la relativa tranquilidad de la butaca de cine o el sofá.
Este gusto por los vampiros, las casas encantadas, los zombis, los hombres lobo
o las brujas no se puede inculcar; más bien consiste en una inclinación de
carácter.
Si además de helarte la sangre, una
película consigue que eches unas risas habrá logrado, en mi opinión, un extraño
equilibrio que profundiza en la naturaleza humana, la cual se debate entre la
tragedia y la comedia sin acabar de encontrar su sitio. Ni falta que hace.
La comedia o el terror puros nos
provocan una agobiante sensación de felicidad o pánico irreales que el género
híbrido contrarresta. Sus armas son la imaginación, el humor negro y la sangre
a borbotones.
Os propongo, antes de ausentarme
durante un mes, un pequeño ciclo de cuatro películas para disfrutar a solas,
con el perro, con la amante, o incluso con la suegra. La quinta por si no
tenéis bastante.
Para los curiosos diré que, dentro
de poco, me embarco en la más terrorífica de las aventuras: la soledad de un
lobo en la ciudad desierta (este año no hay viaje). Qué espeluznante placer.
-El ejército de las tinieblas (Sam Raimi, 1992)
-Zombis nazis (Tommy Wirkola, 2009)
-Noche de miedo (Tom Holland, 1985)
-El espíritu burlón (David Lean, 1945)
-Un hombre lobo americano en Londres (John Landis, 1981)