Aunque soy socio de la Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios (CLAVE), no suelo acudir a ninguno de los actos que organiza por dos razones fundamentales: se programan exclusivamente en la provincia de Valencia (resido en Alicante) y, como muchos colegas de profesión, compagino la escritura con la docencia. Por si lo anterior fuera poco, no tengo coche ni pienso tenerlo. Estas razones no me han impedido, en ocasiones, acercarme a la obra de escritores valencianos como Elena Casero Viana. Ya que no puedo conocerla en persona, me he dicho, al menos en libro de microrrelatos. Así fue como descubrí Luna de Perigeo (Enkuadres, 2016).
Lo primero que me llamó la atención, por supuesto, fue el título. Me pregunté si escondía uno de esos ladrillos que se abandonan a las treinta páginas. Luna de «perigeo» equivale, ni más ni menos, a la fase en que el satélite orbita más cerca de la Tierra. Esto, que puede parecer un hecho anecdótico, no lo es tanto si damos crédito a un estudio que concluye que la luna llena afecta al comportamiento de personas y animales. Al hilo de la leyenda negra que rodea al astro, se dan cita en el libro historias de mosquitos despiadados, hombres lobo, asesinos piadosos, enanos de cuento, naves extraterrestres o solitarios que se las arreglan para no estar solos.
Me sumergí en el libro poco a poco, como si fuera el agua helada de un río. Uno de los primeros microrrelatos me dejó boquiabierto, con ganas de continuar. «Mosquitos de compañía» ilustra a la perfección la teoría del iceberg de Hemingway, según la cual todo relato debe reflejar tan sólo una pequeña parte de la historia, quedando el resto a la interpretación del lector. Con la sublime última línea, acaba y empieza todo: «Aunque este aroma floral no tapa el frío de su ausencia». No dejé de picotear en los días siguientes. Hallé, para mi deleite, mucha presencia de aparecidos que no esconde la rabia ni la crítica social. El humor negro abunda sin caer en el chiste fácil, aderezado a veces con su pizca de nostalgia. «Trueque» representa el deseo inconfesable de cualquier hermano mayor de cambiar la consanguinidad por cromos.
Habría ejemplos de buen hacer en muchas de las setenta y seis collejas que constituyen Luna de Perigeo, porque provocan una reacción inmediata aparte de un deleite estético. De hecho, en ocasiones uno se pregunta si no estará ante un libro de poesía disfrazado de narraciones. Se nota que cada palabra ha sido sopesada y medida con precisión de partitura musical.
Les animo a abrir la ventana y mirar la luna, un gesto que nos une en estos tiempos en que aparentemente tanto nos separa. Contemplándola la gente «se dice, se recuerda y se repite que no hay mejor compañía que su propia soledad». Quizá en estos momentos también le aúlla Elena Casero Viana.