En la terraza de un restaurante caro, la extranjera
de la mesa contigua dijo: «Disculpe, no hable tan alto. Me está dejando sorda».
Eché mano de la paciencia con que se le explica a un niño algo que debería
saber: «Claro, soy español». Y no contento con ello, encendí un petardo porque
también soy valenciano. Ella estaba horrorizada, de modo que, como buen
alicantino, la invité a un chupito de cantueso que me arrojó a la cara sin
miramientos antes de largarse. Entonces mi mujer volvió del baño.
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Aplausos al cuadrado, por dejar las cosas claras y por la narrativa. Un abrazo
ResponderEliminarGracias. Es mi forma de reivindicar la nacionalidad sin dejar de reírme un poco de ella.
EliminarUn abrazo.
jajajaja. no creas que no se lo merecen los guiris estos.
ResponderEliminarAunque no lo creas, la historia está basada en hechos reales. La realidad me sorprende cada día más.
EliminarUn abrazo.
Jajajaja veo que si que tienes carácter! Enhorabuena.
ResponderEliminarMe ha gustado tu blog, te sigo.
La literatura nos permite sacar el animal que llevamos dentro y supongo que me he dejado llevar.
EliminarUn saludo y bienvenida.
Cuántas cosas que pueden pasar en tan poco tiempo, jaja.
ResponderEliminarPara bien o para mal, la vida te puede cambiar en un segundo.
EliminarUn abrazo.