martes, 23 de diciembre de 2014

SUDOR
















—Siempre te sudaron las manos —dijo mientras su vida pendía de un hilo en aquel barranco.
—No te voy a soltar, José Carlos María de Todos los Santos. Eres el padre de mis hijos.
—Siempre fuiste fría en la cama, chismosa, peluda, bizca y paticorta.
—Aguanta, la ayuda está en camino.
—Te he puesto los cuernos con tu mejor amiga, con el cura, con el pobre de la iglesia y con el perro.
—No te esfuerces, José Carlos María, esta Navidad te comes las uvas como todos los años.



FELIZ NAVIDAD, CRÁPULAS DEL MUNDO. 
HASTA LA VISTA.




domingo, 14 de diciembre de 2014

DE MUERTE
























Llevaba bastante tiempo detrás de la novela Puzle de sangre, que se publicó en formato digital primero y este año ha visto una versión en papel gracias a editorial Aguaclara. No había podido leerla por falta de libro electrónico. Ahora que por fin he pasado sus páginas con los dedos, me regalan un ebook por Navidad. Ya escribía Hermann Hessee en El lobo estepario: «Usted ha de acostumbrarse a la vida y ha de aprender a reír».

Mi curiosidad era lógica. No todos los días asiste uno al fenómeno de una novela escrita a dos bandas, quizá porque estamos acostumbrados a imaginar al escritor solo frente al papel en blanco. José Payá Beltrán y Mario Martínez Gomis se han atrevido a desafiar las convenciones del oficio, e incluso a desafiarse, con las únicas armas del ingenio y la complicidad.

Todo nace a partir de un relato de José Payá llamado «La cita», incluido en su libro La segunda vida de Christopher Marlowe (Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 2011). Narra el encuentro de dos asesinos atrapados en un callejón sin salida: han matado a dos hombres y no tienen ni una maldita pala a mano para enterrarlos. Los asesinos usan los nombres falsos de sus víctimas, pero a partir de ahora los conoceremos por los apodos de el Socio y el Sabio.

Este relato se convierte en faro de una novela que va escribiéndose sobre la marcha. Según afirman sus creadores, uno mandaba un capítulo al otro y le mataba los personajes. El compadre hacía lo mismo. Así se gestó este divertimento, a caballo entre la falta de pretensiones y la pura chiripa, que algunos consideran una mezcla de Torrente y Tarantino.

Como dos caras de la misma moneda, el Sabio representa al matón chapucero a quien llegas a coger cariño. El Socio encarna al asesino profesional, frío y calculador incluso frente a una hembra como Estrella Esperanza: «Advertí el asombro en el rostro de la cubana: los ojos alzados y el ceño fruncido, las aletas de la nariz dilatadas, los ojos verdes fijos en el abultamiento alargado que había aparecido en mi bolsillo (…) —No creas que me alegro de verte —dije—, es que llevo pistola».

Una serie de personajes fallecen alrededor de el Socio y el Sabio. En estricto orden de defunción, las primeras víctimas son Jaime Barceló y Alfonso Abellán. Como dato significativo, se trata de los trasuntos literarios de José Payá y Mario Martínez, que en un gesto de humildad asesinan literalmente cualquier rastro de soberbia por su parte. A continuación, el Socio expira a manos de Susana Francés, quien ha contratado sus servicios como asesino a sueldo para liquidar a su marido. He aquí el toque Tarantino, porque uno se ríe con cosas que no tienen ninguna gracia. Al terminar la lectura, contabilizo la nada despreciable cifra de once asesinatos y un suicidio.

Nadie podrá negar que esta novela es más negra que las uñas de un presidiario, pero enseguida advertimos que en ella no hay asesinato que resolver por parte de un avezado detective. Más bien ahonda en la psicología de los personajes, en sus motivaciones humanas. Por ejemplo, el Sabio quiere a Alfonso Abellán muerto porque en el examen de acceso a la universidad para mayores de veinticinco años le preguntó la fecha exacta de elaboración de la Carta Magna. Suena muy bestia, pero ¿qué alumno no ha querido cargarse alguna vez a un profesor y viceversa?

Uno muy leído diría que es una obra esperpéntica. Yo prefiero calificarla de bestial como una historieta de Mortadelo y Filemón. Al igual que en los tebeos, el lenguaje es un personaje más. El uso de argot —«jaco» para referirse a heroína— o tacos —joputas— aporta verosimilitud al Sabio y a sus colegas del trullo.

Resulta sorprendente el tono uniforme logrado por los dos autores, de modo que no distingues cuándo escribe cada uno. Quizá no me he identificado con algunos referentes culturales, como cuando dicen de cierto personaje que es «más sospechoso que Islero, en lo referente a haberse cargado a Manolete». Cuestión de edad y de gustos. Si me preguntan qué me ha parecido Puzle de sangre, diré: de muerte. Si quieren saber qué he aprendido de estos dos pájaros: antes la muerte que fallecer de aburrimiento.

jueves, 4 de diciembre de 2014

LA CARRETERA

















     El niño se había quedado impresionado.
     No sólo porque era veinticuatro de diciembre y los obreros seguían trabajando a las diez de la mañana para terminar la carretera, sino principalmente por ese material de luto que utilizaban.
     Él creía en los Reyes Magos, desde luego, pero jamás había visto una cantidad tan grande en manos de tan poca gente. Así que dejó a un lado su timidez y se puso a observar descaradamente a uno de los obreros, un sudamericano.
     El hombre estaba muy moreno y tenía cara de pocos amigos. Sin dejar de extender el alquitrán con una escoba, le preguntó con ironía:
     —¿Qué pasa, muchacho? ¿Te has perdido? ¿Buscas a tu papá?
     —No, señor —respondió.
     —Entonces, ¿qué quieres? Tengo mucho trabajo. El patrón dice que o acabamos esta carretera o nos quedamos sin día de Navidad.
     —Toma —dijo el niño tendiéndole su osito de peluche.
     —Te lo agradezco mucho, pero...
     —Es mi juguete preferido.
     —¿Qué pasa, niño? ¿Me ves cara de necesitar limosna o qué? —dijo enfadándose el obrero.
     —Acépteselo —intervino un hombre de mediana edad que pasaba por allí—. No todo el mundo hace un regalo así, y menos en Navidad.
     —Es que no lo comprendo —se defendió el obrero.
     —No hace falta comprenderlo.
     Y el obrero se quedó con el peluche.
     A la mañana siguiente, la madre vio al niño un tanto aburrido y le preguntó por el osito de peluche.
     Éste respondió que se lo había regalado a un señor que estaba haciendo una carretera. Una gigantesca carretera de carbón.
     —¿De carbón? —se extrañó la madre.
     —Deben de haber sido muy malos para recibir tantísimo carbón —añadió el crío pensativo.

Publicado en la revista Alicante Opinión.

Vareando Nubes

Atlantis, 2012

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