miércoles, 28 de marzo de 2018
LA MANCHA TIENE ALGO
"... Y por Castilla veo un árbol / y parece que veo alguien de mi familia". (Gloria Fuertes)
Feliz Semana Santa, amig@s.
miércoles, 21 de marzo de 2018
EL SEÑOR (15)
No sé por qué he hecho caso a Nuria. Para que este regreso sea una sorpresa en toda regla, yo le he robado el chupachús a un niño y ella la cartera a un cura. Los cuatro esperábamos el ascensor del piso. Al entrar en la cabina aparentemente ellos solos, han pensado que el ladrón ha sido el otro. Se han enzarzado en una pelea mientras nosotras aguantábamos la risa.
En la puerta está la
chapa con nuestros nombres: Pedro Vargas y Tina Rubio. La nostalgia me cubre
con una sábana de la cabeza a los pies como a un fantasma primitivo. Sigo queriéndole
y ahora necesito más que nunca su apoyo. Un poder como la invisibilidad
requiere de otro no menos importante llamado cotidianidad. Deseo con todas mis
fuerzas un poco de rutina después de estas vacaciones de locura.
Nuria me aprieta el
hombro en señal de que sabe lo que pienso.
—Tal vez deberíamos
llamar al timbre y olvidar el puñetero asunto —sugiere con psicología inversa. Logra el
efecto contrario.
—Venga, una última
locura.
Ella atraviesa
primero; yo la sigo con un presentimiento extraño. El piso está tranquilo.
Quizá demasiado tranquilo para ser las diez de la noche de un sábado. Desde que
esto empezó, Pedro teme que Paco se hunda. Por eso se lo ha traído a nuestra
casa.
Observo con asombro
el orden y la limpieza del salón. Una barrita de incienso perfuma el aire. En
la cocina todos los cacharros de la cena están fregados. Nuria tiene la boca
abierta.
Oímos susurros
provenientes de la habitación de matrimonio. Como si dos personas hablaran bajo
para no despertar a un supuesto bebé. Nuria me agarra de la camiseta.
—No vayas —musita.
—Seguro que duermen
—trato de infundirme ánimos.
La habitación está poblada de sombras, pero se distingue a dos figuras con el torso desnudo en el suelo. Cuando se me escapa «qué coño», ellos encienden la luz y miran asustados a su alrededor.
miércoles, 14 de marzo de 2018
FIN
El fin del mundo no fue inventado por los Testigos de Jehová, aunque hay que reconocer que le echan cuento. La literatura y el cine siempre han aportado su granito de arena a este subgénero. Desde la mítica novela Soy Leyenda de Richard Matheson a la película Hijos de los hombres dirigida por Alfonso Cuarón, cada cierto tiempo la humanidad practica una especie de simulacro de aniquilación para sacar algo en claro. El problema es que, por lo que parece, los políticos no leen ni van al cine.
Afortunadamente, la escritora Maribel Romero Soler no se dedica a la política. De hecho, su última novela juvenil critica desde el inquietante título el talón de Aquiles de todos los gobiernos, incluido el español. ¿Qué pasa con el medio ambiente? ¿Cómo duermen tan tranquilos los altos cargos sabiendo que la Tierra se muere poco a poco? ¿No es para alarmarse el rearme nuclear de Rusia y Estados Unidos?
Árboles de ceniza (Tandaia, 2017) presenta un mundo devastado por un gran cataclismo. El antiguo planeta azul ha sufrido cambios de carácter morfológico, ambiental y antropomorfo. En el terreno ambiental, por ejemplo, el sol se ha convertido en un ascua que apenas da calor. Los seres humanos también han experimentado mutaciones curiosas en el color de los ojos o el pelo. Estas transformaciones serían soportables si la supervivencia de la humanidad no estuviera amenazada con la extinción.
La autora bosqueja unos personajes desesperanzados, vencidos y sin horizonte alguno que viven en una comunidad. Lucho, conocido como «El hombre sabio», es su líder. Pese al negro futuro que acecha a la vuelta de la esquina, la doctora de la comunidad está enamorada en secreto. Los niños también ensayan sus primeros amores, pues se acordó que su edad empezara a contar a partir de la catástrofe. Además, perviven lujos del viejo mundo como la electricidad, el agua potable aunque gris o la telefonía básica. La vida continúa.
No puedo ocultar, llegados aquí, que adoro el subgénero apocalíptico como buen adicto al cine de terror que soy. En este sentido, la novela ha hecho mis delicias. Quizá no describa al detalle, pero quién necesita a Tolkien teniendo a Maribel. Su genialidad reside, sin lugar a dudas, en la aparente sencillez de la historia. Con apenas siete personajes, logra tocar de nuevo las teclas de la sensibilidad como Chopin interpretando uno de sus famosos Nocturnos para piano. No se detiene en el por qué ni se regodea en escabrosos espectáculos de seres deformes postapocalípticos. Ahonda más bien en el para qué.
Noto a Maribel Romero más seria de lo habitual en esta novela. Sus clásicos golpes de humor son más discretos. La historia, supongo, exigía un tono ronco que no anticipara su desenlace. Me gustaría que Árboles de Ceniza nunca se hiciese realidad. Si tenemos que destruir algo, que sea el defecto de no perdonar.
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