A veces un artista, de tanto golpear como una polilla en un tarro de cristal, firma una obra maestra. Cervantes escribió El Quijote, John Carpenter filmó Están vivos, y El Columpio Asesino compuso Diamantes (Mushroom Pillow, 2011).
Hay una coplilla de Diamantes que repito como una especie de mantra cada vez que escribo: «Sé que no lo hice bien, ahora sé que mal es lo mejor que lo puedo hacer». El Columpio Asesino parece haber seguido esta máxima a pies juntillas en su nuevo álbum. Ballenas muertas en San Sebastián (Mushroom Pillow, 2014) no sólo se aleja de lo que podría ser la segunda parte de Diamantes, sino que rompe el molde. En este sentido, la banda mantiene un estilo molesto y rudo que cabalga entre el rock y el punk, sin olvidar la música electrónica.
Confiesan que la inspiración para este trabajo viene de la crisis de valores de la época actual. Hartos quizá de desayunar todos los días con los casos de políticos corruptos o sacerdotes pederastas, grabaron en una casa antigua, sin cobertura ni internet, de un pueblo de la montaña navarra donde convivieron durante tres meses.
El mayor problema del álbum es
precisamente que su aguijón se vuelve contra sí mismo. Demasiada oscuridad y
escasa luz. La denuncia de un sistema corrupto en canciones como «Babel» o «Ballenas
muertas en San Sebastián» se queda solo en la denuncia. No va más allá. No aporta
un rayo de esperanza. También saben a poco ocho cortes y una introducción. La
primera mitad concentra el mejor repertorio, como la tétrica «Escalofrío» o la
inesperadamente optimista «A la espalda del mar». La segunda contiene los temas
más flojos, como «Entre cactus y azulejos», la canción hablada que cierra el
disco.
Me sigue pareciendo un acierto repartir las canciones entre Cristina Martínez y Álvaro Arizaleta. Me encandila aún el retraso de los estribillos, que explotan como un orgasmo al final de la canción. Pero Ballenas resulta un disco inestable con algún destello de brillantez.