En el pueblo circulan leyendas que ponen los pelos de punta. A pesar de los consejos de su madre, Clotilde es una joven deseosa de experimentar sensaciones nuevas. Se dirige a la ventana, la abre de par en par, respira el aroma a jazmín de la noche. Luego, ya acostada en el lecho, retira su camisón hasta dejar un hombro al aire. No contenta con el reclamo, decide ofrecer medio pecho a la supuesta criatura que dejó completamente desangrada a su infeliz prima. Desde pequeñas, fueron rivales en todo. Así de coqueta la vence el sueño.
Un aleteo poderoso alcanza con parsimonia de caracol el alféizar de la ventana, pero Clotilde despierta muerta de frío y corre a clausurar el cuarto. Ni siquiera presta atención al rostro pegado al cristal. Una mueca cruel dibujan sus labios cetrinos.
—Prima… —susurran esos labios sin vida.
Clotilde ya ronca como una mala bestia cuando dos colmillos relucen a la luz de la luna, reculan y un batir de alas se bate en retirada.
Clotilde ya ronca como una mala bestia cuando dos colmillos relucen a la luz de la luna, reculan y un batir de alas se bate en retirada.
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