Si pienso
en mi geografía vital, llego a la conclusión de que he viajado poco y soñado
mucho. La calle de mi infancia, Ricardo Oliver Fo (a punto de perder el nombre
por el tema de la Memoria Histórica), pronto fue sustituida por la de mi adolescencia,
tan solo a un par de manzanas: Plus Ultra. Para quien no lo sepa, la palabra
proviene del latín y significa «más allá». Dio nombre al hidroavión que
realizó por primera vez un vuelo entre España y América en el año 1926. También
es el lema del escudo de España. En la época convulsa de la Universidad, mis
padres decidieron cambiar a la calle Monforte del Cid, no sé si porque
sospechaban mis veleidades literarias o, más bien, porque mi madre quería vivir
frente a una iglesia. Aquí he echado raíces: unas veces volaría el campario con
dinamita, otras agradezco que me despierte para llevar a los chavales al
colegio.

Hace
poco, sin embargo, se ha producido una novedad en este nomadismo —léase con
ironía— que ha sido mi vida. He regresado a la calle de mi adolescencia. No al
mismo número, sería demasiada potra. Nací en el año 74 y, por uno de esos
caprichos del azar, he trasladado mi academia al número 47 de la calle Plus
Ultra.

La
academia ha estado durante la friolera de diecisiete años en el tercer piso de
la calle Monforte del Cid. Yo vivo entre el segundo y el tercero. No puedo
negar que ha sido muy cómodo subir a trabajar. No había posibilidad de llegar
tarde. Ahora bien, reconozco que necesitaba separar espacios. Por las noches,
cuando todos los chavales se habían largado, la academia se convertía en el
refugio del escritor. En medio de esa soledad buscada, de repente me asaltaba
la angustia de que una historia con tal o cual alumno se hubiera quedado
pendiente. Lo peor de todo era la certeza de que jamás resolvería el nudo con
un buen desenlace. Ese enano de mi memoria se habría convertido en un hombre o
una mujer. Y me podría pegar una hostia o dar un beso, quién sabe.

La nueva
Academia Nova es un sueño hecho realidad. Mi mejor cuento sin duda. Sencilla,
práctica y coqueta. Aún quedan detalles pendientes de resolver, por supuesto,
pero a la gente le encanta. Hasta mi perra, Candy, ha encontrado un hueco para
ella en su corazón. Tiene forma de patio. Allí roe las horas en compañía de un
hueso imaginario. Espera que mi mujer y yo terminemos de dar clase.