Se trata de un libro peculiar. ¿Cuál del autor no lo es? Desde Puzle de sangre (Aguaclara, 2014), cada novela ha supuesto un reto literario de mayor envergadura, una locura que me río yo de la de don Quijote. También ha abordado el tema de la identidad desde diferentes prismas. En la propia Identidad (Grupo Terra Trivium, 2019), nos presenta una obra sin autor ni portada. Pocos escritores serían capaces de un ataque al ego de estas características. En Un crimen otoñal (Grupo Tierra Trivium, 2020), José Payá se convierte en un estudioso que elabora una edición crítica de una novela incompleta de S. S. Van Dine. Los hilos invisibles se me antoja menos experimental que las anteriores, pero igualmente apasionante. Un hombre intercambia su cédula de identificación con la de un cadáver. A partir de entonces, vivirá la vida del otro.
Decía antes que la novela me parece menos experimental, no que no lo sea. Su rareza consiste en contar la misma historia dos veces. El público puede optar por leer la versión digamos ortodoxa (Los hilos invisibles) o una menos canónica (Séver La / Al revés). La única diferencia entre ambas radica en el ordenamiento de los capítulos.
Ambientada en la Posguerra española, comienza de un modo muy cinematográfico. Incluso diría que tarantinesco. Algunos camaradas del partido comunista exiliado en Francia están cayendo como moscas, tanto a un lado como al otro de la frontera. Los altos mandos deducen que hay un traidor entre sus filas. Un prisionero torturado hasta la extenuación escupe un nombre. Casi cincuenta años después, se produce un crimen tan violento como inexplicable en la localidad de Apis. La causa y el efecto que he mencionado arriba.
¿Qué significan entonces esos hilos invisibles del título? Seguramente que el azar o la casualidad mueve el mundo. También podrían aludir a la mágica coincidencia que hace que una obra literaria aborde ese problema que tanto nos preocupa en cierto momento. El lector siente un consuelo difícil de expresar con palabras. Por algo se dice que el libro es el mejor amigo del hombre.
Todas las novelas de José Payá Beltrán están muy bien escritas. No lo digo en el sentido estricto de cuidar la palabra, sino, sobre todo, por la claridad de su prosa. De esto se desprende que la literatura no solo consiste en usar bellas metáforas, magníficos símiles y graciosas personificaciones. Hay que hacerse entender. Aun así, encontramos fragmentos inspiradísimos: «El frescor me arañó los brazos desnudos, sobre los que se dibujaban los trazos cómicos de la piel de gallina». La fina ironía tampoco falta: «Tras esa muestra de cariño fue invitado a pasar una temporada, a pan y mantel, con buenas vistas, en la prisión provincial de Cuenca». Los guiños a clásicos se insertan con naturalidad: «Se sintió ridículo, boca arriba, pataleando para deshacerse de la bicicleta que se le había enredado en las piernas, bregando con el cuerpo rabioso que pretendía matarlo». Por no hablar de la maestría en el uso de las elipsis temporales, tan necesarias para contar ni más ni menos que lo imprescindible.
El más difícil todavía para un artista consiste en proporcionar todos los datos al público para que saque sus propias conclusiones. Novelas como Otra vuelta de tuerca de Henry James o la película Dictado de Antonio Chavarrías son buen ejemplo de ello. José Payá Beltrán deja algún cabo suelto, alguna pregunta sin resolver en Los hilos invisibles. ¿Alguien se atreve a despejar la incógnita?