Cuando aquella adolescente sentada en una portería le pidió un cigarrillo con la desgana propia de una edad en la que debería comerse el mundo, el tipo canoso no se lo pensó dos veces.
Le dijo que no fumaba, pero que esperara un momento. Fue corriendo al estanco que había justo enfrente y compró un paquete de cigarrillos. Luego volvió, sudoroso y jadeante, al portal donde ayer se besaban unos novios y le ofreció uno.
Ella le dijo que no, gracias, que ya había fumado.
Él le dijo que no tenía nada que temer, que lo hacía porque también había sido adolescente y sabía lo que era aquello: lo de querer y no poder.
Ella le dijo, dura y cortante, que no pensaba hacerle una mamadita, pero que le aceptaba el cigarrillo.
Él le dijo que no quería mamaditas ni nada por el estilo, pero que no le vendría mal un poco de gratitud: que le saludara al verle pasar, que intercambiaran una sonrisa de vez en cuando; que, al coger confianza, se interesara por su salud últimamente algo deteriorada, por su familia aunque ya no la tuviera...
Él, a cambio, le compraría cigarrillos.
Ella le dijo, algo sorprendida por lo que le estaba pidiendo, que el cariño no se compra con cigarrillos, pero que intentaría acordarse de él cuando lo viera de nuevo.
Él le dijo que con eso le bastaba y se fue.
Ella corrió tras él para devolverle el paquete de cigarrillos. El tipo canoso, que una vez fue un crápula, no se volvió para que no le viera llorar y le dijo que se lo quedara.
Ella regresó lentamente al portal de siempre, se sentó, sacó otro cigarrillo y se lo fumó pensando en aquel tipo canoso que podría ser su padre, ausente desde hacía años, pero no lo era. Estaba segura de ello.
A pesar de recordarle borrosamente, estaba segura de una cosa: su padre jamás le habría dejado que fumara.
Netwriters publica uno de mis primeros relatos.
El mirador
Atlantis, 2009
Ella le dijo que no, gracias, que ya había fumado.
Él le dijo que no tenía nada que temer, que lo hacía porque también había sido adolescente y sabía lo que era aquello: lo de querer y no poder.
Ella le dijo, dura y cortante, que no pensaba hacerle una mamadita, pero que le aceptaba el cigarrillo.
Él le dijo que no quería mamaditas ni nada por el estilo, pero que no le vendría mal un poco de gratitud: que le saludara al verle pasar, que intercambiaran una sonrisa de vez en cuando; que, al coger confianza, se interesara por su salud últimamente algo deteriorada, por su familia aunque ya no la tuviera...
Él, a cambio, le compraría cigarrillos.
Ella le dijo, algo sorprendida por lo que le estaba pidiendo, que el cariño no se compra con cigarrillos, pero que intentaría acordarse de él cuando lo viera de nuevo.
Él le dijo que con eso le bastaba y se fue.
Ella corrió tras él para devolverle el paquete de cigarrillos. El tipo canoso, que una vez fue un crápula, no se volvió para que no le viera llorar y le dijo que se lo quedara.
Ella regresó lentamente al portal de siempre, se sentó, sacó otro cigarrillo y se lo fumó pensando en aquel tipo canoso que podría ser su padre, ausente desde hacía años, pero no lo era. Estaba segura de ello.
A pesar de recordarle borrosamente, estaba segura de una cosa: su padre jamás le habría dejado que fumara.
Netwriters publica uno de mis primeros relatos.
Atlantis, 2009