Después del golpe al banco, recibo una llamada de Pedro en la que
pregunta si me he vuelto loca. Como no comprendo nada, dice que conecte la
televisión.
La chica del
telediario relata con voz monocorde el robo. Ha sido perpetrado por una mujer
de unos treinta años que, luego, ha desaparecido como por arte de magia. Se
cree, por el testimonio de uno de los cajeros de la sucursal, que tenía una
cómplice. Misteriosamente, la cámara de seguridad solo ha registrado a una
persona.
—Tu cara es portada
en todos los periódicos —reprocha Pedro con tono lúgubre de sepulturero—. No me
extrañaría que la policía se os echara encima de un momento a otro.
—Lo sé y lo siento.
Necesitábamos pasta.
Durante unos
instantes, mi marido calla mientras tomo un baño relajante en el jacuzzi de una
suite presidencial. Nuria está frente a mí cubierta de espuma, la cabeza echada
hacia atrás y los ojos cerrados.
—Hay formas cojonudas de hacer las cosas sin llamar tanto la atención —se lamenta.
—Puede, cariño, pero
olvidas un detalle —digo con la ironía de quien empieza a no temer a nada ni a nadie—. Aquí donde nos ves, ya no somos dos mujeres
indefensas. Ahora somos invisibles. Tranquilo, no nos pasará nada.
Tocan a la puerta.
Decido no despertar a
Nuria de su plácido sueño de espuma. Salgo del jacuzzi, me pongo el albornoz,
cuelgo el móvil. Entonces caigo en la cuenta de que hemos pedido que no se nos
moleste bajo ningún concepto.
«¿Quién es?», pregunto con un leve temblor de voz. «Una botella de cava obsequio del hotel», recita el supuesto botones. Entreabro la puerta y me asomo conteniendo la respiración.
Se está volviendo peligroso. A ver qué sorpresa se encuentra tras la puerta dichosa (no nos hagas esperar mucho ;-)
ResponderEliminarUn abrazo.
Claro, los dilemas morales desaparecen cuando dejas de ser una simple mortal.
EliminarUn abrazo.