Al doblar
la esquina, vi al hombre detenerse en el extremo opuesto de la acera. Hice lo
propio. La soledad de la calle era tan llamativa que no parecía verano, sino un
apocalipsis. Avanzamos unos pasos hasta situarnos el uno frente al otro. Se
quitó el sombrero muy lentamente para que pudiera apreciar sus ojos provocadores.
Ni un atisbo de inseguridad. Transcurrieron unos instantes en los que apenas
sucedió nada, salvo que el viento desordenaba mi flequillo como una mano sobre
la frente. Tragué saliva y el tipo sonrió mostrando un diente de oro. Acaricié
con la punta de los dedos mi muñeca derecha. Fue más rápido que yo por escaso
margen. En apenas una fracción de segundo, desenfundó su mascarilla de lunares,
se la puso y cruzó al otro lado. La cosa no acabó ahí. Manteniendo la distancia
de seguridad de dos metros, me preguntó por dónde caía la Feria de Albacete. Le
dije que iba en aquella dirección. Empezamos a caminar juntos y, claro, rompió
el silencio para hacer otra pregunta. Y otra. Y otra más. Cuando alcanzamos la
Puerta de Hierros, no nos sorprendió encontrarla cerrada. Le invité a una
cerveza y un plato de gambitas. Dijo que había perdido el sabor y la confianza
en los políticos. En ese orden. No supe si reír o llorar.
miércoles, 22 de septiembre de 2021
miércoles, 15 de septiembre de 2021
MI PADRE FUE TERMINATOR
Mi padre fue Terminator: un organismo cibernético
venido del pasado para protegerme. Cuando la depresión puso nidos en su sesera pensé
que, en realidad, echaba de menos su tiempo. Le tocó vivir la Posguerra, las
tardes de toros, las canciones de Machín y desvivirse en un sinfín de oficios. Ahora
comprendo su sorda tristeza irreversible. Ya no funciona como un reloj, sino
como un capricho de Goya. Todos los días amanecen crepúsculo y me mira
empequeñecido, huérfano, en el desguace. Lo único que queda de aquel gran
hombre soy yo.
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